sábado, 15 de diciembre de 2012

SUEÑOS



Salí al campo al caer la tarde
y al poco tiempo oscureció.
¡Anda que anda desorientada
y muy afligida estaba yo!,
quería gritar y a la vez no me salía,
llamaba a mi madre y no me oía,
pedía al Ángel de la Guarda
que me ayudara en esta agonía.

Se oían ruidos, las hojas secas,
y el correr del agua del río,
las ranas y sapos saltaban,
los pájaros hacían sus algarabías.
Yo estaba muy asustada, era toda oídos,
tenía la boca seca y me faltaba el aliento.
Yo pensaba, “me toparé con un oso
o quizás con lobos hambrientos.

Pasaron las horas y ya amanecía.
Me detengo, y a lo lejos veo
un pastor con sus ovejas, me acerco
y estuvimos hablando un rato,
El buen señor me ofreció un pedazo
de pan con queso y agua fresca,
que con ansías, bebí un trago.
Me indicó por donde estaba el pueblo.

Yo le dije, descansaré antes porque
tengo mucho cansancio y sueño.
Cuando duermas un poco,
sí quieres te llevas mi asno,
él sabe el camino y muy tranquila
llegarás a tu destino.

Me acordaba de mi familia,
lo más grande que he querido,
a quien habré dado un disgusto como nunca
sin haberlo merecido. 

Ya montada en el borrico
emprendimos el camino,
y a las dos horas y media
llegamos al pueblo querido.
Cuando me vieron llegar todos juntos,
los vecinos, entre ellos mis hermanos
y mis padres; fue el encuentro más querido.
Después de una noche tan larga y triste,
que como ellos, yo había tenido,
Acabó todo feliz, pero tengo que decir
que todo esto fue un sueño.


Blanca Santos ©
6-XII- 2012

EL LABORATORIO DE LOS SUEÑOS



Me levanté como todos los días con esa hermosa canción: “arriba princesa” que mi madre me decía antes de darme un beso en la frente.

-¿Qué tal has dormido princesa?

- Muy bien he soñado cosa bonitas, gracias por crearlas.

-De nada cariño, ese es mi trabajo.

-Mamá no se te olvide que esta tarde tenemos la charla para contarles a todos mis compañeros tu trabajo.

-No Leire allí estaré, no te preocupes y acábate el cola-cao que el bus llegara en cinco minutos.

Me pasé todo el día nerviosa, todos mis compañeros al fin sabrían el trabajo tan chulo que tenía mamá, y dejarían de llamarme mentirosa cada vez que hable del mundo de los sueños.

Ya eran las cinco y allí estaba mi heroína hablando con el profe, la saludé con un guiño y se me senté en mi sitio.

Eloy nos mandó callar a todos y tras varios segundos de ruidos el silencio se adueño de la sala.

-Esta tarde chicos ha venido a visitarnos Patricia la mama de Leire para contarnos cuál es su trabajo así que ahora a estar callados, son todos tuyos. -Le dijo a mama cuando se sentaba.

-Hola chicos, me llamo Patricia y soy la mama de Leire.   “Soy creadora “o técnico en creación –, dijo sonriendo. -Por lo que veo en vuestras caras no sabéis qué es ¿verdad? Pues soy la encargada de “inventar los sueños que tenéis al dormir”

Todos se quedaron sorprendidos y empezaron a levantar sus manos para hacerle preguntas.

-¿Dónde los creas?

-En el laboratorio, cada ciudad tiene el suyo.

-¿Cómo sabes con qué queremos soñar?

-Todas las mañana nada más levantaros ¿Qué hacéis?

Todos se quedaron pensativos pero fui yo la que dio la respuesta:

-“Nos estiramos”

-¡Exacto! Y gracias a ello nos enviáis todo lo que queréis soñar y cuando llegan, el director es el encargado de decidir de todas las ideas cual crearemos ese día.

-¿Con que los hacéis?

* Un poco de espuma de mar, que le da forma.

* Polvo de estrellas, para darle el toque mágico.

*La nube mas blanca del día, para que parezca real.

*Rayos de sol, para darle  color

*Y la sonrisa de un niño, para que tenga sonido.

-¿Y cómo llegan de nuevo a nosotros?

-Cada técnico se encarga de una calle entera, crea los sueños de todas las personas que viven en ella. Cuando ya están listos los dejamos en unos hornos especiales para que no se rompan y cuando os vais a dormir os los enviamos por medio de las estrellas y los dejan dentro de vuestras almohadas.

Todos se quedaron callados. No tenían más preguntas, y me miraban con cara de…"tu mamá tiene un trabajo muy chulo".

Me levante muy rápido y me puse al lado de ella para decirles, a todos, que yo, de mayor, también sería creadora de sueños.

Jezabel ©

SUEÑO.



Estimados amigos: ¡He tenido un sueño! Sí, de verdad.

Me encuentro vagando por una vereda estrecha, verdosa, llena de unas hierbas,  tan maravillosas, que hasta cambiaban de colores. Los deliciosos olores que emanaban, hacían cosquillear la membrana pituitaria de mi nariz…hasta estornudar. Yo me sentía algo raro, es cierto. Mas, al presenciar el colosal entorno que me rodeaba, mi lengua, sin haber probado bocado alguno, salivaba y degustaba sabores que jamás había conocido. 

Los árboles mecían sus copas acompasadamente al son de una tenue brisa. Comencé a oír unas melodías que deleitaban mis oídos. Unas, provenían de un lado. Cuando miraba, sonaban del otro. Cambiaba la vista y sonaban por encima de mí. Con curiosidad miré hacia arriba y noté tal claridad de luz, pero tan dulcemente extraña, que ni siquiera me hacía parpadear. Pensé quedarme tumbado al lado del camino y gozar del instante. Decidí seguir. 

De repente, dejan de sonar las suaves melodías. Los árboles  detienen sus movimientos. La luz se oscurece y se escuchan sonidos extraños, risotadas que me estremecían. Comenzaron a aparecer toda clase de animales, que hablaban:

-¡Craj, craj! Vociferó una urraca. ¡ Qué burro más feo! ¡ Ja, ja, ja!

-¡Cuaj, cuaj! Gritó un negruzco cuervo. ¡ Es verdad y hasta lleva cristales en los ojos! ¡ Jo, jo, jo!

Y seguido de una algarada, de risotadas y carcajadas.

-¡Ja, ja, Je, je, Ji, ji, Jo, jo, Ju, ju!

Lleno de vergüenza, bajo mi cabeza y… ¡zas!  Noto que mi morro choca contra el suelo. Me asusto porque está ligeramente alargado. Con los ojos desorbitados, veo que voy a cuatro patas. Que no tengo dedos, sino pezuñas feas y destartaladas. Miro hacia atrás y me cuelga un horrible rabo. Enrabietado, con las patas traseras me doy un golpe en las gafas y las pateo. Al momento, noto que mis orejas son estimadamente alargadas y con las patas delanteras intento tapármelas.

A cada movimiento que hacía, más atronadoras eran las risotadas. Es cierto. Me he convertido en un burro destartalado y feo. Aparto una pata para ver dónde están y….se han colocado unos a un lado, y otros al otro lado de la vereda. Aves de todas las clases, a cada cual más engalanadas. Hermosos y altivos ciervos. Orondos jabalíes. Espléndidos osos. Se encontraban todos mezclados partiéndose de risa a mi paso y gritaban:

-¡Que hable, que hable! ¡Que no sabe!

Me volví a poner de pié, mejor dicho de patas y me atreví a mirarlos. Aturdido y pensando que nunca he hablado, pero lo intento a ver qué me sale:

-¡Aj, aj, aj!....y nada.

La atronadora risotada de irresistibles tonos fue macabra.

Al momento, todo se silencia. Yo sigo adelante. Todos intentan esconderse entre los matojos, antes deliciosos, ahora escaramujos,  de la vereda.

-¿Qué pasará?-, Me pregunto.

Se esclarece de nuevo todo el bosque. Los árboles renuevan sus movimientos. Las melodías, los colores y los olores vuelven a resurgir en una fantasía de ensueño. Me miro. Sigo siendo un burro, pero… brillante. Se oye algo, son unas pisadas:

-¡Plaf, plaf, plaf! Un colosal elefante viene hacia mí. Trae su trompa erguida. Presenta unos colmillos del marfil más lumínico que jamás podrán ver ojos humanos. Me mira y tiemblo.

-¿Qué está pasando aquí, con tanta algarabía y risotadas?-, Barritó con profundidad. 

-¡Pobre borrico! Seguro que se están riendo de ti. ¿Dónde están esos valientes? ¡Que salgan, que salgan de su escondite!

-¡Aj, aj, aj!-,  Me salió de la garganta, a modo de gracias.

-¡Ah!  Borriquillo, que todavía no sabes hablar. Eso es lo que te pasa. Por eso se ríen de ti. Pero espera, que ahora te toca a ti.

-¡Salid, salid de entre esos matojos. No tengáis miedo cobardes!-, Vociferó el elefante.

Poco a poco, fueron asomándose con timidez todos aquellos animales. Parecían temerosos.

-¡Venga, habladle ahora al borrico, ríanse de él!

Primero fueron mirándose los unos a los otros y quisieron hablar todos a la vez, pero en esta ocasión todos emitían sus propios ruidos desacompasados y felizmente cómicos.

-¡Hala, hala, ríete de ellos, ahora no saben ni hablar!

Abrí mi boca y…

-¡Aj, aj, aj!-, No me salió nada más.

-¡Espera, espera!-, Me dice el elefante, que ya era para mí tan enorme y bueno como todo lo mejor. Abre tu boca de nuevo, que con mi trompa te voy a poner un hálito especial de mis pulmones.

Abrí la boca y noté cómo mis pulmones se hinchaban.

-Ahora, diles algo, que pasen ellos la vergüenza!

-¡Hola!-, dije con suma timidez y una media sonrisa.

-¡Más fuerte, más fuerte, que eres un hermoso burro!-, Me animó el elefante.

-Solamente-, proseguí, -soy un pobre burro que pasaba por aquí. Y yo no quiero reírme de nadie. Nada más que quiero ser amigo vuestro y pasarlo bien con vosotros, jugando, retozando y disfrutando de tan bonitos paisajes.

-¡Ahí!  Aprended a hablar. El animal, que siempre acarrea mala fama, mirad lo que os ha dicho. No se ha reído de vosotros y os brinda su amistad-, les espetó tan lúcido el elefante. 

-¡Venga, decidle algo! ¡Ya podéis hablar!-,  Les gritó.

Todos los animales se miraron y al instante explotaron en una sola voz:

-¡Burro amigo, burro amigo, burro amigo!

Las melodías se escucharon en todos los rincones. Los árboles se mecían al son de ellas y una inmensa claridad apareció en sus cimas. Era tanta la intensidad de la luz que en esos momentos desperté alegre y jocoso. Me miro.  Me palpo. Vuelvo a la realidad y me digo:

¡Jo,  Qué sueño tan hermoso!, "quisiera seguir siendo ese burro".


Maximino Fernández Sierra ©

EL SUEÑO

  

 Tus sueños son únicos, nadie puede poseerlos, son en propiedad de por vida, de nuestra mente y espíritu, que nos hacen una visita cada noche, soñar que sueñas una vida paralela. Los sueños, dicen que se cumplen si los deseas con fuerza, alguien dijo; “en la vida, sólo unos pocos se cumplen, la gran mayoría se roncan“, qué desperdicio ¿no?

¿Y soñar que eres un sueño para alguien o ese alguien un sueño para ti? Los sueños no conocen ni saben de barreras, ni fronteras, vagan libres.

-"Que tengas dulces sueños"
   
-"Que sueñes con los angelitos"
   
Hoy añoras esos deseos altruistas, te suenan ya tan lejanos cuando te los deseaban tras ser arropada...

¿Y soñar que te roban un sueño? Está envuelto en un bonito papel de regalo con un gran lazo, corres, pero por mucho que lo haces, no lo alcanzas, no llegas, vas lenta, aceleras ya lo rozas con los dedos y al hacerlo, desaparece como por arte de una magia extraña, como por encanto. De pronto sientes como que te encoges, tu cara esta húmeda, despiertas, estas tumbada en el sofá, la televisión continua encendida, sigue siendo domingo por la tarde, tu perra lamiéndote la cara y con sus patitas delanteras te acaricia suavemente reclamando atención, le ha debido parecer una larga siesta, sonríes, te mira ingenua meneando el rabito; ladra, te ofrece su juguete preferido en la boca, ladra otra vez, deja el juguete a tu lado para que se lo tires, es vuestro juego, vuelves a sonreír y piensas que en parte el sueño se ha hecho realidad, ella es un trocito de ese regalo, "tres ojos", así sueles llamarla ya que en su cara peluda y blanca resaltan sus ojos y trufa negros azabache  te regala alegría, parte de ese regalo sin abrir al que casi logras quitarle el llamativo lazo.

Abrazas a Nacha, ese es su nombre y a tu mente, aún somnolienta, viene la letra de una canción; “dejadme, dejadme soñar, que no quiero mirar atrás, los sueños son míos, dejadme, dejadme soñar...“ 

Ana Pérez Urquiza ©

EL SUEÑO DEL ABUELO MARIANO



El abuelo Mariano  se despertó contento. Hacía tiempo ya de la muerte de  Alicia, y aunque  todos los días por un motivo o por otro,  el recuerdo de su imagen siempre afloraba en su memoria,  los años transcurridos le habituaron a vivir sin ella.

Ni por asomo pensó jamás en dejar el pueblo. Su hijo y su nuera que vivían en la ciudad, se lo decían cada vez que venían a verle. Que se fuera con ellos a Santander,  lo uno porque iba a estar mejor atendido, y lo otro porque ellos estarían más tranquilos teniéndole a su lado.

Pero Mariano se las arreglaba muy bien a su manera. A parte de que la cocina no le era extraña, se daba el gusto de comer a su antojo a cada hora, y de hacerlo a la hora que quería. Mataba las mañanas cultivando el huerto minúsculo que tenía, y en las tardes se divertía con  los órdagos que enviaba en sus partidas de mus en la taberna. Paseaba cuando quería, y se  recogía entre las sábanas  de la cama cuando le apetecía.   

Pero las facultades le fueron mermando,  y no le quedó más remedio que acceder a lo que tantas veces le habían pedido sus hijos. Al fin  un día tomó la decisión. Cerró la puerta de casa  con llave, y sin  volver  la vista atrás entró por la puerta del coche que tan solícitamente le abría su nuera Maruja.

Nunca pensó Mariano que le iba a ser tan fácil acostumbrarse a vivir en  la ciudad. Paseando en las mañanas se llegó a convencer  de que ver caras nuevas todos los días, y observar a los niños divirtiéndose en los Jardines de Pereda, era mucho más entretenido que cultivar las acelgas  del huerto. Y en las tardes cálidas de verano  y otoño, sentado en los bancos de la plaza que hay frente al Ayuntamiento,  le fue fácil hacer tal cantidad de amigos, como jamás hubiera pensado.

Y luego en la casa, estaban los nietos. Todo el tiempo del mundo le parecía poco a Mariano para disfrutar de sus nietos. Acostumbrado  a madrugar toda su vida, era quien los despertaba para ir al colegio, y como Maruja se descuidara un poco, también era él quien les preparaba el cacao con  leche caliente para los desayunos.

Entre los deberes del “cole” y la hora de la cena,  había siempre un rato largo para retozar con ellos sobre el sofá  tapizado de terciopelo, o sobre la alfombra del suelo cuando Maruja miraba con ojos de sufridora si escuchaba crujir los sillones.

Sí, Mariano se había levantado contento aquella mañana porque así se levantaba siempre, pero hoy tenía un motivo especial.  Era domingo, y hacía días que sus hijos tenían planeado  ir de excursión la familia entera a los Picos de Europa.

En la cocina daba Maruja los últimos toques a la bolsa de la comida colocando vasos y servilletas sobre los recipientes de plástico con tortilla y filetes rebozados, mientras que los niños alborozados corrían cerca del abuelo alcanzándole la niña  el sombrero, en tanto que sus hermanos se diputaban el bastón que había de llevar Mariano.

Conducía Luis, el hijo. Maruja iba a su lado, y en  los asientos traseros disfrutaba Mariano haciéndoles observar a sus nietos la majestuosidad de las montañas a todo lo largo del desfiladero de la Hermida. Tan altos los montes, y tan profundo el pueblo, que durante los cinco meses de otoño a primavera que más bajo marcha el sol, ni un solo día iluminan sus rayos las casas de sus moradores.

Se regocijaron los críos cuando el abuelo les mostró la iglesia pre-románica de Santa María de Lebeña, y corretearon a su antojo descubriendo en distintos lugares del Centro de Visitantes de Tama, las magníficas proyecciones que muestran la  naturaleza inigualable  de los Picos.

En Potes fue obligada la parada. Repusieron fuerzas en la terraza de un bar, y mientras el matrimonio comentaba las incidencias del viaje, con besos y caricias conquistaron los niños al abuelo para que les comprara sus caprichos en el puesto de chucherías que había al lado.

Después, la subida a Santo Toribio, y las carreras de los niños por claustros y portaladas. Los padres pidiéndoles calma. Los chicos ajenos a peticiones, que gritan y saltan, y Mariano  socarrón y  feliz, sonríe mirando a los nietos…

Al fin, Fuente De, teniendo al frente la pared inmensa del macizo oriental de los Picos de Europa. Y el teleférico increíble salvando  impertérrito  la apabullante altura.

Los niños se abrazan a las piernas del abuelo mostrándole la inmensidad del paisaje, y el viejo se sobresalta.

-Vamos Mariano, que hoy se ha dormido

La camarera de turno que limpia los dormitorios de la residencia de ancianos, retira las mantas con forzada sonrisa y decisión inapelable. Le ayuda a incorporarse y se esfuerza por ser amable.
   
Se despereza el viejo mientras los nietos se difuminan con el sueño, y mientras se viste pausado, anhela que el sueño sea eterno…

                Jesús González ©

LIGEIA


Era la hora del crepúsculo cuando comenzaron a caminar por aquel sendero angosto. Desde él, podían ver el sol escondiéndose poco a poco, hasta que quedó una pequeña línea de claridad en el horizonte, que hacía oscurecer paulatinamente y les envolvía en las sombras.

Quedaron inmovilizados al escuchar gritos aterradores en la lejanía. Parecían salir de la finca a donde pretendían entrar. Esta finca, les había llamado la atención por el panel de madera con las letras de su nombre grabado a fuego: “Finca Muerte”, y de ahí nació el reto de aventurarse a pasar la noche en la vivienda abandonada, que se erguía como una aparición, en medio un jardín enorme y descuidado.

Siguieron caminando por la senda que llevaba hasta la lejana casona; las penumbras se habían convertido en auténtica noche. Había trechos en que algo crujía bajo sus pies. Acercaron los dos faroles y vieron con asombro que eran cucarachas. Según comentó Andrés, el entendido en aves, las lechuzas se asustaban por la presencia de los muchachos y eran quienes llenaban la negrura de intermitentes y breves cantos, que por ese temor, se convertían en una especie de ladridos alargados. El crac, crac que se oía al pisar los endurecidos caparazones de las cucarachas, retumbaba en la oscuridad y les ponía los vellos como escarpias. Tenían la sensación de flotar por aquel camino debido al constante movimiento cucarachero.

A pesar de demostrar valentía, se acercaban los unos a los otros para darse protección. Aquella excursión se convertía poco a poco, en una aventura, algo más complicada de lo que creyeron al prepararla; a ninguno les apetecía seguir adelante, pero todos evitaban volverse o comentarlo, puesto que se encontrarían con la misma oscuridad.

A uno de los chicos se le cayó el farol al suelo y perdieron la vela, a partir de ese momento, solamente estaban alumbrados la parte delantera del grupo.

Sara sacó un mechero para encender un pitillo. Rufo le gritó mientras tapaba con su gorra el otro farol: ¡Apágalo ahora mismo! La chica metió el mechero en su bolsillo escalofriada por la voz enérgica de su amigo, que sumada a la negrísima noche, la escarcha y el relente, le había helado hasta las ideas. Rufo había escuchado algo a lo lejos.

En el bosque cercano sonaban los aullidos de los lobos, eso les acabó de poner los pelos de punta. Siguieron caminando a la luz de único farol, que con el humo, iba manchando los cristales, con lo que cada vez iluminaba menos.

Al descubrir las nubes a la luna, vieron volar a cientos de murciélagos. Según les dijo Rufo, el especialista en vampirismo, iban en busca de las vacas y las gallinas para chuparles la sangre. Les aconsejó que se cubrieran las manos, la cara y que siguieran caminando, puesto que si se quedaban quietos podrían posarse sobre ellos.

No encontraron la vivienda que buscaban, debieron de perderse o quizá, no calcularon bien las distancias. Sara respiró aliviada, prefería caminar a oscuras que entrar en la vieja casona abandonada. Sus nervios le producían espasmos en cada centímetro de la piel, se parecían al estertor palpitante que produce una mosca en el intento de liberarse de la telaraña que la apresó. Pararon y se sentados sobre una roca pelada, permaneciendo muy juntos a la espera del día.

Unas extrañas luces aparecieron en el horizonte. Pensaron de inmediato que algún ser venía a por ellos. Tenían colores reflectantes y se extendían por toda la explanada. Estaban repartidos en haces multicolores que atravesaban las ramas de los árboles del bosque cercano. Les deslumbraba y no podían mirarla de frente. El miedo se hizo más patente en todos ellos y se abrazaron en piña. Cuando creían que morirían quemados, el sol se alzó por encima de las copas de la arboleda y mostró una parte de su redondez. Pasados esos pocos minutos el miedo ya se había tornado en asombro ante aquel prodigio; quedaron boquiabiertos. Acababan de presenciar el comienzo del amanecer.

La claridad del día les mostró que se habían pasado la noche dando vueltas alrededor de la casona y que las cucarachas, según se informaron días más tarde, salían o entraban en ella para poner y esconder sus huevos. Aún siendo de día, pospusieron la idea de penetrar en la casona y siguieron adelante; se dirigían a un lago de aguas termales, pretendían bañarse en él. Llegaron a las inmediaciones del lugar y debido a las luces del amanecer, les pareció un sueño. Del agua termal subía el vapor, que por efecto del fresco y el sol, reverberaba en colores ambarinos. Tentaba a abandonarse al sueño en las inmediaciones de aquel lago que parecía mágico.

Ana fue la primera en desnudarse y entrar lentamente al pequeño lago; parecía succionarla poquito a poco. Su pelo estaba recogido en una trenza azabache. Andrés, su novio, creyó estar ante la protagonista de un relato de Poe que habían leído en clase de Literatura, pero Ana, su particular Ligeia, sería inmortal.

Ana le miró con dulzura invitándole a disfrutar juntos de aquella agua templada, y se sumergió en la profundidad de las aguas cristalinas...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Noviembre de 2.012

EL SUEÑO.


Voy a comenzar recordando “La vida es sueño” de mis años mozos con “Prometeo” en Torrelavega  y “El gran teatro del mundo”. Ensayábamos con D. Pío Fernández Cueto, poeta y escritor famoso en aquella época.

Cuando éramos pequeños, algunas  veces nuestros sueños eran maravillosos, por los cuentos que leíamos o con nuestros juguetes o con familiares o amiguitos, pero otros podían ser auténticas pesadillas; sobre todo si nos hablaban del “sacamantecas”, y la verdad es que después de tantos años, los niños siguen siendo muy vulnerables o desaprensivos; violadores, acosos escolares, desapariciones, tráfico de órganos. Son los “sacamantecas” del siglo XXI. Cuando éramos mocitos soñábamos buenos ratos despiertos; “en las nubes” nos decían que estábamos.

La definición del sueño en los libros es, una primera fase de sueño poco profundo “sincrónica”, para pasar a “asincrónica” o sueño REN.  Que es cuando estamos profundamente dormidos, el ojo tiene rápidos movimientos y es cuando soñamos, y si nos despertamos en esa fase recordaremos perfectamente el sueño. Siempre soñamos, lo recordemos o no.

A veces en el sueño a muchas personas se les aclaran problemas e incluso a muchos artistas poetas y científicos han creado a través de los sueños. También dicen que los sueños se pueden programar, pero a mí no me ha funcionado nunca; lo que sí me ha pasado por dos veces es haber tenido como “flases” de cuadros con un colorido maravilloso, indefinidos, pero imposibles de recordar y pintar.

En los sueños se nos junta una amalgama de sensaciones vividas, leídas, pensadas y vistas, junto con otros “sueños” por realizar y el cerebro pone orden y se recicla. A veces salen sueños rarísimos, mezclando como suele decirse (churras con merinas) y de una realidad tal que es como si viviésemos dos veces; la consciente despiertos, y la subconsciente dormidos.

Luego está la interpretación de los sueños, según lo que hayamos soñado; y también están los sueños premonitorios, que a veces se cumplen, unas veces para bien y otras por desgracia para mal. ¡Como la vida misma!

Existe una teoría de que los sueños son viajes astrales, pero los científicos aseguran que son el resultado de entrenamiento y se hacen conscientemente, mientras que, para otros, los sueños son fruto del inconsciente, aunque reconocen que no siempre este tipo de viaje es voluntario.

¡OS DESEO FELICES SUEÑOS A TODOS!

Mª Eulalia Delgado González ©
Noviembre 2012

MORIRÁN LOS OTOÑOS.



Morirán los otoños
y también los inviernos
y otra vez los trigales
nos darán nuevos sueños.

Porque es ley de la vida
y son ciclos severos
de que un año tras otro
se presentan de nuevo.

Aún recuerdo el verano
con añiles los cielos,
y la luz tan brillante
de sus ojos despiertos.

Pero corren los días
y con ellos, sin freno,
se marchitan las rosas
y los lirios tan frescos.

Se nos van las pasiones
y también los recuerdos,
en un dulce septiembre
con zapatos hambrientos.

Porque el fin del verano
no se mide en el tiempo,
ni lo miden las horas
ni el reloj tan inquieto.

Son segundos que pasan
caracolas sin frenos,
es la arena menuda
y el salitre en los cuerpos.

Es la tierna agonía
de entregar lo que quiero,
y decir sin palabras
todo aquello que siento.

Morirán los otoños,
los veranos primero,
y otra vez, nuestras almas,
buscarán el silencio.

Buscarán esos labios
tan lejanos y tiernos,
que nos dieron la vida
y cubrieron de besos.

Buscarán las sonrisas
y el candor de los dedos,
que rozaron las manos
y enervaron los senos.

Buscarán, sin lograrlo,
y a la sombra del fresno,
a la ardilla coqueta
que trepaba por ellos.

Pero todo termina
y no valen remedios,
ni tampoco palabras
temblorosas de miedo.

Yo me quedo esperando
con los ojos abiertos,
a que empiece otro ciclo
en un marzo muy bello.

Nacerán primaveras
con rosales y versos,
y vendrán mariposas
a dejarnos sus vuelos.

A decirnos a todos
que está aquí, ya de nuevo,
la ilusión y la vida
de poetas y ciegos.

"...Morirán los otoños
pero no, nuestros sueños,
mientras quede un suspiro
en los labios sedientos..."

Rafael Sánchez Ortega ©
09/12/12

SUEÑOS


-Mamá, ¿cuándo llegaré a ser como las demás niñas?  Todos estos vestidos me quedan terriblemente grandes.        

-Luisa, tu hija tiene razón y lo siento; no tengo nada que la puede ir bien…Pero,  escucha, se me ocurre que… si pasáis por la “Boutique Nenes” encontraréis lo que buscáis.  Me explico: faldones largos, de seda, con lorzas y encajes –de pura artesanía- que con algún arreglito pueden sentarla como a una princesa.  Los  zapatos… habría que hacérselos  a medida. 

Paula abrazó a la señora Carmen como si fuera su mismísima hada madrina.  Asió la mano de su mamá y la  llevó  -como si fueran  pajarillos-  en volandas.

Llegó el día de la Primera Comunión, un día tristón.  Pero la felicidad de Paula  iluminaba con un haz celestial todas las caritas de las nuevas novicias; alguna que otra madre se preguntaría dónde habrían encontrado un vestido tan angelical.

Durante la adolescencia, madre e hija tuvieron que contar con los  hábiles dedos de una modista que las asistía a domicilio.

-Mamá,  ¿cuándo llegaré a ser una mujer?   Algunas chicas ya tienen el periodo y, otras hablan de sujetadores, y las veo tan guapas…

Cuando la modista, con los vestidos ya hilvanados, requería la presencia de Paula, ésta subida en un taburete parecía la modelo de Sorolla; toda erguida cumplía los deseos de la costurera.  Después era el turno del zapatero –que según mandaba la moda- añadía plataformas bastante altas con tacones o ingeniaba unas alzas interiores cuando se llevaba el calzado bajo; asimismo cerraba las punteras.    Cuando los artesanos finalizaban las primeras pruebas, Paula giraba a derecha y a izquierda ante el espejo vertical y lloraba de gozo porque se parecía a las chicas normales.

Un día diáfano, cuando la modista daba los últimos toques a un vestido  blanco translúcido,  Paula se percató de que unos hilillos rojos corrían   por sus piernas; bajó de la peana y se echó en  los brazos  de su madre.

-Mama, mamaíta, qué feliz me siento; ya soy una mujer.  Ya soy –en todo- como las chicas del  centro.

Después del  colegio,  Paula acudía a las clases de Chino (ya dominaba el Inglés y el Alemán).  Un día del mes de  abril, Paula llegó a casa toda azorada:

-Mamá, mamá,  los obreros me han piropeado y a ti  también, mamá: “Si  fueras más guapa nos dejarías cegados”  “Olé y Olé tu madre”  “Quién fuera el caballero que te llevara al altar”.

Esto último no lo entiendo bien: hasta ahora no había pensado en ello. Y ya  no quiero ser demasiado exigente; aunque sería la suma felicidad.    Tengo los pies en  la tierra como los tiene una chica normal  - me imagino.

Paula seguía con sus idas y venidas al Instituto de Idiomas. Un día, llegó Miguel.  Les hizo saber que tenía que dominar las bases del idioma Chino en pocos meses.  Su empresa había abierto una sucursal allí y le habían destinado a Pekín.

Ahora, el regreso a casa lo hacían juntos.

-¿Miguel,  qué pasó con la chica con la que te veía pasear?  -osó preguntar Paula.

-Quiero ser sincero contigo, aunque me cuesta decírtelo: fue contando entre sus amigas que  yo no alcanzaba el listón que ella esperaba.

Y sin apenas ningún otro problema entre ellos, empezaron a ir al cine todas las semanas; acudían a los conciertos que ya se organizaban,  en los distintos pueblos.  Revisaban juntos los apuntes; y juntos,  estudiaron duramente para el examen final. 

A las 13 horas del día 30 de  julio se publicaban los resultados.  Cogiditos de la mano, con el suspense en sus caras, y los ojos en el cartel se abrazaron de alegría.  Esta vez, quisieron alargar las horas esquivas como se alarga la masa de pan y decidieron caminar por el parque.  La tarde era preciosa;  Miguel iba recogiendo unas chiribitas y las colocaba en la melena azabache de Paula.  El parque emanaba el aroma  del césped recién cortado.  Las mariposas revoloteaban sobre las diplademias.  Los árboles llamaban  -con el guiño de sus pestañas- a descansar  bajo su  fronda... Paula resbaló por tener sus ojos fuera del suelo.

-¡Ay! -dijo asustada-,  creo que me he torcido el tobillo.

Sin pestañear, con la mirada en los ojos de Miguel,  se desprendió de un zapato, luego, con la ayuda del otro pie quedó descalza.  Seguía con los ojos fijos en Miguel  -pero  fue empequeñeciendo hasta llegar, no más que a la altura del pecho de Miguel.  Todo se detuvo.  Poco a poco, brotaron las primeras gotas; las lágrimas de Paula –luego- se convirtieron en riachuelos que  corrían por su apesadumbrado semblante, por el cuello, por el escote y hundieron  el ribete del vestido rojo…  Miguel la aupó, la arrulló en sus brazos, la posó a los pies del olmo tentador.   Se  acariciaron como acaricia el aire la felicidad; se abrazaron entre sollozos de risas; llegaron los besos en los labios: besos frenéticos,  recíprocos, húmedos,  anhelantes;  e hicieron  el amor.  Cuando se saturaron de líquido mutuo y se  colmaron todos sus deseos: la respiración volvió al igual que el ritmo a la naturaleza. Y Miguel –con la cara iluminada-     llenó de besos reconfortantes y solidarios  las manitas, los pies, el vientre y el ombligo de Paula.

San Vicente de la Barquera, a  30 de noviembre de 2012
Isabel Bascaran ©