sábado, 18 de mayo de 2013

TODO AQUELLO QUE IMAGINES...

 

Subí aquellas viejas escaleras, sin nada de luz, y al final de ellas me esperaba… ¡la puerta que daba paso al lugar del misterio!: “El desván” donde tantas y tantas veces intenté subir y el miedo me paralizaba.

Cogí todo mi valor, empujé la puerta y el sonido a óxido de las bisagras me informó que ya estaba dentro.

Respiré profundo y empecé abrir los ojos, pensé que me encontraría un viejo dragón "escupe fuego", con escamas color escarlata o un viejo bucanero con una enorme barba y su parche en el ojo.

Pero nada de aquello que mi mente creó, cuando solo tenía  cuatro años, apareció ante mis ojos.

Busqué la llave de la luz. Antes de alcanzarla una cosa me recorrió el brazo, empecé a gritar porque el fantasma de las paredes me había agarrado y ahora me llevaría a su misteriosa guarida llena de oscuridad. Entre mis gritos y alguna que otra lágrima encontré la ansiada llave. Tras encender la escasa luz descubrí que mi espeluznante fantasma, solo era una araña de patas largas.

Me reí de mi misma, mi imaginación me había gastado una mala jugada. La deposité en el suelo y di un vistazo al lugar que me rodeaba, pensé para mí, que tanta imaginación no era buena pues llevaba más de quince años sin subir nada más que un peldaño de esa vieja escalera.

Si no fuera porque mi abuela me había mandado ir a buscar su vieja máquina de escribir, una y otra vez durante toda la mañana, no estaría aquí, rodeada de recuerdos llenos de polvo y alguna que otra araña de patas largas.

Solo había recuerdos, nada de fantasmas, monstros de un solo ojo y diez brazos que devoraban a los niños curiosos, pero… yo escuchaba ruidos espeluznantes, tenía razón mi prima solo era el aire entrado por las viejas juntas de las ventanas.

- ¡Qué tonta soy!, -pensé en voz alta.

-¡Isabel, Isabel….! ¿Cariño estás bien?

- Si Abu, estoy buscado tu Olivetti.

- Es que te oído gritar y me he asustado, ¿qué ha pasado?

- El fantasma de las paredes que me quería raptar, -dije entre risas.

- ¿El qué...? Isabel no te rías de tu abuela.

- ¡Nada¡ una araña que me estaba subiendo por el brazo, pero todo va bien vuelve a tus cosas en nada estoy abajo contigo.

- La tarta esta casi lista asi que voy a calentar el café ¿vale? 

-Date prisa cariño.

Tras escuchar los pasos de mi abuela alejarse decidí seguir con mi búsqueda, encontré un par de cajas llenas de ropa antigua, un espejo tan grande como una puerta, alfombras deshilachadas -¿para qué querrá esto?, un viejo retrato familiar, ¡dios mío que joven esta mi madre este cuadro!, éste le bajo conmigo, pero… donde estará la máquina, di varias vueltas por el lugar y no apareció por ningún lado.

Cuando ya me disponía a rendirme y decirle a mi Abu que su Olivetti, se había marchado junto a mis monstruos reparé en un viejo baúl, abandonado en una esquina, lleno completamente de telarañas… decidí moverlo y colocarlo debajo de la lámpara, pesaba como un muerto, aunque yo nunca he llevado un muerto.

Limpié con la manga de mi sudadera el baúl, tenía una inscripción:

"Todo Aquello Que Imagines Lo Encontraras Dentro"

Pasé varios minutos pensando, hasta que mi curiosidad tomó el mando de mi cuerpo y lo abrió y adentro había… 

¡La vieja Olivetti de mi abuela! Sorprendida decidí que ya era hora de bajar a tomar ese café y que mi Abu me explicara unas cuantas cosas.

Tras tomar el café le pedí dos cosas, la primera que me dejara llevarme el retrato a casa y accedió al momento, y la otra fue que me explicara para que quería su máquina de escribir y porqué estaba en ese extraño baúl.

            -¿No te lo imaginas?

            - No la verdad y mira que por imaginación no será.

- Es para ti, para que todos tus monstruos, bucaneros y dragones existan a través de tus cuentos.

-¿Pero…?

- De pero nada, cuando yo era como tú tenía esa misma imaginación y mi madre me regaló esta vieja amiga y desde entonces todos mis seres imaginarios fueron realidad.

- Ahora ya entiendo la inscripción.

-¿Otro trozo de tarta y así me cuentas eso del fantasma de las paredes…?

Jezabel Lugura ©

UN BAÚL ABANDONADO





               Estuve en  Calella   hace poco tiempo. Calella es un pueblo de  Cataluña, donde lo mejor que encontré en él, fue el tren de alta velocidad  que cada media hora recorre en ambos sentidos la región del Maresme, y te permite plantarte en cualquier pueblo costero de la provincia de Barcelona, en menos que canta un gallo.

               Tiene también otras buenas cosas, como por ejemplo, una playa amplia y hermosa  en la que deben bañarse  muchachas preciosas   cuando llega el verano, pero a mí no me tocó admirar el colorido de sus bikinis, porque yo estuve en invierno, y en esa época la playa estaba triste, sin  bikinis de colores, y lo que aún es peor, sin muchachas preciosas.

               Por eso  me fui tres o cuatro veces a Barcelona, porque en el tren de marras se llega en un santiamén, porque en Barcelona hay muchas cosas interesantes que ver, y porque  si te sientas en un banco de las Ramblas, ves paseando a motones de muchachas preciosas, aunque por aquí no suelen ir en bikini. También pasean mozas que no son guapas, y hasta las hay como con defectos de fabricación en el cuerpo, y a estas, no sé porqué, todo el mundo las mira menos. 

               Después de visitar La Sagrada Familia,  el Parque de Güell, el mercado de la Boquería, una estatua de un Colón que le pusieron altísimo,  y extendiendo un brazo hacia Italia como diciendo que no habla catalán porque viene de allí, y todavía no ha tenido tiempo de aprender la lengua,  y después de visitar tres o cuatro “casuchas” que dicen que hizo un tal Gaudí,  me perdí primero por el Barrio Gótico, y más tarde por otro conocido con  el apelativo de Pedralbes.

               Y fue aquí, en el conocido como Peldralbes, cuando le vi allí, sólo,  en la calle, y arrimado a los muros de una finca impresionante. Era un baúl hermoso de tapa abombada forrada de cuero, y esquinas de cobre  con forma triangular perfectamente remachadas.  Me llamó la atención su soledad, pero de inmediato pensé que sería momentánea en tanto salían los señores de la casa, y sin darle más importancia seguí caminando.

               Pero al cuarto de hora   regresé por el mismo sitio, y  el baúl continuaba en la más completa soledad, y así, de repente, como inspirado  por una divinidad,  me imaginé la historia del arcón de mis  intrigas: ¡Este  baúl  es de Iñaki Urdangarín! Enseguida empecé a atar cabos ateniéndome a lo que los periodistas  nos cuentan todos los días de este “pobre hombre”  vilipendiado  e imputado en varios casos de corrupción solo por el mero hecho de haberse equivocado, y desviar sin querer unos cuantos millones de euros a unas pobres cuentas corrientes que él tiene por ahí. Y a esto le llaman el caso “Noos”, cuando en realidad debía ser el caso “Voos”, porque el problema es de ellos y no de nosotros.

               Pienso yo que a este hombre le cogió algún juez cuesta abajo, porque el pobre Urdangarín que se había ido como muy silencioso a hacer “las Américas” a Estados Unidos, le han hecho volver para que declare  como hizo “las Españas” antes de largarse de aquí.

               Pero esto es algo que según él, no tiene que declarar, pues yo le escuché decir en televisión que volvía a defender su inocencia y su honorabilidad. Y si el individuo es inocente y honorable,  está claro que no pudo llevarse lo que no es de él

               Pero no deja de mosquearme un poco lo de que ahora quiere irse a trabajar a Qatar. No sé si irá  a extraer petróleo, o es que como Qatar está dentro del mismísimo Golfo Pérsico, a lo mejor pensó él que dentro de un Golfo tan grande,  un Golfillo más chico pasaba desapercibido… 

               Y también supuse yo  que el baúl lo abandonó para echar a correr, porque  de la que iba camino para Qatar se enteró de que el juez de turno salió tras él para decirle que “antes de entrar” en otro negocio,  “saliera” del anterior  devolviendo lo que siempre según algunos periodistas, parece ser que se había llevado…

               Pero mira tú lo que son las cosas: Nada de esto que imaginé, fue cierto. Yo lo pensé así, porque estaba en el barrio de Pedralbes, y me dejé influenciar por la mala leche que tienen algunos de esos hombres que escriben en los periódicos  haciéndonos dudar de la honorabilidad de los hombres honorables. Pues yo para asegurarme, me acerqué al baúl, y le abrí. Allí no había dinero negro ni dinero blanco. Ni libros de cuentas,  ni facturas falsas, ni cartas de amigos del Partido Popular, ni de amigos del  “Pesoe”.  Ni siquiera había un turbante y una chilaba para vestirse de Jeque cuando llegara a Qatar.

               Nada más que abrir el baúl  empezó a salir todo un pentagrama de notas musicales que se fueron elevando en el espacio con una melodía tan entrañable, tan de mi tiempo, que enseguida caí  en la cuenta: La que perdió  el baúl, fue Karina. Era su “Baúl de los Recuerdos”

                                             Jesús González Gonzáles ©

ERA UN VIEJO DESVÁN Y ERA UN BAÚL…



Era un viejo desván y era un baúl,
un baúl soñoliento, abandonado,
un arcón con reliquias y recuerdos,
y un violín en espera de una mano.

Porque el dulce secreto que albergaba
era el fruto paciente, de los años,
con retales de notas impacientes
y desvelos nerviosos en trabajos.

Porque allí se guardaban la esperanza,
la inocencia furtiva de unos labios,
la sonrisa sin nombre ni destino
y aquel beso lanzado hacia lo alto.

Era un viejo baúl adormecido,
un desván, con hollín, en muchos lados,
un rincón de nostalgia y fantasía
esperando la magia de los magos.

Y es allí donde grita la inocencia,
donde pide los besos que ha soñado,
reclamando el juguete y la alegría
para ir por el mundo a disfrutarlo.

Y es también donde ruge la galerna,
donde vibra en la costa su reclamo,
a la vez que las olas se vacían
y la espuma se funde con los cantos.

Era un viejo desván, en la penumbra,
un baúl con hollín en sus costados,
un remanso de sueños contenidos
y sonrisas mezcladas con los llantos.

Más tenía la fuerza irresistible,
que invitaba a mirar y a rescatarlo,
de ese pozo de sombras y negruras
en que el tiempo le puso a buen recaudo.

Y tenía la sed de la esperanza,
confiando también en el milagro,
de saciar las preguntas de aquel niño
apurando las gotas de su vaso.

Era un viejo baúl, a la deriva,
un desván misterioso y sacrosanto,
y era un niño mirando en el espejo
de otro tiempo, con magia, ya pasado.

Rafael Sánchez Ortega ©
10/05/13

EL BAÚL ABANDONADO



 

Raúl tiene 10 años y está en Menorca. Ha ido con sus padres a pasar las vacaciones de Semana Santa en un hotel grande de un pueblecito con una cala preciosa de aguas cristalinas. Le parece la más preciosa de las piscinas, ya que no hay olas y casi no cubre nada en la orilla, pero tiene que bañarse en las piscinas del hotel ya que solo no lo dejan bajar.

Por fin sus padres deciden darse un baño de agua salada en la playa con otro matrimonio con el que han hecho amistad. Tienen dos hijos más o menos de su edad.

-¡Yupyyy! Ya estaba harto de piscina, -dice Raúl.

Se van los tres a jugar a las palas. Una de las veces la pelota se les escapa lejos y Raúl ve un portón grande semiabierto debajo de la terraza de un restaurante cerrado. Deciden ir a investigar. Asoman sus traviesas cabezas y solo ven oscuridad. De pronto unos chillidos les aterrorizan y salen corriendo. Asustados y con el corazón a todo latir se sientan en la arena, y ven salir a dos grandes gaviotas volando.

Se ríen a brazo partido y deciden volver. Esta vez entran. Allí solo hay una pequeña barca con unos remos, una cuerda gorda enroscada en el suelo, un ancla roñoso y al fondo, casi cubierto de un plástico grande negro, un arcón de madera oscura.

-¡Hemos encontrado el tesoro de los piratas! –dice el niño más pequeño.

¡Bravo, bravo! –contestan los otros al unísono, y se abalanzan a ver si está abierto. Con sumo cuidado desenganchan la cerradura y suben la tapa. ¡Qué desastre!, allí no hay ningún tesoro; solo ropa vieja, un pantalón vaquero descolorido, un niky azul y unas chanclas.

Pero para ellos es una tarde memorable. Juegan a proteger su tesoro y hacen pequeños montículos con piñas que hay por el suelo de los muchos pinos que hay junto a la playa e imaginan grandes hogueras, imitando a los “talaiot”  (montículos de piedra) como les habían explicado en una excursión del hotel. Cuando venía un barco desconocido, encendían las hogueras, y al ver el resplandor, si el barco venía con aviesas intenciones se daba media vuelta, ya que toda la Isla estaba alerta. Por eso la llaman “La Isla de la luz “.

Una voz les dice. –¡Hora de merendar! "y la magia se rompe".

María Eulalia González ©
Abril 2013