martes, 21 de diciembre de 2010

NAVIDADES FELICES

Se agolpan los recuerdos en mi mente
de tantas navidades que pasaron
felicitamos a toda nuestra gente
y a todos un deseo les mandamos.

Que pasemos felices estas fiestas,
y todos los demás días del año,
que haya paz en entre los hombres
y todos nos llevemos como hermanos.

Recuerdo con nostalgia aquellos tiempos,
cantando villancicos y romances,
esperando todos impacientes
que llegaran por fin las navidades.

Deseos de todos pequeños y grandes
nos lleguen cuanto antes los familiares.
En la casa puse el Belén
y el árbol con las luces de colores,
porque va a nacer el niño,
el amor de los amores.

Oyéndose están ya las zambombas
erá que el niño ha nacido y.
ya van todos a adorarlo
para que no tenga frío.
en el portal de Belén se acerca
un buey y una mula
para calentar al niño
que está en su linda cuna.

De oriente llegan los reyes
pastores y demás gentes,
todos les llevan regalos
y también ricos presentes.

Estamos en pleno invierno,
llegó el frío y la nieve,
los altos se cubren de blanco
que anuncian las navidades.
Los pájaros de frío
se estremecen y buscan
refugio donde pueden.

Navidades días de comilonas
pero la glotonería
no hace la felicidad,
sino quitar un poco y
Dárselo al que no tiene nada
eso sería una obra de caridad
Y te sentirás más feliz.


Blanca Santos ©
8-XII-2010

MEZCLA DE LAS BOLAS ROJAS


Llegó la Navidad en diciembre, tornando, deprisa, corriendo;
Se oye en la calle a voz en grito, ¡la Navidad está ya viniendo!,
asomando esa bola de plata en los cielos a estrellas meciendo.
Pero, ¿será verdad lo que a mis oídos les estaban diciendo?,

Comparece queriendo o no quieras, girando en redondo y volviendo,
¡Ojala!, porque en Navidad todos los chiquillos están sonriendo,
y colgaran las bolas radiantes en filos astrales, blandiendo,
dando alegría a nuestro espíritu, que parece andaba durmiendo

e irradiando en su panza cualquier movimiento que estemos haciendo,
titilando en muchos colores desde un árbol que está floreciendo.
Y abatidas por canes buscando los troncos, ¡su pis conteniendo!
guirnaldas circundando la ramas, las bolas al suelo eludiendo.

El celaje del cielo augura blanca nieve, más sigue lloviendo,
chispeando bolas cristalinas que en el cielo estaban haciendo,
tropezando en las ramas, creando un paisaje de vida, prendiendo;
¡nosotros colgamos plateadas bolitas de acebos muriendo!;

Al aura feliz y la paz , resumiendo el gozo al seguir sonriendo.

Los abuelos rellenan el pavo de frutas que estaban partiendo;
los padres con cajas de flores y amores, con premura envolviendo, y
Belenes guardando a los Dioses, pastores y corderos paciendo,
alborotan Noéles con borlas muy blancas y renos bebiendo,
Y los "Santas" panzones, que bola o pelota me están pareciendo.

Suculentos manjares, que compartiremos bebiendo y comiendo,
ornado de bolas redondas, donde el olor se ha ido adhiriendo.

Turrón, polvorón y buñuelos que abultan en los papos, comiendo
naranjas y uvas muy rojas, en mesas redondas y todos riendo,
Los sueños de hoy, que no se consuman, ¡por favor, no salgan corriendo!,

ni las bolas rodando escaleras abajo; que vengan diciendo:
llegamos, no penséis que faltamos, ¡unidnos al gran Nacimiento!

Cada año es globo rodando en los almanaques, se va desprendiendo
y las calles, se cuajan de bolas que azotan los niños corriendo,
y el muñeco de nieve orondo y silente, al calor se iba fundiendo.
Despidiendo con pena las bolas tan rojas de acebos muriendo.
Cada año es bola rodante, que del anuario se va desprendiendo,
disfrutad, cercadlo de amor. Adioses al año y se aleja partiendo.


Lines y Jezabel
16-XII-2010

LAS BOLAS ROJAS

Llegó la Navidad en diciembre, tornando, deprisa, corriendo;
asomando la bola de plata en los cielos y estrellas meciendo.
Comparece queriendo o no quieras, girando en redondo y volviendo,
y colgarán las bolas radiantes en filos astrales blandiendo,
reflejando en su panza cualquier movimiento que estemos haciendo,
titilando en muchos colores desde un árbol que está floreciendo.
Y abatidas por canes buscando los troncos, ¡su pis conteniendo!
guirnaldas circundando la ramas, las bolas, y el suelo eludiendo

Los abuelos rellenan los pavos de frutas que estaban partiendo;
los padres con cajas de flores y amores, con premura envolviendo,
Belenes guardando a los Dioses, pastores y corderos paciendo,
alborotan Noéles con borlas muy blancas y renos bebiendo,
Y los "Santas" panzones, que bola o pelota me están pareciendo.

Cada año es globo rodando y que de almanaques se va desprendiendo
y las calles se cuajan de bolas que azotan los niños corriendo,
el muñeco de nieve orondo y silente, al calor se iba fundiendo.

Turrón, polvorón y buñuelos que abultan en los papos comiendo
naranjas y uvas muy rojas, en mesas redondas y todos riendo,
despidiendo con pena las bolas tan rojas de acebos muriendo.
cada año es bola rodante que del anuario se van desprendiendo.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
16 de noviembre de 2010

LA NAVIDAD

Me hubiera gustado ser una afamada ebanista: soy simplemente una anónima aunque orgullosa artesana de Belenes.

El primer Belén lo formé con figuritas de plastilina. El protagonista –como siempre- el NIÑO JESÚS, con su sonrisa y sus ojos marcados con un alfiler; María con una capa azul sobre la saya blanca sonreía como joven parturienta; y modelé con ilusión las figuritas que iban a saludar al RECIÉN NACIDO.

Al año siguiente, me serví de las piezas de Lego de mi hijo y dediqué todos mis esfuerzos a cincelar la figura del NIÑO -siguiendo los pasos del fabricante de cunas. No era un trabajo perfecto, pero JESUS se mantenía callado.

Otro año, con un buril, repujé el NACIMENTO sobre cuero; una vez enmarcado me sentí una buena artesana de belenes.. Pero me encontré, a la vez, cansada y con el pulso alocado. Desde entonces, he ido comprando Nacimientos de barro, Nacimientos de Lladró y Nacimientos de papel maché. Tanto los nacimientos adquiridos, como mi nacimiento de plastilina, mi nacimiento de madera y mi nacimiento en cuero llevan varios años primorosamente embalados, pero tristemente encerrados.

Solamente expongo el NIÑO JESUS de barro -sobre virutas de madera- y el NACIMIENTO en papel maché. A mis manos torpes se les ha unido una tristeza manifiesta: los días de Navidad, son eso, unos pocos días; luego vuelvo a mi vida hipotecada, seria, y físicamente enferma.

Sin embargo, a mi alrededor, veo corazones esperanzados. Mi hijo treintañero que me baja, con alegría, los dos Nacimientos. Las hábiles manos que han montado con ilusión, un precioso Belén en el ambulatorio; los pacientes que se acercan, sonríen, y reviven su esperanza -mientras esperan la llamada del médico. Familias enteras que se desplazan desde los pueblos que junto con los ciudadano@s van paseando, admirando y ¡quién sabe qué mas! el precioso Belén del parque de la Florida.

Y ahora que soy mayor, me sirvo de un Belén virtual, sencillo. Es mágico pues lo puedo visualizar durante todo el año. En el centro, siempre, el NIÑO JESÚS; a su derecha, complacida, María- Cerca de María se enciende una luz roja, ella se sorprende. Van abriéndose las contraventanas: vemos a una mujer joven, recostada contra el cabecero de la cama, entre cojines y con un bonito pañuelo floreado que le cubre su cabeza calva. Su mirada es triste; su hijo se aleja de ella. La voy acercando – con mi control remoto- a María que encantada posa al Niño Dios en los brazos frágiles y ansiosos de la mujer. Enciendo el segundo botón rojo, Se abre la puerta: en una cama de hospital, yace un hombre mayor Aparece entubado, debajo de la cama vemos una bolsa que se va llenando de orina. Quiero que este hombre se encuentre muy cerca del Niño: ¡es una persona tan generosa…! Una Navidad, exhortó a su esposa a que se uniera a la cena con su hijo y su nuera y él se quedó solo mientras una mano extraña le ofrecía trocitos de naranja que él saboreaba como si fuera el mismo Maná.

Las luces siguientes son intermitentes. La primera dorada es de una intermitencia urgente e insistente, que hace pestañear a Jesús. Un niño de cinco años, de mirada seria nos pregunta por la milagrosa medicación porque él quiere salir a pasear con sus papás, porque él también quiere jugar al fútbol, porque él quiere que su ángel le cuente historias de piratas. Sus preciosos ojos negros quedan clavados en los dulces ojos de Jesús. El idioma que usan se me hace indescifrable.

La segunda luz intermitente es verde. Corresponde a una adolescente de trece años Según se van abriendo las pestañas de su casilla, vamos viendo-sobre todo- vamos oyendo los golpes que da la niña con su pierna ortopédica. Quiere que esta pierna acate sus órdenes y que mueva el pedal de la bicicleta. En un momento de su duro entrenamiento, escruta las rodillas del Niño Jesús; sí las tiene perfectas, la belleza del niño va extendiéndose sobre su corazón Y mientras se cierran las cortinitas vemos que la niña se va levantando y que por enésima vez se aferra al manillar.

Isabel Bascarán ©
Diciembre 2010

NAVIDAD

La nieve se queda alojada en los viejos tejados, como si fuera un manto frío de estrellas.

Nosotros, tras la ventana, con nuestro aliento lleno de vida la llenamos de vaho, que luego como un niño, con el dedo, hacemos dibujitos navideños.

Salimos a las calles envueltos en nuestros abrigos y gorros, soplándonos las manos mientras la rozamos una frente a otra, para que así sea menor el impacto del frio en ellas. Tras varios minutos bajo el frío, nuestra nariz se enciende de un color rojo intenso como una cereza madura.

Nos quedamos impactados al ver las luces navideñas que en la calle han puesto, y volvemos la vista atrás, a cuando éramos pequeños y parecía algo mágico sacadas de un cuento de hadas.

Pero lo mas sorprendente es cuando llegan las noches, (Buena y Vieja), y toda la familia se reúne, junta y habla de historias pasadas, y por unas horas que le robamos al tiempo solo somos nosotros, sin problemas, sin tristezas sólo familia.

¡Feliz Navidad!


Jezabel Luguera ©
Diciembre 2010

NAVIDAD



Día 1 Miércoles.

Se despertó nervioso y cansado. No había sido una buena noche. El día era gris y triste, apenas desayunó y salió rápido para ir al trabajo. Antes pasó por la librería para buscar la prensa. Allí vio la noticia.

Día 2 Jueves.

Mitad de semana, pensó. Se acababa de levantar y tras una ducha rápida salió deprisa a tomar el café. Afuera lloviznaba, con ese caer constante y monótono del norte. Buscó el periódico y de nuevo vio la fecha.

Día 3 Viernes.

Había salido del trabajo y ahora circulaba en dirección a la montaña. Le esperaban los amigos con los que pasaría el fin de semana. Quería abandonarse y olvidar un poco el trabajo. Al cruzar por un pueblecito vio las cintas de las luces.

Día 4 Sábado.

Se estaba afeitando tras haber dormido profundamente. Afuera lucía el sol sobre un cielo azul. Por encima de las casas se veían las cumbres de las altas montañas cubiertas de nieve. Sin darse cuenta volvió a pensar en la nieve, en las luces, en lo que había leído unos días antes en la prensa y en la fecha.

Día 5 Domingo.

Segundo día del largo puente. Se levantó con una pequeña resaca ya que en la noche estuvo con los amigos charlando y bebiendo un poquito. Juan y Montse formaban una pareja admirable. Les apreciaba mucho y les consideraba como la familia que no tenía cerca. Debía darse prisa, pues habían quedado para comer a las dos.

Día 6 Lunes.

Tercer día del puente de diciembre. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Seguía luciendo el sol y la temperatura era agradable para estas fechas. Preparó el equipo de raquetas y bastones para caminar por el bosque. Afuera soplaba una ligera brisa que movía las ramas de los árboles, debajo de los cuales, Juan ordenaba el todo terreno que les llevaría.

Día 7 Martes.

Estaba cansado, pero era un cansancio físico. El día anterior había caminado por el bosque y peleado con la nieve. Una sensación de paz le acompañaba mientras el silencio, solamente era roto por el canto de algún pajarillo y el río que bajaba saltando entre las rocas. Hacía un rato que había comido y ahora estaba sentado y tomando el sol en el porche. Cerró los ojos y se quedó dormido.

Día 8 Miércoles.

Era el día de regreso y no tenía ganas de levantarse, pero debía hacerlo. Tenía que recoger todo y prepararse para volver a casa tras la comida. Parecía como si hubiera pasado mucho tiempo desde su llegada. Juan le hablaba y animaba para que volviera a finales de mes. Montse le ofrecía un frasco de miel para que tomara una cucharada cada noche.

Día 9 Jueves.

De nuevo en el trabajo y con pocas ganas de hacer nada. También estaba lloviznando. Parecía que el sol se hubiera quedado arriba, en el pueblo. Había humedad y la garúa era la constante de este nuevo día gris. Sonó el teléfono y le llamaron para una reunión. Al día siguiente tenía que estar en Salamanca.

Día 10 Viernes.

Estaban en un descanso del Foro. En el salón tenían un ligero desayuno esperando. Se sirvió una naranjada, tomó un café con leche y fue degustando unas pastas. Hacía frío en Salamanca. La reunión era monótona y deseaba salir para tomar el coche y regresar a la costa. Comería por el camino y así llegaría de día. Pensaba subir al pueblo.

Dia 11 Sábado.

El día estaba también luminoso, algo poco frecuente en esta época del año. Hacía una semana que había despertado en el mismo lecho y le parecía ya un siglo. Tenía que levantarse y arreglarse. Luego pasarían a buscarle Juan y Montse ya que iban a subir hasta la ruta de "Las ermitas" y querían enseñarle las ruínas.

Día 12 Domingo.

El silencio del pueblo fue roto por las campanas de la iglesia llamando a los fieles. Pensó en la última vez que había ido a una misa. Quizás cuando el entierro de Agustín, aunque pudo haber sido en la boda de Enrique, su sobrino. Sin embargo hacía mucho tiempo de ello, tanto que ni lo recordaba.

Día 13 Lunes.

Quizás la mañana estaba perezosa, con su gris que no quería despertarse. Día de trabajo para rendir cuentas del viaje a Salamanca. Luego tendría comida de trabajo y por la tarde el estudio concienzudo del informe que tenía sobre la mesa con el equipo jurídico.

Día 14 Martes.

Sonó el teléfono y le avisaron de que tenía que hacer un viaje inesperado. Se vistió rápidamente y salió a ese encuentro. Era una reunión en otro pueblo de la costa, problemas de medio ambiente. Comida a base de pic-nic y bebidas refrescantes. Al llegar a casa vio un escaparate con unas lucecitas.

Día 15 Miércoles.

Amaneció alegre y contento. La luz entraba por la ventana. Todo hacía presagiar que iba a disfrutar de un buen día. Sin embargo su sonrisa se esfumó de repente en la tarde. Una llamada fue la causante. Juan y Montse, habían tenido un accidente en su coche y les trasladaban al Hospital.

Día 16 Jueves.

Estaba amaneciendo y se encontraba con la frente entre las manos. Afuera la lluvia caía indiferente. Adentro, en un habitáculo del Tanatorio, reposaban los cuerpos de sus amigos que no pudieron soportar las graves heridas causadas. La noche les había arrancado la vida. Él aún no daba crédito a lo que estaba pasando.

Día 17 Viernes.

A las doce era el funeral en el pueblo. Mucha gente se congregaba alrededor de la Iglesia. Cantidad de personas le daba la mano y palmaditas en la espalda, pero no veía nada, no sentía nada. Sólo un dolor lacerante, un grito ahogado en su pecho y una rabia inmensa por todo lo que le rodeaba.

Día 18 Sábado.

Había pasado la noche en blanco. Pensaba y pensaba en lo irreal de todo. No tenía sueño. Sonó el timbre de la puerta y fue a abrir. Había una niña pequeña, parecía que pedía algo. Se fijó en sus ojos azules que le miraban profundamente mientras hablaba. No quiso escucharla y le cerró la puerta.

Día 19 Domingo.

Se encontraba mal. No aceptaba lo ocurrido. Hacía una semana estaba con ellos, en el pueblo y ahora... De vez en cuando venía a su pensamiento el recuerdo de aquella niña del día anterior llamando a su puerta y las lucecitas que había visto días atrás en el escaparate.

Día 20 Lunes.

Llegó tarde al trabajo. En realidad no quería ir pero debía hacerlo. Se preguntaba por qué debía ahora luchar, qué metas tenía él, qué le esperaba en su futuro. La figura de la niña llamando a su puerta y el cierre precipitado de su parte, volvió a su recuerdo. De nuevo se encontró pensando en aquellos ojos azules.

Día 21 Martes.

Su hermana Marta le llamó para que fuera a pasar Nochebuena con ella y su familia. Él quiso rehusar, pero Marta insistió y al final él le dijo que iría.

Día 22 Miércoles.

Camino del trabajo creyó ver la figura de una niña conocida. Corrió a la esquina por donde acababa de doblar su figura, pero ya no estaba. Miró al cielo nublado y sintió sus lágrimas en forma de lluvia. También él notó que una bajaba por sus mejillas.

Día 23 Jueves.

Muchas prisas en el trabajo. Los compañeros querían partir y acabar la jornada. Él contemplaba absorto unos documentos que no le decían nada. Pensaba en Juan y Montse, en su sonrisa perdida para siempre. Se levantó de la silla y salió a la calle. Hacía frío, pero no lo sintió. Creyó escuchar un Villancico.

Día 24 Viernes.

Después de un día lento y desesperante llegó la noche. La cena fue la acostumbrada en estas fechas. Marta tenía prisa, quería ir a Misa del Gallo. Le dijo que si la acompañaba. Él la contestó que no, que no le apetecía. Entonces ella le miró con sus ojos azules, ¡sus profundos ojos azules que tanto recordaba de su niñez!, y le dio un beso en la mejilla. Él se estremeció y sintió su mano entre las suyas.

Día 25 Sábado.

No sabía cómo había sucedido pero allí estaba, en la Misa del Gallo. Hacía un momento que la Misa había terminado y ahora, detrás de Marta, iba a besar al Niño Jesús. Su corazón latía con fuerza, algo estaba pasando, la figura que veía lejana se estaba acercando, le miraba con fuerza con sus ojos azules y veía en ellos esa luz especial, esa noticia, ese mensaje. "¡La Navidad y la Paz habían llegado!".

Allí estaba el motivo para seguir viviendo. Con lágrimas en los ojos, Besó al Niño, musitó una plegaria y volvió a la vida.

En el patio de la Iglesia, Marta tomó su barbilla, enjuagó sus lágrimas y le abrazó fuertemente.

Rafael Sánchez Ortega ©
15/12/10

EL ÁRBOL DE NAVIDAD



Se acerca el último mes del año y un cúmulo de sensaciones se entremezclan haciéndonos un verdadero lío en nuestro estado de ánimo.

Es ahora cuando las fiestas navideñas ¿se celebran? Vamos a decir que sí, que las celebramos. Son fechas en las que, desde pequeños, nos han inculcado que la familia debe de estar unida. Comidas, cenas, brindis, fiestas, alegría… Pero nunca estaremos todos juntos porque siempre falta alguien. Es ley de vida. Cuando no nos faltan los abuelos nos faltan los padres, hermanos o, en el peor de los casos, los hijos.

Por eso no me gustan las navidades. Pero cuando era pequeña sí que me gustaban y no era, como podría imaginarse, por los juguetes de los Reyes Magos, que por aquella época eran más bien escasos, por no decir inexistentes. Porque casi todo lo que aparecía la mañana de Reyes en el corredor de mi casa, encima de la habitual pila de panojas de maíz que los camellos de los Reyes dejaban toda revuelta en su intento por coger las mejores, eran cosas prácticas y necesarias: algo de ropa, muchas zapatillas; incluso, algunos calderos para ir a buscar agua a la fuente; que por aquella época no teníamos, todavía, agua corriente en las casas.

¡Hay que ver cómo ha mejorado el modo de vida en los pueblos en tan corto espacio de tiempo! Echando la vista atrás parece que hemos nacido en la prehistoria y sin embargo, todo esto ha sido hace unos pocos años.

Pero retomo el tema que nos interesa en esta ocasión. Cuando era pequeña estas fiestas daban comienzo con el soniquete de los niños de San Ildefonso entonando los números y premios de la Lotería Nacional. Desde muy temprano en todas las casas del pueblo se escuchaban los monótonos sones que aún hoy en día escuchamos cada 22 de Diciembre. Sólo hay una diferencia, ahora los premios son en Euros y de aquella eran en Pesetas.

A ninguno de los vecinos le importaba lo más mínimo que número saliese premiado porque ninguno de ellos se jugaba nada, pero les servía de tema de conversación, durante todo el día, el “dónde” y “a quién” le había tocado el Gordo de Navidad.

A mí no es que me importase gran cosa ese tema, pero sabía que cuando se escuchaban esas monótonas voces cantarinas, comenzaban una serie de tradiciones que se repetían año tras año. La primera de ellas, y la que más ansiaba yo, era la del árbol de Navidad.

Llevaba mucho tiempo esperando ese día de ese año en concreto. Sí, porque, por fin, podría subir con todos mis hermanos, primos y vecinas hasta el monte a cortar los árboles de acebo que adornaríamos por la noche.

Todos los años bajaban varios para que, ya en las casas, las respectivas madres eligiesen el más adecuado para cada vivienda según su tamaño y forma. El resto sobrante se desechaba. Por aquella época no había prohibiciones para cortar ningún tipo de árbol o arbusto. Abundaba toda clase de vegetación y ni por lo más remoto nos habríamos imaginado que llegaríamos a vivir con tales restricciones.

La subida hasta el monte fue dura porque los mayores en su afán por probar mis ganas y mi fuerza de voluntad eligieron los peores caminos posibles para llegar hasta el objetivo, con el fin de que me cansase y aburriese lo suficiente como para hacerme regresar a casa sin cortar el árbol. Esfuerzo que les resultó en vano pues soporté estoicamente, arañazos de las “bardas”, algunas ronchas causadas por las ortigas, que se empeñaban en saltar en lugar de rodearlas y, algún que otro tropezón.

Cuando comprobaron que no habría vuelta atrás por mi parte, que no iban a convencerme de volver, comenzó la búsqueda de los acebos más apropiados para la ocasión. Incluso me dejaron elegir algunos.

Por la tarde, ya en casa, había que desembalar los descoloridos espumillones, las bolas, algunas de ellas rotas por el quita y pon anual, pero se usaban todas. Siempre acabábamos encontrando el modo de colocarlas sin que se viese lo roto; y cómo no, la estrella que era el colofón de nuestro artístico trabajo y que colocábamos en lo más alto del árbol.

Era dorada, y en sus buenos tiempos es posible que hubiese tenido un poco de brillo, pero después de tantos años de uso, incluso el color dorado estaba un poco apagado.

¡¡Y la gran novedad!! Este año el árbol ¡¡¡tendrá luces!!! Sí, pequeñas bombillitas rojas, azules, amarillas y verdes unidas por un cable verde estaban diseminadas entre los espumillones y las bolas. Ya no necesitaba nada más para ser feliz. Por fin se había cumplido el sueño de ir a buscar mi árbol de navidad y además... estaba iluminado.

¡Qué poco necesitábamos para ser felices!

Laura González ©
Diciembre 2010

ESTA MAÑANA

Esta mañana se ha sentado a ordenar las cosas de ese viejo baúl, en él conserva todos los recuerdos, que año tras año le envían sus amigos y seres queridos, fotos, escritos, poemas.

Uno a uno los ha vuelto a leer todos, los ha acariciado y se ha embriagado con el olor a papel desgastado.

Al llegar al fondo del baúl ha aparecido una felicitación de Navidad, el sobre esta muy deteriorado y su papel es casi transparente, dentro hay una tarjeta, mira la fecha y se asombra, cuando la recibió era una niña.

Fue la primera postal que la enviaron, era de unos parientes que vivían en el extranjero, y recuerda haberse quedado fascinada ante ella.

Tiene dibujado un portal de Belén, se aprecian al fondo el buey, la mula, y una pequeña hoguera encendida al lado del niño, unas ovejas tumbadas, alrededor, y el suelo está lleno de paja, si mueve la postal hacia arriba, se puede ver sonreír a ese niño allí plasmado.

En aquellos años solo había tarjetas en blanco y negro, y recuerda como la enseñó con entusiasmo a todos, la guardó durante mucho tiempo en un libro de cuentos, hasta que al final fue a parar al fondo del viejo baúl.

Casi ni se acordaba de ella y al encontrarla, ha sido como si de repente, habría vuelto a su infancia, ¡cuántos recuerdos han venido a su memoria!.

Le parece verse celebrando aquellas navidades de antaño, sin luces en las calles, ni anuncios extravagantes, solo el calor del fuego, el olor a musgo de los nacimientos, y lo entrañables que eran aquellas navidades.

Las de hoy ya no le gustan, se ha perdido el auténtico espíritu navideño, que entonces sé vivía con intensidad y se compartía con todos, entre ilusiones y sueños.

Pero aún así para ella esta mañana llego la navidad, aquélla que hace tantos años con una simple postal enviada desde muy lejos, la hizo muy feliz.


Flor Martínez Salces ©
Diciembre 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Estaba emocionado, ya llegaba, nuevamente “Navidad!, lo que no imaginaba Carlitos era la tremenda desilusión que le esperaba.

La noche del veinticuatro, como siempre, se celebró en la casa de sus abuelos maternos con sus padres y sus dos tías y tíos. ¡Eran tan, tan, divertidas¡ Cantaban villancicos frente a la chimenea, al lado del Belén que habían montado su padre y su abuelo, con el fondo de papel de regalo, azul con estrellas doradas, un puente de corcho y debajo... el río Este era de papel de plata, de las tabletas de chocolate, sobre el Papá y Mamá patos, seguidos de cuatro patitos. No faltaba de nada, pastores, ovejas, figuritas varias y la familia de cerditos que su tía le había regalado ya que sabía cuanto le gustaban.

Cuando ponían a los tres Reyes Magos por orden, Melchor, Gaspar y Baltasar, Carlitos colocaba primero a Baltasar, ¡para eso era su Rey! y tenia que llegar el primero al Portal de Belén.

Ya escrita su carta a Baltasar, su padre le dijo:

-Dámela, yo se la doy al Paje del Rey.

El padre de Carlitos era amigo de un locutor de una emisora de radio, que en Navidad, tenían al mediodía un programa, en el cual, leían las cartas de niños, dirigidas a su Rey, y actores que respondían a cada niño.

El amigo del padre le confirmó:

-Mañana a las dos, pon la radio, que Baltasar, responderá a tu hijo.

Así, lo hizo, de pronto Carlitos, escuchó, detrás de un plato de lentejas:

-Respuesta del Rey Baltasar para Carlos.

(Voz de Baltasar) Querido amiguito Carlos, como he visto que has sido un buen niño, aplicado y obediente, te voy a dejar lo que has pedido pero tienes que prometerme, que siempre que tu mamá te ponga lentejas para comer, tu las terminaras todas, y recuerda, esa noche acostarte pronto, un besito.

-Mamá, Papá, el Rey me ve, está metido ahí, en la radio, ¡me ve, me ve y me ha hablado a mí!.

Carlitos miró sus lentejas, los ojos le brillaban y con su manita temblorosa cogió su cuchara y comenzó con la tarea que su Rey le había encomendado. Sus padres contenían la risa y disimulaban mientras le decían:

-Sí, te ha hablado, qué suerte has tenido, pero ya sabes debes comértelo todo que te está viendo.

Le llevaron a ver La cabalgata, ¡cuánta emoción, allí estaba Baltasar montado en su carroza, rodeado de juguetes; los suyos estaban ahí, se los iban a dejar esa noche... Los pajes tiraban caramelos sin cesar, de repente Carlitos se fijó en uno en particular. Sí, era él, no tenía la menor duda. ¡Era...era... Roberto! Debajo del turbante asomaban sus rubios y largos rizos, pero su cara estaba untada de betún negro.

-Mamá, mamá, ese es Roberto, el hermano de mi amigo Gonzalo, que si, mamá ¡mírale!

Esos reyes fueron los últimos de ilusión mágica, y todo por unos inocentes y largos rizos rubios del hermano de su amigo Gonzalito.


Ana Pérez Urquiza ©
Diciembre 2010

NAVIDAD FAMILIAR

Diciembre. ¡Ya se acerca la Navidad! La mía personal ha comenzado hoy, al pasar por Correos he comprado las tarjetas que todos los años envío a familiares y amigos mas lejanos. Es algo que he disfrutado desde siempre. Me gusta después verme correspondida leyéndolas y acompañándome con su presencia en estas fiestas. Ya desde pequeña me encargaba de hacerlo en casa. Desde hace muchos años las guardo todas; algunas son preciosas y las de Ferrándiz me cautivaban.

El día 8 festividad de la Inmaculada abro el “Baúl de la Navidad” Saco el Misterio grande que compré hace muchos años decorándolo yo misma con pan de oro y óleos. Sobrevive, aunque alguna que otra vez he tenido que pegar alguna mano. Luego le toca al árbol y por último los adornos. ¡La casa ya tiene sabor navideño!

El día 22 con el soniquete de la Lotería Nacional comienzan los preparativos de verdad. Todos los años viene la familia mas allegada de mi marido. Nos juntamos más de veinte personas. Hay que cambiar sábanas y toallas, preparar por el suelo todo lo que haya por casa, colchones, colchonetas, sacos de dormir, edredones, y cojines. En el salón hay que correr sofás, quitar alfombras y hacer sitio para poner el tablero largo con borriquetas. El que nos sirve también en verano, cuando de nuevo nos juntamos todos; pero ese día se vuelven a Santander a dormir a sus casas. Con eso y la mesa de comedor cabemos todos.

El día 24 es el de la locura. Siempre quedan cosas de última hora y el teléfono no para de sonar. No todos mandan tarjeta.

Sobre las 8 comienzan a llegar… ¡Vienen cargados! Más sacos y edredones, colchones inflables y comida, ¡mucha comida!, (en eso todos cooperamos)

Lo más divertido para los hombres es la hora de cortar jamón. Se meten en la cocina y comienza el descorche del vino tinto para acompañar. Hay que llenar unas cuantas bandejas.

La hora de cenar; todo primorosamente dispuesto. ¡Comienza la fiesta!

-¡Todos a la mesa! –grita alguien.

-¡El jamón, falta el jamón!

-¿Pero todavía estáis así? –otra voz.

-¡Que sí, que sí, que ya vamos! –dicen al unísono.

-¡Qué prisa tienen estas mujeres! –vuelven a decir.

Tengo que destacar la tarta maravillosa de hojaldre de mi cuñado y las bandejas de canapés variados que entre unos cuantos, bajo su supervisión hacen el día de Navidad.. ¡Una joya de presentación y riquísimos!

Todo muy entrañable y divertido, aunque se eche mucho de menos a los que ya no están.

¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!


Mª Eulalia Delgado González ©
Diciembre 2010

CON MÚSICA NAVIDEÑA


Ya lo he dicho más veces, yo para la música soy una calamidad; vamos, que tengo una captación fatal para las notas. Sensibilidad auditiva, cero. Hombre, a fuerza de oír muchas veces una composición, algo se me va quedando. Por ejemplo, reconozco enseguida la música de tengo una vaca lechera. La reconozco sin esperar a que llegue lo de tolón, tolón. Y también reconozco la de El sitio de Zaragoza, pero ésta porque cuando éramos jóvenes la cantábamos con una letra más verde que un prado en primavera. Fíjate si sería verde, que aunque la recuerdo perfectamente, no me atrevo a escribirla aquí. ¡No, no!, no insistas que no la voy a cantar, no vaya a ocurrir que no recuerde la música tan bien como yo creo, y haga delante de ti un mal papel.

De las músicas navideñas, me suenan dos. Hombre, si pongo mucha atención, a lo mejor reconozco alguna más, pero tengo que estar muy atento. Además, como estoy sordo…

Que si, que es una pejiguera esto de estar sordo, porque a veces estoy con un grupo de amigos, y me quedo a media vela de las cosas que estoy oyendo. Y cuando me piden opinión de algo que se dijo, no me queda más remedio que poner cara de circunstancias, (algunas veces debe ser cara de idiota,) encogerme de hombros, y responder como quien hace una concesión, hombre, ya sabes, hay de todo. Con lo que no te comprometes a nada, pero al menos contestas aunque no sepas a qué. Es una lata, ya lo se. Otras veces me conformo pensando que para oír las cosas que se oyen, es una suerte la sordera. Y algunas otras, es una auténtica suerte. Es cuando algunos pensando en que tu no oyes, se arriesgan demasiado en sus comentarios, y te enteras de lo que ellos no quisieran que te enteraras. Mi mujer me suele decir que no oigo lo que no me interesa, y hay veces que acierta.

Pero bueno, yo te estaba hablando de las dos músicas navideñas que reconozco casi al primer golpe de compás. Son Noche de Paz, (Llevo casi ochenta años escuchándola,) y la del anuncio de Turrones el Almendro. ¡Jo, tío, la del Almendro, me encanta!. Sobre todo el blando, que para el duro no me fío demasiado de la dentadura que le compré al dentista. Y no creas que es porque vi rodar aquí varios anuncios, e incluso hice cierta amistad con el director de rodaje que me introdujo un poco en ese curioso mundo. No, no es por eso. Es que soy un goloso redomado que jamás en esta vida encontré algo demasiado dulce, y los turrones son una de mis muchas debilidades. Los turrones y los mazapanes, y los polvorones y los alfajores, que una vez estuve en Medina Sidonia que es donde dicen que se hacen los mejores del mundo, y no reventé porque Dios no quiso. No, en Estepa no. De ahí son los polvorones que tampoco es moco de pavo; pero los alfajores fetén, son los de Medina.

Pensándolo bien, te diré que tampoco me importan otras marcas, como El Lobo, o 1880, u otras muchas de las que hay por ahí, con tal de que no traten de meter gato por liebre, y le pongan cacahuetes en lugar de almendra. Mira chaval, te lo estoy contando y sin darme cuenta babeo de puro placer. Es que eso de morder despacio y triturar la almendra molida impregnada de miel y clara de huevo es puro placer de los dioses del Olimpo.

A mi siempre me extrañó una barbaridad que los Reyes Magos no le hubieran llevado turrón al Niño. Lo del oro, hombre si, está bien, que el oro vale lo suyo Lo del incienso no creas que me convence mucho; vete tu a saber si Melchor, Gaspar o Baltasar no tenían por su país alguna plantación de marihuana y pretendían introducir en Belén sus aromas. Y lo de mirra, nada, la mirra es una gomorresina arábiga que no vale cuatro perras. Ahora, si se les ocurre llevar turrón, aunque el Niño no tuviera dientes, hubiera sido un auténtico éxito. El Chavalín se hartaría de chupar a la hora de dormir y no les hubiera dado a sus padres ni una mala noche. No irás a decir que el turrón no se había inventado en aquellas fechas. Si no se inventó entonces fue porque ellos no quisieron, pues no quedamos en que los hombres aquellos de los camellos eran Magos?

Pues nada, que empecemos todos las Navidades con la música de Noche de Paz, y tengamos todos la suerte de acompañarla con cualquier turrón que sea bueno, aunque no sea capaz de recordar la música de su anuncio. ¡Feliz Navidad, y Próspero Año Nuevo!

Jesús González González ©
Diciembre 2.010

domingo, 5 de diciembre de 2010

EL MARINERO EN LA ATALAYA

Todos los días le veía sentado en la atalaya y al pasar le saludaba. Él se descubría la cabeza tapada con aquella vieja boina y sonreía, su piel estaba curtida y en su rostro se veía el paso de los años en altamar.

Nunca se había parado a hablar con él, pero aquella mañana lo notó cabizbajo; al saludarlo no sonrió como los demás días, y tampoco se descubrió la cabeza.

Se detuvo, lo miró, su cara estaba triste y tenía la mirada perdida, observando el mar.

-¿Le pasa algo?

-No, -contestó.

-¿Se encuentra bien?

El marinero Volvió la cabeza; en su cara había mucha tristeza y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

-Hoy es un mal día para mi, -le respondio-, se cumplen veinte años de aquel naufragio, en que yo tuve la suerte de sobrevivir, pero mis compañeros de tripulación no.

Ahora las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con los surcos de su piel,

-"¡Maldito día en que salimos a pescar!. -prosiguió con su mirada triste-. La mar estaba tranquila, pero de repente entró una galerna. No nos dio tiempo a nada, el viento nos arrebató los aparejos y las olas saltaban por encima del barco; corrimos a refugiarnos, tampoco dio tiempo, el barco naufragó. Oía los gritos de mis compañeros, no pude hacer nada, me aferré a una de las cajas de pescado, no recuerdo mas, sé que desperté en el muelle, estaba rodeado de gente, y alguien me hacia soltar todo el agua que mis pulmones habían tragado. Estuve varios días aturdido, sin recordar nada, hasta que me fui recuperando y descubrí la verdadera tragedia.

-Algunos de mis compañeros aparecieron una semana mas tarde. El mar los devolvió a tierra, se puede imaginar como. Lo más duro fue encontrarme a uno de ellos una tarde que estaba aquí, sentado. Había resaca y el mar lo trajo, su cuerpo estaba intacto, me pareció creer que se movía, corrí hacia abajo ilusionado, era imposible, eran muchos días en el mar, pero un impulso me llevaba hacia allí esperando que estuviera bien, cuando llegué a la orilla, la imagen que contemplé me desgarró por dentro.

-Sí, era José uno de mis compañeros y mi hermano, en sus manos tenía aferrada una figura de la virgen que llevábamos a bordo, fue imposible arrancársela. Esa imagen se me quedó grabada sin poder olvidarla, maldije al mar una y mil veces, casi enloquecí, estuve varios meses sin poder mirar hacia él".

Sin darme cuenta me había agarrado y le tenía abrazado. Él se dejó y nos fundimos en un sollozo compartido.

Ahora todas las mañanas me siento un rato junto a él y sin decirle nada, cogidos de la mano, miramos hacia el mar.

Flor Martínez Salces ©
Noviembre 2010

RAZA MARINERA

Poco o nada queda por decir y escribir sobre los usos y costumbres de esta intemporal raza marinera que tiene por bandera su Mar Cantábrico.

Hoy y siempre, queremos recordar a esos curtidos pescadores de bajura o de altura, a esos marinos que consiguen hacer de su medio de subsistencia una filosofía de vida.
Nada parece asustarles cuando se encuentran en las tabernas de los puertos y comentan como, en la última travesía, veían desencadenarse una de esas tormentas en las que, este mar que nos baña, muestra toda su bravura amenazadora, sacudiendo las embarcaciones como si de un fino papel de fumar se tratase.

Casi sin tiempo para reaccionar el cielo azul se encapota tornándose en oscuros tonos grises donde los grandes nubarrones parecen participar en una alocada carrera, animados por el retumbar de los truenos y las fugaces filigranas trazadas por las descargas eléctricas.

Los curtidos marineros van narrando sus peripecias para quien las quiera escuchar.
Sus mujeres les atienden sobrecogidas por la angustia al pensar que tanta valentía puede costarles la vida. Es en esos días en los que arrecian las tormentas cuando las mujeres de los marinos escrutan con ansiedad la mar, invocando con lamentos a sus dioses y vírgenes para que nuevamente hagan un milagro y se los devuelvan sanos y salvos a puerto.

¡Ay Virgen de la Barqueruca gloriosa!

Rezan para que las embarcaciones resistan los envites del mar embravecido y sus maridos, padres, hijos o hermanos tengan la calma y la destreza necesarias para ganarle la batalla, una vez más, a la fuerza de la naturaleza.

Estarán calados hasta los huesos, tiritando de frio y miedo pero ellas saben que no se rendirán.

El sonido de las olas y el viento en la bocana de la ría las hace estremecer, y abrazadas unas a otras comienzan de nuevo la misma plegaria.

¡Ay Virgen de la Barqueruca gloriosa!

Mientras en la inmensidad del mar, luchando con destreza, energía y denodado valor, un pequeño grupo de hombres, algunos casi niños, dejándose guiar con fe ciega por su patrón, logran salir, una vez más del peligro.

Amaina la tormenta y todos rezan en silencio, a su virgen como tantas veces han hecho y seguirán haciendo todos los días de su vida.

Laura González ©
Noviembre de 2010

LA ROSA DEL MAR

Laura era una pequeña princesa de un lejano paraje, se pasaba los días asomados a su balcón y desde allí tenia la mejor vista de aquel extraño manto azul, al que todo el mundo le llamaba “el mar”.

Laura era muy infeliz, porque el rey Sebastián, su padre, era muy protector. No quería que a su única hija le pasase nada, y por eso, nunca había podido salir de su castillo. Ella quería ser libre, correr por las praderas pero sobre todo quería tocar ese manto azul.

Una mañana, en la que nuestra princesa jugaba en el jardín, observó a un niño. La extrañó ya que nunca había visto de cerca a uno y solo se relacionaba con adultos, y a ella, le aburrían mucho. Quiso ir a saludarle pero no se atrevió y tal como le vio, desapareció.

La princesa estaba muy triste por no atreverse a saludar a aquel niño. Su abuela que la había estado observando, le conto una vieja leyenda, para que así olvidara su cobardía:

Esta trataba de la rosa del mar que era un extraño amuleto que las nubes crearon, para Poseidón el rey del mar, para que nunca olvidase que el mar y el cielo son libres, pero siempre están pendientes el uno del otro, y si uno está triste y se oscurece, su viejo amigo le acompaña incondicionalmente. Además, aquella persona que encontrase esa rosa, sería libre, y acompañaría y ayudaría a todo aquel que fuera digno de ella.

Unos viejos marineros, esclavos de ellos mismos, la buscaron, pero se hundieron en el intento, y dice la leyenda que solo encontrará la rosa, la mano inocente de un corazón valiente y para encontrarla solo tiene que responder a la pregunta de Poseidón.

Laura, entusiasmada por la historia de su abuela, decidió engañar a la guardia real y se vistió como uno más de sus humildes plebeyos. Ya estaba en la puerta del castillo, cuando una mano la cogió del hombro y paró su fuga. Era aquel niño, el que había visto en el jardín.

Tomás, que así se llamaba el chico, la preguntó qué estaba haciendo; ella le conto la historia de su abuela y la necesidad de ser ella, la persona que encontrase la rosa, porque quería ser libre.

Tomás, le contó que era el hijo del jardinero, y que su padre tampoco le dejaba ser libre, solo trabajo y trabajo. La dijo que no iría sola en busca de Poseidón, que él seria su humilde escudero, ya que ella era un Valiente caballero. Laura aceptó de inmediato, la daba miedo Poseidón, pero con Tomás, podría con todo.

Y así comenzó la aventura, al cabo de varias horas, Laura tocó el mar, le olió y formó parte de él con sus lágrimas. ¡Por fin podía sentir que era el mar!

En ese instante, el mar se abrió y de él emergió un ser fuerte, poderoso y ella sabía que se trataba de “Poseidón”.

Tomás hizo una reverencia como si fuera el mismo rey.

-¿Qué hacéis aquí?, ¿A qué habéis venido?.

Pasaron unos instantes y nuestra princesa, cogió todo su valor y contestó:

-Te estábamos buscando, queremos la rosa del mar.

Él les contó que para obtenerla necesitaban contestar a su pregunta, y si la respuesta era la incorrecta, formarían parte del mar para siempre y nunca mas podrían tener la oportunidad de ser libres. Aceptaron de inmediato, porque no tenían nada que perder.

-¿De qué color es la rosa del mar, azul como yo ó roja?

Laura, sonrió y rápidamente contesto:

-Roja.

El dios del mar no se lo podía creer, había acertado.

-La rosa es tuya princesa, pero contéstame, ¿cómo sabes que es roja?.

-Muy fácil Poseidón, una persona para ser libre, tiene que tener un corazón valiente y sincero ¿no?, pues el corazón es rojo no azul.

El dios del mar cumplió su trato, y les entrego el amuleto creado por las nubes, era precioso, y cuando Laura la tuvo en su mano, sintió la energía que desprendía y el valor que le ofrecía para ser libre.

Regresaron al castillo, no sin antes prometer al mar que cuidarían de su rosa y la compartirían con el mundo. El rey y el jardinero les esperaban muy enfadados, pero sobre todo preocupados, Tomás y Laura contaron su hazaña y sus padres supieron que no podían tenerles prisioneros para siempre, porque el mundo es peligroso, pero les estaba esperando.

Asi que muy tristes pero orgullosos se despidieron de sus hijos, pero con la condición de que allí donde estuvieran plantarían una rosa roja, para así saber que seguían siendo libres.

Jezabel Luguera ©
Noviembre 2010

AL MAR Y SUS HOMBRES...

Homenajear a esos hombres que se pasan casi toda su vida en el mar, muchas veces embravecido, hasta límites insospechados, debería ser empresa fácil.

Están viviendo en la fábrica; una fábrica que se mueve sin cesar y que a la hora finalizada de su trabajo no pueden ir a casa, con su familia. Siguen ahí, lejos de todo y muchas veces hasta de su patria.

El único consuelo es que ahora, gracias a Dios, la técnica ha avanzado para bien de ellos y de todos. Los barcos son mas grandes y seguros, son unos medios de comunicación inimaginables hace tan solo unos años; y los turnos para ir a su casa mucho más llevaderos.

Pero no nos engañemos, el más grande trasatlántico en medio del océano sigue siendo una "cáscara de nuez" y esos pescados tan ricos que nos comemos cuesta muchísimo trabajo pescarlos, y cada vez es más difícil con los caladeros un tanto esquilmados.

Como mujer de marino, que alguna experiencia he tenido, acompañando a mi marido en alguna travesía, puedo dar fe de lo que estoy diciendo.

En barcos mercantes grandes, a veces, las olas barrían la cubierta y salpicaban el puente de mando, dejando unos peces voladores, parecidos a sardinas con las alas, esparcidos por el suelo. Yo ya sé lo que es "mar arbolada".

Pero el mar, todos sabemos que tiene esa belleza brutal, que tanto nos fascina, y que cuando está en calma es una auténtica delicia deslizarse sobre él y así poder disfrutar de una manera diferente del paisaje, que cambia por completo si estamos cerca de tierra.

Del sinfín de tonalidades que puede adquirir, de ver a los delfines acompañando la travesía con mil piruetas delante de la proa y a ambos lados del barco; como contemplarlo desde tierra bramando contra las rocas o deliciosamente manso, reflejando como un espejo, puentes, barcos y montañas.

María Eulalia Delgado González ©
Septiembre 2010

HAY PESCADORES CURTIDOS

Hay pescadores curtidos
en los mares y la tierra,
unos faenan en barca,
otros las redes arreglan.

Pero también hay marinos
de alpargata y de ribera,
los que buscan en el fango
la gusana y las almejas.

He vidido todo esto,
en mi casa, muy de cerca,
por ser hijo de un marino,
maquinista por más señas.

Navegaba con su barco,
siempre a punto y siempre alerta,
a los bancos y a las playas
a lograr llenar la cesta.

Unos días eran buenos,
otros menos por las fechas,
con el yodo y el salitre
penetrando por sus venas.

El regreso para el puerto,
era un acto de leyenda,
con el sol en el ocaso
y bajando la marea.

¡Qué espectáculo tan lindo,
qué emoción y qué belleza!,
a pesar de días tristes
por la falta de la pesca.

Aún recuerdo aquellas días,
los inviernos y tormentas,
temporales del oeste
con amagos de galerna.

Ir al mar era un suicidio,
la marisma era la presa,
y hacia allí se dirigían
los marinos de la aldea.

Con el frío en sus espaldas,
tiritanto y sin protesta,
caminaban sobre el fango
arrancándole sus piezas.

Las navajas, una a una,
se extraían de la arena,
las almejas con la azada
completaban esta escena.

Era un cuadro sugerente,
una estampa siempre tierna,
aquel ver a los marinos
cava y cava, por su cena.

Regresaban tiritando
y buscaban la taberna,
y entre el tinto y el clarete
consumían sus miserias.

Yo he vivido, siendo niño,
lo que dicen estas letras,
y he sentido en mis entrañas
lo que dice la sal muera.

Lo que dicen no son versos,
ni tampoco son poemas,
eran gritos a la vida,
de la gente marinera.

Rafael Sánchez Ortega ©
07/11/10

jueves, 2 de diciembre de 2010

EL MAR

En la noche, se apagan las luces, se encienden los sueños y sueño. ¡Sí, sueño Mar, contigo!. Nací a tu lado, regrese junto a ti, me sumergí en ti, te dí mis primeros abrazos, me abrazas, te abrazo. Te temo, te quiero te huelo, eres como las gentes de tus costas, avisas, no engañas, fuerte, sincero, miras de frente, envistes, atacas y das calma.

Me gusta como borras las huellas de mis pies descalzos en la arena mojada, es un juego que tenemos, pues yo vuelvo a dejarlas y tú regresas y las llevas, eres más fuerte que yo, y sin duda, tú ganas.

Tienes una voz masculina y susurrante, eres… EL MAR , te he navegado y me has asustado, diciéndome; ¡estoy aquí! pero necesito verte sentirte. Cuando estás enfurecido quieres recuperar lo que la tierra te ha arrebatado y en ataques de ira lo consigues.

Eres un privilegiado, cuando estas sereno, en calma, todo el firmamento es tuyo, en esas mágicas noches de verano me lo regalas. La redonda Luna llena te mira coqueta y presumida se refleja, con su corte de estrellas.

Neptuno te pide demasiado, te llevas seres humanos, es la eterna lucha entre LA TIERRA y EL MAR.

Deseo que esta noche fría y oscura, la pases en calma y tengas un reconfortante sueño, para que mañana, amanezcas con un bonito color azul intenso, limpio y oliendo como solo tú hueles.

Mar, yo soy para ti, y tu eres para mí. Hasta mañana, Mar.


Ana Pérez Urquiza ©
Noviembre 2010

ENCARGO MARÍTIMO.

De la mar me pediste que hablara,
y de ella, que dijera de todo
de los vientos, borrascas y cielos
o de cientos de peces y lodos.

Encontrando de pronto una hoguera,
es la luna que luce en su cosmos
o en estrellas que enseñan la estela
apagada en fondones muy hondos

Y me dijo que fuera sincera,
que le hablara de hombres a bordo
y contara las miles de muertes
que se fueron directas al fondo.

Y me dijo además con sonrisas,
si encontrara en los versos tesoros,
o en su vuelo las aves piando,
y al pirata, abordajes y loros.

Comprometo mi pluma este día,
envolviendo la vida de todos
en faenas de pesca o de guerra,
de piragüas, motoras y plomos.

En los grandes océanos veo
entre palmas, arenas y cocos,
que en las islas se hayan flotando
y que acunan el tiempo en reposo.

Tempestades que asedian la tierra
retozando, dejando despojos,
de galernas, tifones, glaciares
y botellas cargando sollozos.

Con colores les han bautizado
tornasoles teñidos, preciosos,
¿es el blanco, el azul o ese verde,
quizá el negro, amarillo o el rojo?

Ese mar que llevado de amores
nos afecta llenando de arrojo,
fusionadas en ella las lágrimas
de pasiones que exultan el gozo.

Es la mar, ese piélago inmenso
de temores, amores y mozos,
con la pesca, las ninfas y dioses
de sus calmas, corsarios y fosos.

El encargo te entrego pensando,
que va pleno en detalles hermosos,
y al sumar despacito los versos
superaron en largo los ocho.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
28 de noviembre de 2010

EL MAR

El presidente de la Asociación Musical Virgen de la Barquera visitó nuestro Taller de Escritura para proponernos si nos parecía bien hacer un Recital Literario en su nueva y remozada sede de la Barquera, y nos pareció a todos una idea excelente.

Rafael, nuestro director nos recomendó que para tal evento escribiéramos algo relacionado con el mar, con los muelles, la pesca, los marineros, el Santuario, o la agrupación de tambores y cornetas, y yo me decidí por el Mar.

Por eso, Mar, me llegué hasta la playa para verte de cerca y hablar de ti con una imagen reciente. Te encontré enfurecida, Mar. Estos días sufriste un ataque de locura y arremetiste violenta y colérica contra la sufrida costa para destruir sin piedad cuanto te fue posible. ¡Maldita sea tu furia, Mar! Y maldita tú, cuando pierdes la compostura.

Durante largos minutos observé tus movimientos que no ocultaban tus malévolas intenciones: aprovechándote de que la playa estaba desierta, de que en aquél momento no entraban ni salían barcos cuya tripulación te pudiera acusar, batías con fuerza el espigón, como a traición, como con odio. Te ensañabas en él empujándole con tus brazos enormes en forma de olas gigantescas, y tratabas de derribarle. En tu retroceso te amparabas en las rocas emergentes sobre las que estribabas para regresar con furia renovada, y repetías sin descanso tus terribles embates…

El cielo estaba encapotado, y tú, camaleónica siempre, vestiste su gris sombrío para confundirte con él, allá en el horizonte; pero a media distancia ya se adivinaba tu movimiento ondulado y tenebroso que venía a desvanecerse, convertido en sucia espuma, sobre la playa empequeñecida y triste. De tus entrañas salían sordos rugidos que atenuados por la distancia, y confundidos con el reventar de tus olas, llegaban a mis oídos.

La luz de la tarde había perdido sus brillos, y nos envolvía a ti, a mí y al paisaje entero, en un resplandor mortecino, que a duras penas nos llegaba de poniente.

Motivado por todo ello no pudo mi mente ver otra cosa que no fuera tu saña y crueldad de movimientos, y pensé en los cuerpos de bañistas incautos que a traición tragaste; en los pesqueros engullidos en altamar sin opción al salvamento, en los paquebotes zarandeados sin piedad, y en los maremotos con los que, asociados con huracanes, barriste sin compasión, poblaciones enteras llevándote por delante, vidas, casas y enseres de gentes pacíficas e inocentes…

Te sorprendí en mal momento, Mar. Por alguna razón que tu sola conoces has vivido unos días de furia enloquecida, y no puedo contar de ti más que lo que tu estampa embrutecida me inspiró.

Todos hacemos cosas que no debemos hacer; yo también. Por ello te prometo volver en primavera, cuando en este local resuenen los ensayos de cornetas y tambores para festejar la Folía, porque estoy seguro que su música aplacará tu furia. El redoble de los tambores amansará tu ira, y vendrás dulce y azul para adormecerte plácidamente sobre la playa dorada. Entonces, Mar, volveré a escribir para contar como es tu cara buena, que todos sabemos que también la tienes….


Jesús González ©
Noviembre 2010

domingo, 21 de noviembre de 2010

LA CASA VIEJA


Piluca está de vacaciones. Es final de verano, ya queda poca gente y se siente aburrida en la playa de un pueblecito asturiano en el que está veraneando con sus padres. Tan ensimismada estaba que no se enteraba de que alguien la observaba.

-¡Hola! Me llamo Jorge. -A Piluca se le ilumina la cara. Ya tiene un amigo de más o menos su misma edad, 12 años.

Chapotearon bañándose, se rieron y contaron historias.

-Ayer he descubierto una casa abandonada –dijo Jorge.

-¿Quieres que esta tarde echemos un vistazo?

Quedaron a las seis de la tarde; se encontraron cada uno dando sus buenos mordiscos al “bocata” de la merienda.

Enfilaron por un camino. Al final del pueblo allí estaba. Con lo primero que se encontraron fue con la verja grande y bastante llena de herrumbre de la entrada. Jorge empujó y la puerta cedió. La casa era grande y vieja, de dos plantas, un tanto descuidada pero hermosa. Ante ellos un círculo ajardinado con un gran magnolio en el centro les dio la bienvenida. A la puerta de entrada se accedía por los lados con sendas escaleras y barandilla de forja.

La casa en verdad que estaba muy descuidada; oscuras paredes y desconchones por doquier dejaban ver su piedra descubierta cual sangrantes heridas. Pero a Piluca no le acababa de convencer que fuese una casa abandonada.

-¿No ves que alrededor de la casa hay muchas flores? –le dijo. Margaritas grandes entrelazadas con rosas, caléndulas de vivo color anaranjado con geránios de diversos colores e hileras de hortensias bajo sus ventanas altas y de y de pintura muy deslucida.

-¿Buscáis a alguien? –dijo una voz detrás de ellos.

¡Ahhhh! –dieron un grito. Volvieron lentamente la cabeza y se encontraron con una señora un tanto mayor pero de cara bondadosa. Piluca avergonzada dijo:

-Jorge pensaba que era una casa abandonada.

-¿Queréis que os la enseñe?

-¡Oh, sí, -dijo Jorge.

Entraron. Todo era muy oscuro. Un pasillo largo iba de lado a lado de la casa con otra puerta al final que daba junto a la cocina. El suelo de madera ancha y muy oscura crujía que era un primor. De las paredes colgaban cuadros grandes un tanto ajados y oscuros de un color que casi no se apreciaban los paisajes pintados en ellos.

Abrió una puerta; era un despacho. Vieron muchos libros metidos en una vitrina y una mesa grande y oscura con un sillón muy labrado con el asiento de terciopelo rojo. A Piluca le gustó el pisapapeles que estaba encima de la mesa, una bola de cristal con muchos colores

-Esta es mi habitación, -dijo abriendo la siguiente puerta. Una cama altísima de hierro forjado y bolas de latón dorado presidía la estancia. Pero a Piluca le gustó aquella colcha de vivos colores, aquellas rosas en un jarroncito de cristal finísimo encima de la cómoda y el sol que entraba por los visillos transparentes por donde se podía ver el jardín. Era acogedora.

Estaba mirando un reloj de cuco muy gracioso y de pronto ¡las ocho!. El pajarito les devolvió a la realidad. Tenían que irse.

Al salir vieron en medio del pasillo una escalinata ancha que subía al piso de arriba.

-Os emplazo para otro día a merendar y seguir conociendo mi casa, -dijo Amparo- que así se llamaba la Sra.

-¡Claro que sí! Contestaron al unísono. Todavía les quedaban unos días hasta el comienzo de las clases.


II


Dos días después, Piluca y Jorge decidieron volver a la casa vieja que creían abandonada.

Esta vez entraron deseosos de ver a Amparo. La encontraron rastrillando hierba debajo de una higuera. Les sonrió y señaló los frutos gordos y dulces que comenzaban a madurar en sus ramas. Ni cortos ni perezosos se lo pasaron en grande, no solo comiendo higos, también ciruelas, claudias y peras de los frutales plantados a lo largo del camino que conducía al establo. Solo quedaba una lustrosa vaca que Amparo ordeñó delante de ellos en una jarra.

La finca seguía con una gran pomarada, llena de manzanas de diversas tonalidades según su clase, con las que harían sidra en un “lagar” que la familia tenía en el pueblo cercano.

Se adentraron en la casa sin olvidarse de la leche y los condujo directamente a la cocina. Era muy grande. Dos ventanales delante del fogón dejaban ver el camino de frutales que acababan de recorrer. Al otro lado una mesa para varios comensales les llamó la atención por su gran frutero de cristal tallado repleto de jugosas manzanas rojas, muy pulidas y brillantes. Encima, una barra de hierro, que en otra época colgaban todos los productos de la matanza, ahora solo tenía una ristra de chorizo, pero en cambio no faltaban las cebollas, ajos y pimientos choriceros, dando una nota de color a aquella vetusta y descolorida cocina.

Pero Amparo les dijo que harían un buen bizcocho para tomar con la leche, así que se pusieron manos a la obra. Había que cerner bien la harina, mezclar las yemas de huevo con la nata que tenía guardada y batir las claras a punto de nieve para que saliese esponjoso.

En un lateral de la cocina estaba la despensa, ahora bastante desprovista, pero no faltaban tarros de mermelada hecha por Amparo, y de tomate frito. Hasta dos botellas de Pacharán casero con sus guindas dentro reposando. Todo delicadamente expuesto en las repisas con puntillas de ganchillo. –Labores de invierno –como diría. Al fondo un montón de leña esperaba para ser encendida en la cocina de carbón, en cuanto los fríos llegasen.

Después de “ponerse las botas” merendando, subieron al piso de arriba por la escalera de desgastados peldaños y pasamanos pulido y brillante del sobe de los años.

Amparo les explicó que esta parte de la casa se usaba sólo cuando venían sus hijos, pero en el distribuidor encontraron “el arcón de los tesoros”. Estaba lleno de ropa antigua y los dejó un rato a sus anchas probándose estolas, vestidos de volantes con puntillas antiquísimas. Hasta encontraron un abanico lacado negro, con rosas rojas pintadas, espectacular y un sombrero adornado con plumas y cintas de lo más original.

Antes de irse. Amparo los dio una bolsa a cada uno para que pudiesen llevarles a sus padres un poco de fruta recién cogida. Seguro que les haría ilusión.

Todo había sido muy agradable y lo recordarían en esas tardes de domingo frías de invierno como algo cálido y entrañable. Ya Amparo sería una amiga muy especial para siempre. -“¡Hasta el año que viene!”, -Se despidieron.

Mª Eulalia Delgado González
Noviembre 2010

LA VIEJA CASA

¡Oh "vieja casa" que estás abandonada!,
ya vuelvo a ti,
voy a tu lado,
quisiera buscar las fibras más sensibles,
que se esconden y que duermen,
limpiar el polvo y telarañas
y recibir ahí, de nuevo, tus silencios.

Me gustaría saber escribir,
poder plasmar en unas letras
lo que siento,
decir en pocas palabras aquello
que brota en mi alma,
lo que arde en mis labios
y galopa en las venas.

Quisiera poner en orden los
muebles y rincones de esa
"vieja casa" de la aldea.
Aquellas paredes robustas,
curtidas por los vientos y las lluvias;
pintar sus ventanas oscuras,
abrir los balcones y las puertas,
dejar que el aire entre y se ventilen
los recuerdos y las sombras.

Qusiera tener la habilidad
de los artistas,
para poder cuidar aquel jardín abandonado,
en que busqué la rosa tanto tiempo,
para verlo crecer en primavera
y, nuevamente,
cortar allí la flor de la esperanza.

Quisiera desempolvar aquellos sueños.
Las viejas fantasías de la infancia,
los cientos de recuerdos apilados,
en el desván y entre las sombras,
junto a las sonrisas y los llantos
que ahora duermen allí,
solitarios y abandonados.

Quisiera abrir esas ventanas
y que la luz llegara hasta la cocina,
que penetrara en la biblioteca
y que las letras de los libros murmuraran,
como entonces,
aquellas viejas historias y leyendas,
aquellos cuentos que escuchaba y que vivía
mientras mi mirada se perdía entre las brasas
y los leños de la oscura chimenea.

Y quisiera sentir la vida y tu presencia.
Sentir ese latir medio alocado,
y roto de mi pecho,
buscando tu figura invisible,
la risa cantarina de tus labios,
tus manos tan preciosas,
el brillo de tus ojos, eternos y sin sombras.

¡Oh "vieja casa" del jardín de invierno!,
¡cuánto daría por poder hablarte,
por poder decirte todo esto con mis letras!,
¡por poder sentir tus muros
y fachadas con mis dedos!.

...Pero no sé escribir y lo lamento.
No puedo ofrecerte la flor
y la rosa como antaño,
ni puedo darte los besos que yo quiero.
Me queda sólo el recurso de los niños,
me queda simplemente la huella
profunda de tu abrazo
y ese candor inmenso de tu alma
y de tu vida, entre mis sueños.

Rafael Sánchez Ortega ©
08/11/10

LA CASA VIEJA

Hoy, hace diez años murió fulminado Raúl.

Vivía en La Casa Vieja, allá en el Cerro, junto al océano Pacífico. Mal vivía en compañía de su abuelita.

Irene emigró buscando un futuro más justo. Aterrizó en un barrio cercano al mar Cantábrico.

Las ovejas del barrio hablan la misma lengua ancestral. Todas muestran orgullosas su piel blanca, y las más añosas, apostadas a los lados de la entrada, impiden la intromisión de razas de menor rango.

Irene llegó en primavera, cuando todo reverdece y todo recobra vida, y con la vida llega la esperanza. Irene no encontró trabajo, pero se topó con mi hermano pequeño. Mi hermano era generoso, liberal, cariñoso, servicial. Sin pensarlo dos veces, acogió a Irene en la casona blanca. Pronto cambió el paisaje cotidiano: ni brazos en alto como saludo matutino, ni señales de stop para contarse las trivialidades del día –de vuelta del trabajo… Y mi hermano fue perdiendo su coraje, su auto estima y el brillo de su personalidad.

El segundo viaje de Irene a La Casa Vieja fue aún más alegre que el primero. Con la plata que llevaba no sólo aseguró una vida más decente para Raúl y la abuela sino que compró pintura para remozar La Casa Vieja y un balón de fútbol para su hijo. Pintaron la fachada de amarillo y verde, pusieron rímel en los marcos de dos ventanucos, y de carmín cubrieron la rugosa puerta. Y Raúl con su balón, la abuela e Irene formaron un cuarteto feliz frente a su obra: ¡parecía una Polichinela! Y se desternillaron de risa.

La marcha de su mamá fue algo más suave esta vez –a pesar de sus doce años. Raúl se exigió un duro y tenaz entrenamiento con la esperanza puesta en un mañana familiar. Y La Casa Vieja sería reconstruida.

Irene de nuevo en la casona blanca, se echó en los brazos de Ion. Lo encontró ojeroso, y más delgado. Ella intentó pasar algo del color y de la hilaridad de La Casa Vieja a las estáticas y antisépticas estancias. Sin embargo, nada cambiaba el ánimo de Ion que cada día vagaba más silenciosamente

El ruido de dos cucharas sobre los platos soperos fue roto por una llamada telefónica:
“Raúl ha sufrido un accidente fatal Un cable suelto –donde fue a parar el balón- ha sido el responsable”

Irene voló a La Casa Vieja. Asió una aguja de tejer y emprendió a pinchazos y rasguños contra el balón de cuero, a dentelladas cortó las puntadas. Después, llegaron las patadas y los arañazos que arrancaron todos y cada uno de los jugadores del equipo brasileño. La Casa Vieja se despanzurraba. Agarró la desvencijada silla y barrió lo que se mantenía de pie. Un abrazo triste a su madre mientras le escurría un rollito en el mandil.

Con la maleta llena de luto, Irene se unió a su pareja y también en pareja se enjugaban las lágrimas. Mas cada día, la noche se presentaba en la casona antes que en la casa de los vecinos.

El Día de los Difuntos, mi hermano y yo nos rezagamos ante la tumba de nuestros padres.

-Mari, no sé qué me duele más: la ausencia de Raúl o la presencia de mentes hitlerianas entre mis amigos.

- Dales tiempo. Tal vez lo necesiten.

“HORRA, HORRA
Gure Olentzero…”

Ion se abalanzó hacia la puerta. Delante los vecinitos, detrás sus padres. Cantaron el villancico enterito. Luego se formó un batiburrillo de brazos, cabezas, piernecitas…Los niños alzaron sus panderetas y entonaron el BELEN

“Campanas de Belén…”

Se lo sabían también enterito. Con el preciado aguinaldo en los bolsillitos de los trajes de Neskita y Baskito, los cuatro –agarrados de la mano -se alejaron.

La idea de construir un ambulatorio vecinal en La Casa Vieja del Cerro fue ovacionada por todos los parroquianos. Los gastos han sido y son sufragados por los vecinos. Desde hace cinco años, las noticias de La Casa Vieja van saltando de buzón en buzón.
¿Que qué más recibe mi barrio de La Casa Vieja?

Las ovejas se entienden ahora en varias lenguas. Las mayores han desaparecido. Y la piel no es ya tan blanca.

Y palpo la conexión perfecta, dulce e indestructible entre mi hermano, mi hermana y mis vecinos. Y…


Isabel Bascarán ©
San Vicente, a 16 de noviembre de 2010

GUARDIÁN

Erik era un chico que vivía en una pequeña aldea con su familia, bueno con su madre y su hermana pequeña ya que su padre, se había ido a trabajar a otras tierras y hacia mucho que no le veía.

La aldea era muy pequeña pero acogedora y reinaba una paz especial, o eso pensaba Erik, pero una mañana, mientras emoloneaba en la cama, escucho llorar a su madre. De un salto salió de la cama y se dirigió a la cocina, la encontró en el suelo, llorando desconsolada.

-¡Madre, madre!, ¿qué te pasa? ¿estás bien? Dime algo.

Pero no obtuvo ninguna respuesta, la levanó del frio suelo, la acercó a la chimenea y la abrazó tan fuerte como sus débiles brazos le permitieron. En ellos le volvió a preguntar y esta vez su madre rompió el silencio.

-Erik, mi niño, solo tengo miedo, nada más, solo miedo -. Y le acaricio dulcemente su cara, de niño bueno.

-¿Miedo? ¿Qué es eso?, explícamelo por favor, no quiero que llores.

-Cariño, eres muy joven y no puedo contarte que es el miedo, porque no se definírtelo, solo verlo. Pero no te preocupes que ya estoy mejor, ¡ves!, ya no lloro.

Él no se quedó muy contento con la respuesta, pero la aceptó. Se pasó todo el día observando a su madre para ver si el miedo ese volvía, pero él no vio a nadie. Mientras intentaba dormir, decidió que iría en busca de alguien que le explicara qué era el miedo y cómo enfrentarlo.

Y así lo hizo, se levantó muy temprano, preparó su macuto, dejó una nota a su madre en la mesa de la cocina, y a su pequeña hermana la dio un beso entre sueños infantiles, y comenzó su búsqueda. Al cabo de varias horas encontró un gran bosque de secuoyas, nunca las había visto y se quedó mirándolas un buen rato, pensando en cuanto tiempo llevarían allí plantadas.

De repente, entre aquellas maravillas de la naturaleza, apareció un precioso ciervo, pero eso no fue lo que llamo la atención de Erik sino, una extraña joven que corría tras él con un arco.

Ella al verlo se paró en seco, y se puso a mirarle como si fuese un animal perdido, y no tardo en acercarse.

-Hola, me llamo Erik, ¿Quién eres?

-Hola, me llamo Dafne, bueno llámame Diana. ¿Qué haces por el bosque?

-Diana, estoy buscando alguien que me ayude, ¿tú podrías ayudarme?

-¿Ayudarte?, claro, ¿cuál es el problema?

-Quiero saber ¿qué o quién es el miedo y cómo enfrentarlo?

-¿Para qué lo quieres saber?, eres muy pequeño.

-Es que mi madre no sabe definirlo y no quiero verla triste, por eso quiero saber que es miedo. ¿Me puedes ayudar?

-Yo no puedo decirte el significado de esas palabras, pero sé quien puede: el guardián de las palabras, él sí, podrá ayudarte.

-¿Quién? ¿Seguro que podrá ayudarme?

-El viejo guardián, vive en aquella casita vieja, justo al final del bosque, el sabe todos los significados de las palabras, además es muy bueno, a mi me ayudo con el significado de naturaleza, ahora la respeto y la defiendo. Porque ella es parte de nuestro mundo. Y quien no lo cumpla aquí esta Diana, para defenderla. Seguro que te preguntas ¿por qué me he cambiado de nombre?, es que el guardián también me contó que había una diosa, en la antigüedad que respetaba la naturaleza y era cazadora. Me gustó tanto esa historia que me puse su nombre.

Erik estaba sorprendido y ansioso por encontrar al guardián; se despidió de su nueva amiga y siguió el camino. Ya casi había acabado el bosque cuando encontró un pequeño lago, y en su orilla, estaba una joven pintado un cuadro, la saludó, y le preguntó si podía ayudarle, pero ella le contestó lo mismo que la cazadora, que ella no podía pero que conocía a alguien que sí podía, el guardián de las palabras; Lara que así se llamaba la chica le contó que la había ayudado a entender el significado de belleza y felicidad, y ahora podía plasmarlo en cuadros, para que la gente pudiera verlo y saber que existía, y no perder la esperanza de en contralas.

Erik, continúo su viaje, y al fin encontró aquella vieja casita al final del bosque. Ya frente a la puerta, se puso a pensar como seria el guardia, porque la casa, era muy grande, fría y además estaba muy derruida, como si nadie la cuidara, y de repente su gigantesca puerta se abrió y tras ella, un hombre muy alto, delgado y con una espesa barba le miraba con sorpresa. Erik saludo con normalidad y le explicó que le estaba buscando porque quería saber qué era el miedo y cómo enfrentarlo. Laro, que así se llamaba el guardián, le invitó a entrar .

Ya sentados frente a la chimenea, Laro le dijo que sólo le haría tres preguntas y luego él intentaría responder a la suya.

-¿Para qué quieres saber que es el miedo?

-Porque no quiero que mi madre llore y poder ayudarla.

-¿Cómo sabes de mí?

¡Ah!, gracias a Diana la defensora de la naturaleza y Lara la pintora de sonrisas.

Laro sonrió e hizo su última pregunta:

¿Crees que soy guardián de las palabras?-.

Rápidamente y con una sonrisa en sus labios, Erick dijo que sí.

-Has contestado a todas mis preguntas y ahora yo cumplo mi parte del trato-, se levantó del sillón y se acerco a la espectacular librería, cogió un libro muy gastado y se volvió a sentar. Erick se fijó en el título de aquel viejo libro: “DICCIONARIO”.

-Jovencito, este es el verdadero guardián yo solo soy un viejo profesor que enseña a todo aquel que quiere saber. El miedo, es un sentimiento, no una persona o una cosa. La única manera de enfrentarlo es ser valiente. Pero no puedo decir más, tienes que sentirlo. Pero puedo enseñarte muchas más palabras y decirte cuando sientes miedo.

El joven aceptó y así pasaron las semanas conociendo al mundo a través de las palabras, pero una mañana llego una carta, en la cual, la madre de Erik decía que le echaba mucho de menos y que volviera a casa. Tenía que darle una noticia muy importante para su vida. Él sintió algo muy extraño, y Laro se despidió de él y le dijo:

-Lo que sentiste al leer la carta era miedo y ya sabes, para enfrentarlo hay que ser valiente.

Erik tardó un día en llegar a casa, y al abrir la puerta vio a su padre, le abrazó y le contó que la noticia era que no volvería a irse nunca. Él le abrazó muy fuerte y pensó: “ siempre me enfrentaré a mis miedos, porque después hay algo bueno esperándome”

Jezabel Luguera ©
Noviembre 2010

LA CASA VIEJA

Hace ya más de 50 años se la conocía por el nombre de “la casa vieja” y todavía sigue en pie. Esto nos da una idea de cómo eran las construcciones un siglo atrás. Muros de casi un metro de anchura levantados piedra sobre piedra sin apenas material que las mantuviese unidas. Demostrando el saber hacer de los canteros de mi pueblo cuya excelente fama llegaba a traspasar las fronteras de boca en boca.

A los costados de esta casa, compartiendo paredes medianeras hay otras dos viviendas de construcción algo más reciente, que mantienen la misma estética en su fachada. En el argot de estos tiempos serían casas adosadas.

La casa vieja, que es la que nos ocupa en estos momentos, tiene tres plantas habitables si contamos el desván, que aunque no se consideraba una zona para hacer vida familiar en ella , sí que acostumbraba a estar habitada por algún que otro roedor.

El recuerdo que yo tengo de esa casa es de cuando era muy pequeña, por lo tanto es posible que mi descripción no sea todo lo exacta que debiera corresponder a la realidad. A partir de este punto volveré a mi niñez, e intentaré rebuscar en ese pequeño baúl de recuerdos que se conserva en algún punto de mi maltrecha memoria.

Ese desván al que hacía mención es muy extenso. Ocupa toda la superficie que tiene la casa y con una altura en la cumbre bastante considerable, teniendo en cuenta las medidas habituales en la época en que se edificó; o quizás sólo sea una errónea apreciación subjetiva de su observadora cuyos ojos no levantan mucho más de un metro del suelo.

Resulta toda una aventura quitar el pestillo de la puerta, hecho de madera, no hace mucho a tenor de la diferencia de color existente entre las dos piezas. El color de ese pestillo es mas bien blanco mientras que toda la madera de la casa tiene un color grisáceo. Es de suponer que el paso del tiempo, las inclemencias del mismo y el uso diario la hayan llevado a ese estado pues no tengo conocimiento de ningún árbol gris.

Después de levantar la aldaba poniéndome de puntillas, no sin cierta dificultad para unas manos tan pequeñas, la visión que aparece ante mis ojos siempre me paraliza durante unos minutos. No hay luz artificial y la vista necesita de un tiempo para habituarse a la penumbra.

La única luz que penetra en aquel habitáculo lo hace por las separaciones que hay entre sus tejas ya rotas o movidas de su sitio por el viento.

Repartidos por el suelo del desván hay numerosos recipientes de muy variadas formas y materiales: calderos de cinc, viejas palanganas de porcelana ajada, abollados orinales, latas de aceite abiertas en su parte superior con alguna herramienta punzante que dejaba peligrosas muescas cortantes en los bordes. Todos estos recipientes en desuso, aparentemente abandonados sin orden ni concierto, curiosamente coinciden verticalmente con algún rayo de luz solar; casualidad esta indicativa de que por donde entra el sol en los días de bonanza también es paso abierto para el agua en días de lluvia.

Subir hasta allá arriba es siempre una aventura porque nunca sé lo que voy a encontrarme. Dependiendo de la época del año en que se haga la incursión a las alturas una se puede encontrar con: manzanas, maíz, alubias, patatas, nueces... Incluso con numerosas filas de palos colgados de las vigas, repletos de largas ristras de chorizos cuidadosamente alineadas, y una gran batea de cinc, justo debajo, de la que sale abundante humo para curar el embutido que se consumirá durante el año.

La duración de esta visita dura tanto como lo que se tarda en escuchar las apresuradas carreras de algunos roedores asustados por la presencia humana. Casi la misma velocidad que ellos llevan en una dirección llevo yo en marchar en dirección contraria poniendo todas mis fuerzas en cerrar la desvencijada puerta para evitar que alguno de esos, a veces no tan pequeños, habitantes del desván puedan seguirme.

Después de un instante que me tomo para que los latidos del acelerado corazón vuelvan a su estado normal busco con la mirada mi próxima estancia a visitar. Ahora me encuentro en el segundo piso, en una sala, libre de cualquier mobiliario, que sirve como paso a dos habitaciones, al corredor y a la cocina.

Me llama la atención que, salvo el corredor, el resto de las estancias carecen de puertas. No soy capaz a distinguir si se han perdido con el tiempo o, sencillamente, nunca existieron. En la parte superior de los marcos de las dos habitaciones cuelgan sendas cuerdas que atraviesan las jaretas de dos trozos de raídas y descoloridas telas que hacen las veces de cortinas.

Dentro de una de las habitaciones se adivina la presencia de dos camastros. Es una habitación interior, sin ventanas y por consiguiente sin luz solar. No me gusta mucho esta estancia, prefiero la de al lado que sí que tiene una ventana por la que, aunque esté cerrada, entra la luz del sol en verano y mucho frio en invierno. Su madera está tan estropeada que a veces me entretengo en sacar mi pequeña mano por alguno de sus agujeros.

También aquí hay dos camas con viejos cabeceros de hierro. Son muy altas y para subirme a dar saltos encima del colchón tengo que buscar algo que me ayude a escalar. Como el mobiliario no abunda, suelo aprovechar el orinal que siempre hay bajo la cama. Cuando la suerte me sonríe y lo encuentro vacío le doy la vuelta y me sirve de escabel. Cuando los muchos quehaceres no les han dejado tiempo a las mujeres de la casa para hacer la limpieza diaria, incluido el orinal, desisto de practicar mis saltos sobre el colchón y opto por ir a inspeccionar la cocina. ¡¡Este si que es un mundo para explorar…!!

Contrariamente a las cocinas que conozco de otras casas, esta es muy pequeña. Tampoco tiene puerta. Las paredes fueron pintadas en varias ocasiones y de diferentes tonalidades. No es que sea adivina, no, lo que ocurre es que los numerosos desconchones que tiene dejan ver distintos colores superpuestos pero todos ellos tienen impregnado el color negruzco del hollín que unido a la grasa forman otra capa más. Con mis cortas entendederas a veces pienso si no será esa mezcla la que mantiene en pie la pared.

El frente de la cocina consiste en un fogón de pared a pared, ya he dicho que no es muy grande la estancia, donde lo que más me llama la atención es el fuego que hacen encima sin que haya ninguna cocina a la vista. Escucho que los mayores lo llaman “llar”. Justo debajo del fogón está hueco y tienen unos tablones a modo de estanterías que sirven para colocar los pocos utensilios de cocina que tienen, y un hueco importante está reservado para la leña que usan para la lumbre.

Encima de donde arde el fuego tienen un artilugio de hierro redondo con tres patas sobre el que colocan el “pucheru” de la comida que se llama trébede.

Encima justo está la campana que, por imposible que me pueda parecer, todavía está más negra que las paredes, y además brilla. A mi me gusta mucho tocarla porque está suave. Esa sí que no se sabe de qué color era porque el grosor de hollín unido a la grasa no da pie a desconchones. En alguna ocasión, cuando nadie me ve, intento rascarla con algún cuchillo pero es demasiado dura y no consigo ahondar.

Esta campana está adornada en todo su contorno con una repisa de madera de unos diez centímetros de ancho, donde colocan pequeños utensilios de cocina como: el salero, el almirez, el molinillo de café, dos o tres candiles, alguna palmatoria con velas ya casi consumidas, las cerillas para encender y un fuelle de madera y cuero que, además de servir para avivar el fuego me sirve de juguete en las largas tardes de invierno.

Encima del fogón también tienen una batea de cinc, siempre con algo de agua dentro, que a falta de grifo en la casa sirve lo mismo para beber, para cocinar o para fregar. Junto a esa batea está colgado un pequeño tanque esmaltado en blanco con el borde superior pintado en azulón, que se utiliza para coger el agua y darle el uso que corresponda en cada momento.

Esta cocina, también tiene una pequeña ventana que comunica con el corredor de la casa, donde siempre hay algo para comer. Tomates, manzanas, nueces...

Al corredor se pasa desde la sala por una puerta de doble hoja con cristales en la mitad superior que permiten la entrada de luz y ventilación a la casa.

El suelo es de madera, hecho con tablones de diferentes larguras, anchuras y grosores lo que deja bien a las claras que se han ido reponiendo con el paso de los años, según se iban estropeando. Todo el frente del corredor está protegido por una barandilla con barrotes, ya muy viejos, pero donde todavía se mantienen sus figuras torneadas.

Debajo de este corredor es donde ponen la madera apilada para hacer leña cuando sea necesario. Hay algunos enseres del campo como palas, praderas, guadañas, azadas…Incluso han encontrado un hueco para el arado. En las paredes está colgado el yugo para uncir las vacas de tiro, junto con algunos correajes y cuerdas para amarrar la carga en el carro.

Justo por aquí, debajo del corredor está la entrada a la casa y a la cuadra, porque esta casa es tan vieja, que tiene la cuadra de las vacas en la planta baja, y personas y animales entran por la misma puerta compartiendo lo que llamamos el “portal” de casa. Las personas suben unas escaleras que llevan a la vivienda antes descrita y los animales pasan hasta el fondo del edificio donde se van colocando cada cual en su sitio, ya sabido, sin necesidad de ayuda.

El piso superior a la cuadra se utiliza como pajar para mantener la hierba secada durante el verano hasta su uso en los duros inviernos.

De esta peculiar manera animales y personas conviven en una simbiosis. El ganado en la parte baja de la vivienda tiene algunos inconvenientes, principalmente de parásitos y aromáticos, pero dan un calor que, a falta de calefacción, no tiene precio.

Quedan muchas cosas por contar, y muchos rincones por rememorar de esta vieja casa, pero lo considero excesivo para quien pueda estar leyendo estas letras, porque de una manera u otra… ¿quién no ha tenido una “casa vieja” en su vida?


Laura González ©
Noviembre 2010