jueves, 10 de octubre de 2013

TODO NO ES LO QUE PARECE




La batalla ya había comenzado, y yo no sabía cómo seguir.  Miré alrededor en busca de ayuda, pero cada cual, estaba con su propia guerra y yo, simplemente, estaba plantado enfrente de aquel ser pálido, casi trasparente que dejaba que el sol le hiciera ser invisible.

Notaba su mirada traspasándome, su aliento detrás de mi nuca como el carcelero, que doblega al prisionero con su sola existencia. No podía mover un solo músculo, porque su sola presencia me congelaba el alma. Había comenzado una batalla que ya sabía de antemano cuál era el resultado: morir en ella. Pero la pregunta era ¿dejaría que ganase sin poner una mísera cantidad de esfuerzo?

Mis pensamientos tuvieron una gran discusión, dejar que él ganase sin nada de emoción  o mirarle a los ojos y decirle, “ganarás pero yo no me voy a rendir”.

Me arme de valor, o seria esa valentía de la que habla el Rey” el ingenio no teme a nada”, me arreglé la armadura, saqué mi espada de la funda, tenía el mismo aspecto que el primer día que el rey la había puesto en mis manos, todavía recuerdo sus palabras que me hicieron sentir mucho más que un simple caballero y ¿ahora? ¡Era menos que una cucaracha!

No podía permitirlo, mire a los ojos de mi enemigo, rojos inyectados en sangre, buscando una nueva víctima y esa era yo, alcé mi espada y justo antes de que le hiciera el primer corte grite: "NO PODRAS CONMIGOOOOOOOO".

Y justo después el campo de batalla desapareció ante mis ojos, mis compañeros seguían allí pero ¿Qué había pasado? ¿Sería magia o que habrían muerto y eso era el limbo? por favor, ¿alguien puede explicármelo?- dije en voz alta desesperado.

MATEO, por favor ¡eh! no grites. ¿Porque no haces como tus compañeros, seguir en silencio que solo eran cinco minutos para relajarnos, pero parece que a ti en vede eso, es peor que librar una batalla?

Me senté tan rápido como pude, incrédulo no sabía que había pasado, Jorge se acercó 

-Tío ¿que te ha pasado? Te has puesto a gritar NO PODRAS CONMIGOOOO como si esto fuera una pelea. 

– Pues no sé hace un rato estaba peleando con el peor enemigo del mundo y de repente la señorita Pérez me está riñendo por romper el silencio.

-Tío vas a tener que ver menos películas de acción, te afectan.

-Si vas a tener razón o igual… el silencio es mi enemigo…
- ¡Va ser eso charlatán!

Jezabel Luguera ©

EL SILENCIO



En el silencio de la noche
un mendigo así cantaba
en la calle muy contento
y a todos nos despertaba.

No sé si cantaba a la luna,
a las estrellas o al alba,
pero a lo lejos se oía
su hermosísima tonada.

Que los pájaros del parque
solían cantar entre ramas
y era muy bonito el canto
en la tranquila mañana.

Las lunas y las estrellas
se fueron por la mañana
y dejaron espacio al sol
que a lo lejos asomaba.

¿Dónde estará el mendigo,
se dormiría en la playa,
con el murmullo de las olas
la arena será su cama?

Por la mañana en la calle
todos se preguntaban
quien sería el que en la noche
nos dio buena serenata.

Fue un mendigo muy alegre
que el vino le delataba.

Blanca Santos ©

SILENCIO



  El sacerdote espiritual tenía fama de moldear almas.

  Entró el frufrú de su sotana.  El grupo de catecúmenas le esperaba de rodillas,  en recogimiento.
 Tras exhortar a que se sentaran, las recibió con un beneplácito ademán.  

 Comenzó la sesión con la lectura del texto evangélico en que Jesús se aleja de sus amigos y comienza un total ayuno.

“Si vuestra palabra no es más hermosa que el silencio, entonces, no digáis nada”.

 Encomió a las expectantes alumnas a elegir –como lo había hecho el Maestro- un sacrificio para fortalecer el alma y acrecentar la fe.

Hincadas las rodillas en el reclinatorio, durante diez minutos, cada aspirante a la vida ascética se comprometió a supeditar al cuerpo a una ofrenda, durante los cinco días de recogimiento sepulcral

  Entendieron que el silencio se hacía presente tanto en la capilla como fuera de ella.  Así, silenciaron sus zapatos, el frufrú de sus uniformes, las ondulaciones de sus cuerpos.

Recogidas en las celdas desnudas de las religiosas, cada aspirante se esforzó a crear, asimismo, un silencio espiritual.  Oraron, es decir, visualizaron a Jesús y se adhirieron a su imagen. Pero la misma iba y venía: eran novatas.  La que se insertó el silicio fue manteniendo el rostro del Penitente casi prendido de las pupilas.  Las gotas de sangre eran la esencia, el elixir hacia la pureza.

Bastantes principiantes optaron por el ayuno.  Los estómagos con sus jugos gástricos les producían  retortijones, mas las sanas  anoréxicas emulaban a Jesús y el hambre: SU HAMBRE las confortaba.  (Al anochecer las idas y venida de la enfermería fueron constantes)  Alguna cojeaba con las cuentas del rosario incrustadas en las rodillas mas los ayes eran reprimidos con ardor.

  El segundo día, el sacerdote siguió refiriéndoles  las tentaciones con las que El Señor fue atribulado.   Les aseguró que también ellas serían extorsionadas pero que la lid contra Satán sería, al final, jubilosa.

 El tercer día, el guía espiritual suspendió su arenga sobre las tentaciones a las que era sometido Jesús.  Los rostros de las dolorosas  refulgían ardientes, sus labios aparecían hinchados y heridos,  las rodillas se cubrían con apósitos… (La hermana enfermera llegó a dopar para despojarle del silicio y obligado a tomar antibióticos a la cuasi mártir y. las anoréxicas voluntarias fueron forzadas a llevar una dieta blanda)

  Si  vuestra palabra no es más hermosa que el silencio, entonces, no digáis nada.

  El último día entre todas confeccionaron un mural:  SERENIDAD, ALEGRÍA, AMOR, PROTECCIÓN, ALIVIO, DULZURA, TERNURA, FILANTROPÍA, ESPIRITUALIDAD…

    Se veía claramente que aquella solicitud  y aquellos sacrificios  habían sido ampliamente compensados por la luz reconfortante del alma.

   Del grupo, surgieron voluntarias que acudirían a las reuniones de adolescentes golpeadas por la vida, siempre  bajo la enseñanza de:

  “Si tu palabra no es más hermosa que el silencio, entonces, no digas nada”.


             San Vicente de  la Barquera, a 5 de octubre de 2013
                                         
                         Isabel Bascaran ©

YO TAMBIÉN HE BUSCADO EL SILENCIO...




Yo también he buscado el silencio
en las noches heladas y frías,
para ver si en el mismo encontraba
unas gotas de amor infinitas.

Pero nunca encontré la respuesta
a esa paz que mi alma pedía,
ni encontré la laguna de plata
donde el agua descansa y suspira.

Me perdí por las calles oscuras
persiguiendo mil sombras distintas,
y creyendo alcanzar la figura
que en los sueños, tan dulce, nacía.

He buscado, paciente, el silencio
en iglesias con luz amarilla,
y tan solo me hablaron las piedras
con sus tristes ventanas vacías.

¡Cuánta nota dormía en sus bancos
como duerme la imagen bendita!,
¡cuánto incienso quemado a los dioses
y qué cera en velones sin vida!

Porque así descansaba el silencio,
terrenal, de una iglesia tranquila,
y sonaban, sin voz, las campanas,
en la torre llamando a la misa.

He buscado el rumor del silencio
en las playas de arenas muy finas,
en mañanas soplando el nordeste
y aguantando el salitre y la brisa.

Pero solo llegaban las olas,
con resacas, sin más, a la orilla,
y atrás quedan los mares sin nombre
con silencios mortales y heridas.

¡Cuántas vidas bajaron al fondo
de las aguas oscuras e impías!,
¡cuántos seres quedaron llorando
en los muelles por barcas vacías!

He buscado el silencio en tus brazos
y el amor, en la tierna mejilla,
pero estaba soñando, sin duda,
porque tú te ausentaste enseguida.

Yo no sé la oración de las almas
que en silencio, valientes, suplican,
y quisiera saber sus misterios
y plegarias que ardientes recitan.

Porque solo el silencio es silencio
y en la nada el silencio se cita,
a pesar de buscarlo en las noches,
en las tardes, mañanas y días.

"...Yo también he buscado el silencio
y esperaba encontrar tu sonrisa,
invisible y cubierta de sombras,
que alegrase esta página escrita..."

Rafael Sánchez Ortega ©
30/09/13

TAÑERON LAS CAMPANAS





Tañeron las campanas,

las cinco de la tarde en eco de locura,

y el cielo resurgió

entre mis pestañas

y sobre las sábanas;

nublado.



Apenas respiraba en el temblor

de aquel febril instante;

la cama se inundaba de sudor,

me abrazaba malherida,

y no supe si fue ella quien tuvo escalofríos.



Sabía que me desangraba

en aquel sudor…

y con alguna lágrima.



Me sentía respirar cansadamente

en un silencio que crispaba mis oídos

y que ensordecía el tiempo,

y noté que mi sangre

circulaba por las venas torpemente…,

¡y me hizo daño!



La sentía llegar al corazón,

que es ya un reloj de torre antigua,

y noté su latir en campanadas

cansinas, seguidas

y a destiempo.



Se agolpaba la sangre espesa

entre las sienes

y la tarde febril ya me acechaba,

tenía pesadillas,

retumbaba el tañer de aquel reloj

en mi latir

y quise rehusar la vida

en los callados ruegos de mi boca…



Estaba cansada de luchar

desde esa habitación

en otra gran derrota,

y me di cuenta que vivía

porque de nuevo sonaron las campanas

a las siete de la tarde,

y rompieron mi silencio.



Ángeles Sánchez Gandarillas ©