sábado, 16 de marzo de 2013

RUPTURA EN LOS AÑOS 40




            Queridu Tadeo:

            Buenu, queridu, no; que ya no te quiero. Precisamente te escribo por eso, pa decite que ya no quiero salir contigo, y que tenía mucha razón mi madre cuando me decía que me anduviera con pies de plomu contigo, que no debías ser trigu limpiu.

            A mí, al principiu paecísteme güen muchachu, y hasta un pocu guapuPa decite las cosas tal como las pienso, siempre me oliste a cuchu algo más de la cuenta, y alguna vez viniste a veme con la cara manchá de algún rabazu de las tus vacas.  Pero eso tampocu tenía mucha importancia, pues me paecía a mí que esas cosas eran señales de lo trabajadorísimu que eras.

            También el día aquel que sin querer te dí un pisotón en la uña del deu chicu del pié, y tu te quitaste la alparragata pa ver si sangrabas, me llamó la atención  toas las manchas negras que tenías entre los deos de los pies. Lo comenté con las mis amigas, y unas decían que era porque no te lavabas, pero las otras  dijieron que no, que era porque los hombres tienen los pies así, con esa negrura que paece cornia, que una vez se lo vieron a los sus padres, y también lo tenían negru como tú,  aunque dicen que los sus padres tenían las uñas  muchu más cortas, y no tan retorcías  como las tuyas  que paecen las pezuñas de una vaca vieja.

            Pero güenu, esto no es tan malu, que alguna falta también teneré yo. Lo peor del asuntu es que siempre que estamos solos te pones demasiau  jartible  con eso de meter los tus morros por los míos. Y como con tantu trabaju no tienes tiempu de afaitate, me pinchas con las barbas, y eso no me gusta.  Y si no lo crees, alcuérdate  aquel día que viniste afaitau, como no dije ni media palabra cuando me morreaste bien morreá , que  hasta me quedé yo con el chicle que estabas chupando.

            Claru que podías afaitate, más a menudu, o acostumbrame yo a los jerroneos de las tus barbas, pero ya  descubrí lo buen pájaru que eres el domingo cuando me llevaste al cine,  que si no es porque mi madre me dijo que tuviera muchu cuidau, no se lo que hubiera . pasau.

            Pero después de lo del domingo no quiero que güelvas más a veme, ni yo golveré  a pisar un cine, que con razón decía el cura en misa,  que los cines son la puerta del infiernu. Bastante hice yo con dejáte besame pezcuezu abajo. Que te pusiste más pesáu que un plomu, y me rompiste tres botones de la blusa, y ni mirabas la película, después que tantu interés tenías en ella. Tu, ¡hala!, na más que a lo tuyu. A jocicar por el escote, y yo muerta de miedu por si nos veía algún conocíu.

            Entonces yo pensaba que el cura era bastante esageráu,  porque el infiernu no le gusta a nadie, y a mi me estaban entrando unos temblores y unos retorcimientos que nunca había sentíu, que te digo Tadeo, que si aquello es el caminu del infiernu, pues mira, que me lleven al infiernu

            Pero no quiero golvete a ver. Que yo sabía que al cine no íbamos a rezar el rosariu, y aguanté los chupetones que me diste en el piscuezu,  que entovía conservo unos moratones, que mi madre no calla diciéndome que no  cree que me los hiciera restregándome el espartu.  Pero lo que jiciste después, dejó bien claru  que era lo que tu querías. Y no lo digo por las carreras que le hicistes  a las mis  medias recién estrenás, no. Lo digo porque cuando metistes las manos por debajo de la falda, me alcordé de lo pájaru que decía mi madre que tu eras, y entonces fue cuando te dí el tortazu aquel que toa la gente del cine se quedó mirándonos.

            Y con esto terminamos, que no eres trigu limpiu. La semana que vién,   tengo que ir un día a Santander, y seguru que en los cines de allí, no hay conocíos.

                        Nisia.





(RESPUESTA A UNA

RUPTURA DE LOS AÑOS 40)

            Querida Nisia, que yo si te quiero:

            No tiens que hacer casu  a to lo que diz tu madre, porque ninguna madre se alcuerda de cuando ella era joven. Pero de toas formas no te pongas muy tonta, que chavalas las alcuentro yo  a patás sin salir  del pueblu, y no te digo, si salgo de él.

            Ahora que lo principal está claru,  paso a decite que lo negru de los pies me se quita cuando me los lavo, pero como luego se me güelve a poner, pos no le hago ni casu. Que las mujeres siempre vos estáis fijando  en esas cosucas de ná.  A mi lo negru de los pies no me moleta pa andar.  A lo mejor tienes un pocu de razón en lo de las uñas, que ya notaba yo que me rompían las alpargatas, y por eso las recorté el otru día con el alicate que tengo de cortar alambre que es güenísimu.

            Te diré pa que lo sepas, que desde que recibí la tu carta empecé a afitame  cada dos o tres días, y las mis barbas ya no pinchan ná.  Pero claru, eso a ti te tién sin cuidau, pues como ya no quieres conmigo no te golveré a arrimar el morru, y no te golverán   a pinchar ni  muchu ni pocu

            Tampocu es pa quejate tantu por tres botones de la blusa que te rompí, que los coses tú en un santiamén, y nadie se entera. Y de los chupetones del piscuezu, lo dices tu por quejate  de algo, pero bien se yo que te gustaba, que ya noto yo cuando me apartas de verdá, y cuando lo haces de mentira pa que siga estrujándote. Además si tu no apretaras tantu las cintas del teteru, yo no tendría que hacer tanta juerza.

            Pero yo te quiero Nisiuca, y si meto la mano por debajo de la tu falda, no es porque yo sea un pájaru de cuenta como dice la madre tuya. Es porque no me puedo aguantar de tantu como te quiero, y toa entera eres pocu pa tocate y abrazate, que na más que de pensar como me puse de animau en el  cine, me pongo que me esquilo por las parés. Tan animau estaba yo, que casi no me entero del ostión que me diste. No me dí cuenta hasta que tol mundu empezó a reíse y encendieron las luces. Y de lo que mi dices del chicle, no era chicle, es que estaba acatarrau.

            Apropósitu del viaje a Santander, yo también  quiero ir un día, pues están echando una película que tengo muchu interés en vela.  De toas formas, cuando tu baigas a ir a Santander, deja la víspera una toalla colgando de la ventana del tu cuartu.   Un besucu no muy prietu pa no lastimate, 

Luterio.

Jesús González González ©

MI CARTA...




Sí, lo sé, hoy falta mi carta y la verdad es que no sé por dónde empezar. Quizás es por eso precisamente, por haber "escrito tantas cartas" a lo largo de mi vida, que ahora mismo tenga dudas sobre cómo empezar a redactarla, aunque también puede ser porque he leído ya las cartas de los demás y no me apetece repetirme en temas parecidos.

Lo cierto es que le he estado muchas vueltas a esta dichosa carta que no sé quién ha tenido la "infeliz idea" de poner como tema.

En principio pensé en escribir una carta al amor, en escribir otra pidiendo la dimisión mía en el Taller de Escritura, (mejor decir renuncia), que si ponerme en el lugar del Rey y escribir una misiva pidiendo la abdicación de la corona debido a la mayoría de edad para compaginar las actividades de la Casa Real con los saltos del tigre por África y la Danza de los Siete Velos con una princesa Coral, (y no Corina), bajo la sombra de los elefantes, que si escribir una carta a las estrellas suplicándoles unas gotitas de rocío y un abrazo de la brisa en la noche, aunque también me hubiera gustado tener la paciencia para escribir una carta al Alcalde y preguntarle por eso de los herbicidas que han soltado por el pueblo y que ha llevado a que numerosos ejemplares de la especie canina anden en velatorios, rehabilitación y con cánulas adosadas y vías, como los enfermos de los hospitales, (sólo que aquí, la gente y el vecindario está muy indignado), y no entiendo los motivos, ya que si tanto ha llovido, supongo que el agua de la lluvia mandaría a las alcantarillas los restos de esos herbicidas y que no son precisamente los perritos los que acuden a comer la hierba en las cunetas.

Pero vuelvo a la carta y no me olvido de ella, que ya sé que es una espina atragantada, pero qué le vamos a hacer.

En primer lugar, como siempre, empezaré con el querido tal, apreciado cual o estimado desconocido que pasas por mi vida en un instante y me alegras la sonrisa. Luego haré una exposición ambigua y con cantos de sirena de la melancolía que tan habitual es, en estos días, de un invierno que se prolonga, y donde la atención de las familias prima entre el paro, las subidas de los impuestos, las restricciones económicas, el "buen hacer de los políticos de turno", (porque de los pasados ya ni se habla y encima ahora son los héroes), en resumen, un poco de toda esa carga de melancolía pejina que envuelve el alma, como al igual de los convecinos de los alrededores y de toda la madre patria.

Luego continuaré con las preguntas de rigor acerca de los achaques y así preguntaré por los diferentes “desconchaos”, como puede ser esa cachava que aún no veo como herramienta de apoyo, por los subidones de azúcar, (y bajadas), que algunas veces suceden porque sí, (ya que así son las cosas y no vale darles vueltas), y preguntaré por esos nervios que no paran en algunos, por el precio del tabaco en otros, para ver si de una manera sibilina alguien deja de fumar debido a la carestía de la vida, y preguntaré por los finos y blancos del medio día que han tenido que suprimirse y por la mirada soñadora y romántica que se quedó vacía y esperando mientras se helaba la sonrisa.

Pero no, no os asustéis, que no voy a ser mordaz ni voy a sacar la pluma afilada en esta tarde. No es ese mi propósito, si acaso quiero escribir una carta y que sea lo más cariñosa posible.

A vuestro lado, (y sí, va por vosotros), he pasado momentos maravillosos en que me he sentido transformado. Sé que decir esto es pasarse varios pueblos y más en una humilde carta, pero ¡qué le vamos a hacer! Tenemos un proyecto en marcha que vamos cumpliendo mejor o peor, pero aquí seguimos, ante el papel y la cuartilla, con estos "deberes", entre comillas", que tanto nos estrujan las meninges y nos hacen dudar de si pondré esto o aquello, de cómo lo verán los demás y de si caerá bien o mal, ya que siempre dudamos de nuestra capacidad y creemos que lo mejor es lo que escriben los otros y planteamos mil y una dudas a nuestros trabajos, pero quizás así es la vida y así debe de ser el comportamiento de los genios, (perdón, de nosotros, humildes aprendices de escritores).

No sé, me parece que me voy extendiendo más de la cuenta y no era ese mi propósito, ya que pretendía haceros sonreír un poco, pero hoy va a ser imposible, ya que ante la avalancha de los trabajos tan bien elaborados que me habéis presentado, el listón está muy alto y por eso el motivo de esta carta.

Simplemente agradeceros la sonrisa que iba esbozando al leer las cartas de Tadeo y Nisiuca, la de la Madre y la Hija, por no dejar atrás la carta a Mafalda, aquella otra que se escapó hasta una barquía en la ría, así como la carta al amor, (y con amor), de la pequeña y grande estrella que nos acompaña. Pero no, no me olvido de esas otras cartas, la una de clave moderna y epistolar, la otra de un correo pidiendo ayuda de un hijo a su madre y una tercera en clave existencial de uno ante sí mismo, en esa controversia en la búsqueda de la verdad a través de la luz.

He dejado fuera, a propósito, la carta a una aseguradora y la otra explicando lo de ese lugar en un pueblo, cuyo nombre, todos tenemos en la punta de la lengua. También dejé fuera, aunque ahora las incorporo, la de un recuerdo infantil, (juvenil diría), y otra con una “venida” en forma de poema.

Seguramente habrá alguna que llegue después de haber terminado esta carta. Estoy seguro y no me va a sorprender, pero sé que es así y así ha sucedido siempre a través de estos años.  De todas maneras me siento feliz y lo soy a vuestro lado.

Escribir es un lazo que nos une, algo que nos hace cada día un poco más, (como diría), ¿de la familia?, ¡Sí, supongo que es ese!, porque al final todos participamos de todos de una y otra manera y hasta nos interesamos por esas pequeñas cosas que los demás dan por rutina, pero que nosotros sabemos que son importantes para cada uno.

Resumiendo que os quiero y os aprecio y que si esta carta, (si es que es carta), nació con un propósito, ya ni lo recuerdo.

Un abrazo y hasta la próxima.

Rafael Sánchez Ortega ©
10/03/13

LA CARTA.





He recibido una carta. Me he quedado petrificado, pero con una sonora serenidad. Ante la inicial sorpresa del anonimato, no traía remite, siguió un abatimiento de pena y sentimiento lacrimal, pero finalmente se tornó en una cierta melancólica felicidad.

Me dice así:

- ¡Hola, mi muy recordado y estimado amigo! Como la letra no la reconocerás, pues los signos literales van a ser nuevos para ti. Y el estilo de mi prosa y el sentido de la misiva, te van a extrañar tanto que te irás preguntando:

-         Pero… ¿quién me remite estas simbólicas letras y me expresa unas conversaciones tan sumamente nítidas para él, mas tan lejanamente incrustadas en mi memoria, que ni siquiera con el misterioso silencio de la mente, soy capaz de rememorar?

-¡Sí, sí, según vayas leyendo, irás comprendiendo que no puede ser nadie, nada más que yo!

-Hemos tenido mucho contacto y conversado tan largamente y dialogado temas de muy auténtica vitalidad.

-¿Recuerdas nuestros años de juventud? ¡Cuántas hermosas fantasías o historias fantásticas nos contamos y casi las vivíamos como reales. Íbamos a arreglar el mundo, porque entonces ya estaba mal, e íbamos a recorrer el universo para disfrutar de la creación tan magnífica que alguien realizó. Pero lo hemos tenido que hacer muy mal. Pues ni hemos arreglado el mundo, más bien todo lo contrario, cada día está peor en todos los sentidos, tanto las personas como el universo, todo está podrido. Sí, ya estoy escuchando tus palabras: eres muy pesimista y muy dubitativo. Pues te digo que me quedo corto. Tendría que desaparecer todo y crearse de nuevo. Y las personas… ¡Jo, las personas!, qué mal nos comportamos. No pensamos nada más que en nosotros mismos, en acumular, en tener, en el poder… esto se hunde. Tú me decías que yo era demasiado bueno y te contestaba que tú eras un inocente.

-No creo que hayas dado en quién soy todavía. Ya me imagino tocarte la sien con tu dedo índice y decirme: la cabeza ha de servir para algo más que para llevar el pelo. Claro, tú lo tenías tan escaso… ¿ya caes en quién soy? Te vas acercando.

-Te recuerdo, cuánto reíamos refranes españoles, pues a los dos nos gustaban las letras y la música. Yo tocaba mejor, aunque cantando tú me superabas. Sobre los refranes, nos contestábamos. Yo decía uno y tú me respondías con otro. Verás:

            “Hermano, bebe que la vida es breve”. Y tú:

            “Comer sin vino, comer mezquino”

            “ La mujer y el vino, sacan al hombre del tino”, o

            “ Bendito sea Noé que las viñas plantó, para quitar la sed y alegrar el corazón”.

-¡Bueno, cómo lo pasábamos! Claro….los días de juerga juvenil.

-Me supongo que ya habrás caído….¿Sí?...¿No?...

-Bien, nos fuimos haciendo mayores y lógicamente nuestras cabezas se fueron asentando, la tuya más que la mía, y nuestras conversaciones, a pesar de que por nuestros trabajos nos veíamos menos, se tornaron más profundas: Dios, la vida… la muerte. Y no te digo nada cuando te enteraste de mi enfermedad. Entonces sí que me caí y dudé. Sí, dudé mucho. Pero llegaste y… a tiempo.

-Hay que luchar, hay que salir adelante. Nuestra fuerza está en la mente, me dijiste. Pero nuestra mente tiene que anclarse en Dios.

- Sí, otra vez nuestro tema… ¿cómo le llamábamos para entendernos? ¿ LA IDEA SUPREMA? ¡Sí, eso era!, LA IDEA SUPREMA.

-Recuerdo todavía tus animosas palabras: Dios busca estar con cada uno de muchas maneras: en cada experiencia vital, en cada aparente casualidad, en cada reto, en cada dolor está escondido su mensaje. Nos habla como amigo y debemos responder como amigos. Eso sí, debemos dejarnos perder entre sus manos. Todo eso me decías.

-Sí…, soy yo, mi cercano amigo. Y mejoré. También mejoró mi mente y mi cuerpo. Te fuiste, pero me dejaste una estela de esperanza que me ha hecho muy fuerte.

-Las temblorosas letras que hoy te envío, son para decirte que ÉL me llama. Que he llegado al luminoso túnel. Es una pasada de felicidad. Mis sufrimientos se han tornado en tocinillos de cielo. Sé que te acordarás ahora de aquellos versos que te gustaban de Fray Damián de Vegas:

            “Que el pensar si te me irás

            Me causa un terrible miedo,

            De si yo sin ti me quedo

            De si tú, sin mí te vas”.



-No tengas miedo, ya he pasado el túnel…. Y he llegado a LA IDEA SUPREMA.

- Sí, soy yo, Sanalén. He muerto. 



              Maximino Fernández Sierra ©.