martes, 1 de abril de 2014

SENTIMIENTO




 El cielo tenía un tono verdoso, me recordaba al color que adquiere el océano cuando en su interior está repleto de algas. No sé porque, me inspiraba una sensación de miedo, de angustia.

Decidí dejarlo enterrado en el mar de mi mente, esperando que una galerna se lo llevara, ¡qué ingenua soy!, en mi mente no puede haber galernas, pero la imaginación es lo último que se pierde o eso dice un dicho popular.

 Al llegar a casa me encontré todo preparado, la cena en el horno, la mesa puesta y… la calefacción encendida; en menos de 20 segundos mis mejillas tornaron a un color rojizo. De repente Jaime apareció de la nada como una sombra.

- Hace un poco de calor ¿no?, Casi, casi como en el infierno estamos, -y sus ojos se iluminaron con ese brillo que ya conocía que me daría problemas.

 Me acerqué a él tan cerca que mi aliento le heló la sangre, como si mi cuerpo se transformara en hielo cuando nuestros ojos se cruzaban. Perdió la batalla sin haber comenzado.

-¿Qué te parece si cenamos primero y luego discutimos si hace mucho calor o necesitamos un poco más?

-De acuerdo, pero solo porque la cena huele estupenda y llevo todo el día con una sensación… que he intentado que una galerna se llevara.

-¿Qué una galerna qué?...

Me pase más de una hora intentando explicarle qué era una metáfora  y su respuesta fue de lo más inesperada:

-¿Por qué no cogiste y la enterraste en la arena para que el agua la fuera diluyendo y así formase parte de ésta, y cuando una buena galerna levantase tal cantidad de viento que hiciera formaran parte del cielo verdoso que estabas viendo?

 Me dejó tan impactada que las palabras se quedaron alojadas en mi garganta y solo pude abrazarle y descubrir que querer a alguien se puede hacer de tantas maneras como granos de arenas tiene la playa, pero saber que alguien te comprende solo hay una.

Jezabel Luguera ©

LA GALERNA



                                                                     


            La mañana transcurría con la parsimonia de una tortuga.  El cuerpo, aletargado, flemático se oponía a realizar el más mínimo esfuerzo.  La acción otrora golosa se presentaba, ahora, sofocante.  Uf… preparar ensalada fría de pasta, huevo, pollo…  Bueno, la acompañaría de jugosa sandía y botellas de agüita fresquita, protegidas por cubos de hielo. 


           Con la nevera portátil  asida con la mano derecha, la sombrilla ornada de barquitos multicolores y mi toalla marinera bajo el brazo izquierdo bajaba el sendero estrecho y empinado de la carretera a la playa, sudando la gota gorda.  Ni una brizna de aire, ni un movimiento perceptible. Las hojas quietas, las bocas cerradas…  La naturaleza se había paralizado bajo el calor asfixiante.


           La mar nos atraía con su agua milagrosa.  Tan apetecible, tan atractiva con su azul refrescante.  El baño fue uno, tan prolongado que la piel se hizo rugosa, como con escamas.


           Por fin, de puntitas sobre la arena, luego, dando saltitos de gaviotas sobre  brasas de fuego, mis pies se posaron sobre mi toallita marinera.   Chorros de agua resbalando por la garganta, hilos de sandía surcando la barbilla; el estómago rugiendo mientras el cerebro exhortaba a no probar calorías.


         El sol abrasador refractaba   sus colores hacia mis ojos achinados. Pestañeé de forma nerviosa; algo visualizaban mis ojos.  Los friccioné, sí, un cúmulo de verdes y rojos pintaba la cima de una montaña.  Cada vez más cerca, a unos doscientos metros me percaté de que eran algas que  ondeaban, luego vi el rojo fuego del abismal infierno.  El monstruo avanzaba con sus golpes terroríficos, eran sus pezuñas, su cola escamosa y las algas de su cuerpo blandiendo como espadas.  Mi sangre se volvió azul, luego blanca y todo mi cuerpo –no, no fue sal, sino hielo.


         Del vientre del “dragón de mar”  emergieron dragones híbridos, voladores, decenas que uniendo sus alas fueron formando médanos de arena que cambiaron la fisonomía de la playa.  En un período incierto de tiempo  -pues yo estaba transportada al inconsciente- los dragonetes borraron todas las huellas, cubrieron  neveras, bártulos  y pusieron en danza los ocres parasoles.  


          Cuando la “dragona mamá” puso sus pezuñas en la cálida arena, empezó a tambalearse.  Yo fui reculando  y volviendo a la realidad.  Se zampó sus últimas algas y según las rumiaba cayo inerte. 


          El cielo iba vistiéndose de luto.   Los cúmulos volaban a velocidad vertiginosa. Iban formando caras de los dioses Eolo y Thor. Estos  llamaron a los rayos, relámpagos y truenos.  Conocedores de sus fuerzas, los dragonetes aletearon hacia los poderosos.


         Agarré mi toallita marinera para que me protegiera de los fenómenos atmosféricos y de sus creadores, pero fuerzas más poderosas me la usurparon.  El viento me bamboleaba.  Lastimosamente, me arrodillé  - la arena  ya no quemaba- pero embadurnaba como a una empanada. Oía las risotadas del trueno. Varias uñas se me partieron al golpearme con una piedra, extendí la mano izquierda: ¡era el malecón!  Trepé a él con sangre y dientes.  Me refugié tras el parapeto.  De pronto, una luz suave me envolvió cuerpo y alma.  Había ganado a la galerna.


      Los que ya habían superado el miedo paseaban cual zombies, desternillándose.  Se limpiaban las caras y… se acariciaban los ojos con jirones de mi querida toallita marinera. 


             San Vicente de la  Barquera, a 23 de marzo de 2014

                Isabel Bascaran ©

ERA UN PREMIO CARGADO DE TERNURA...


Era un premio cargado de ternura,
una bella espiral, unas palabras,
una imagen de luz y colorido,
y un abrazo dejado en la distancia.

Yo lo vi con los labios temblorosos
y sentí "la galerna" de mi alma,
revolverse entre versos y poemas
y escapar con los mares y las "algas".

Recordé los umbrales del "infierno"
y las puertas ardientes traspasadas,
el calor que asfixiaba los instintos
con los leños cambiándose por llamas.

Era un fuego, quizás insoportable,
deseando volar por la ventana,
hacia el "hielo" sagrado de la tierra
y fundirse en vapor en sus entrañas.

Pero entonces estaba el fiel desierto
con su "arena" maldita hacia la nada,
y también los confines de una vida
que impaciente los ritmos me marcaba.

Más el "viento" besaba mis cabellos,
y también las mejillas tan livianas,
que sentían el premio de unos labios
con un tierno suspiro por la cara.

Yo apreciaba aquel premio tan sagrado
y lloré con mil lágrimas amargas,
como lloran así, los peregrinos,
al llegar a la meta tan ansiada.

Y dejé que volaran las gaviotas,
con un aire marcial sobre la playa,
y seguí, tras su vuelo presuroso
a la costa, que estaba muy cercana.

A lo lejos clamaba la galerna
con su voz angustiosa y demudada,
parecían que fueran letanías
los lamentos que el aire desgranaba.

"...Era un premio cargado de ternura,
un crisol de poemas y de cartas,
un conjunto de versos reunidos
con sus rimas, de amor, encadenadas..."

Rafael Sánchez Ortega ©
07/03/14

FUERA DE LOS LÍMITES



Eres pleamar
y sosiegas mis dilemas
e inquietudes,
las tristezas,
el azote de la angustia
y has cambiado los conceptos
de lo que creí amor
hasta tu llegada.
Me conviertes en pasiones
si me rozas con tus aguas detenidas
y es la gota descarada
que hace beso en mi mejilla
o en mis labios
con regustos a salitres…

Soy arena que levantas
con tus olas descansadas,
me transformas en galerna
donde arraso mi presente,
arrincono soledades a otro espacio
y jabono lo más gris de mis entrañas
y lo enjuago
en tu agua fina
y blanda…

Y me rindes por completo
desligando las amarras
en el latido impenitente de marea,
y te adueñas de mi puerto solitario
y de mis barcas.

Mis sentidos son zozobra
en tu firmeza, que es abrazo delicado,
y me visto con las algas
que arrebato de tus fondos,
y consigues ser resaca de mi infierno
donde el hielo se hace agua perezosa
en la caricia
de un deseo compartido…

Traes arenas
a mis dunas
con las ráfagas de viento
y me templas en suaves lazos
que multiplico en mil deseos...

Soy tormenta ilimitada en tu marea
y contigo me arrebato en las pasiones,
y me devasto en propio anhelo,
mas, de nuevo me liberas
y me hago calma…
Eres beso
en el encuentro con tus aguas
y lo convierto en una ola
que se adentra entre mis senos
y es el mimo repetido en pleamares…

Eres agua y eres aire
y humedades de salinas,
eres vuelo de las aves
y te mueves en ponientes
y es la nana extraordinaria
en las bocas de sirenas, muy sensuales,
y la rompiente
que me acuna en la cresta de sus olas
en un baile interminable.

Eres firme y yo soy duna
que se mueve con el viento
en tu busca, pleamar,
y que yo siento… marejada.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
24-III-2014

ÉXTASIS.




Empecé  a sentir en ella una pulsión, un latido que surgía, profundo, de sus entrañas y que me arrastraba a acompasarme con él, que crecía poco a poco en intensidad y me envolvía como una telaraña que me privaba de libertad, como unas fauces que se aproximaban sigilosamente y amenazaban con engullirme. Se abalanzaba sobre mí, me inundaba irremisiblemente con su hechizo, haciéndome su prisionero, su esclavo, dueña de mi voluntad, palpitando los dos en total sintonía, aprisionándome cada vez más entre sus encantos, jugando conmigo a su absoluto albedrío, cautivándome con sus requerimientos, seduciéndome con sus caprichos. Mis sentidos se precipitaban en una vorágine de apetencias, todo mi cuerpo se tensaba como un arco que ansía el momento del disparo, pero ella se recreaba una y otra vez aumentando y disminuyendo esa tensión de forma enloquecedora, tremenda y, a la vez, embriagadora, irresistible. 

El tiempo corría despacio, cada segundo se me hacía eterno, anhelaba llegar a la cúspide de esa fascinante travesía que ella sembraba de senderos serpenteantes y se obstinaba en que no alcanzara, espoleaba mi anhelante locura. Y de repente, estalló sobre mí en un aluvión, un alud desbordado de pasión contenida, un torrente de lava ardiente. Era ahora una galerna encolerizada, un mar de olas embravecidas, una jungla de algas retorciéndose entre vigorosas corrientes submarinas, todas las fuerzas del infierno congregadas para hacerme perder la razón. Ni un solo rincón de mi piel dejaba de sentir su ardor, su fuerza, su magnetismo. Me transportó en un vuelo majestuoso, como en alas de un águila imperial, a la cima de la más alta montaña, al aire afilado de los riscos, y supe que había vivido la belleza en su forma más apasionada y más plena.

Me dio una tregua. Su latido se hizo imperceptible y, juntos, nos deslizamos por una senda maravillosa que descendía hasta un remanso de paz y sosiego. Sentía su abrazo, pero ya tranquilo, plácido, sereno. De vez en cuando parecía querer rebrotar, pero era como un toro de lidia que lleva ya el hierro de muerte hundido hasta la empuñadura y que, bravo, quiere aún alzarse sobre sus cuatro patas que, sin embargo, ya no le aguantan y se hunde; y lo intenta de nuevo, y se rinde.

Llegó una calma infinita en la que me regalaba sutiles caricias, carantoñas distraídas, arrumacos de amante. Sentía, ahora mansamente, su rítmico palpitar y, por un instante, temí que se rompiera la magia del momento y que toda aquella pasión desbordada, de hacía tan sólo unos instantes, se diluyera en un mar monótono de hielo, en un desierto plúmbeo de arena. No quería que se acabara, no tenía bastante, quería más, no soportaba la idea de que diera la llama por extinguida, que no apagara hasta el último de los ardientes rescoldos que aún me abrasaban. Y, como si hubiera entendido mi callada súplica, como si mi deseo hubiera activado algún oculto resorte en ella, despertó de su efímero letargo y volvió a abalanzarse sobre mí en una explosión de furia desbocada, con toda su renovada energía, con toda su hambrienta avidez, como un viento huracanado que surgiera del vientre de la tierra, envolviéndome y oprimiéndome, hasta que nuestros pulsos encabritados se doblegaron y los dos, finalmente, nos abandonamos a una capitulación feliz, a un abrazo satisfecho, a una felicidad sin reservas, a un amor eterno.

*****

Beethoven estrenó su séptima sinfonía en un concierto a beneficio de los soldados heridos en una batalla. Su segundo movimiento, que el propio compositor reconocía ser una de sus creaciones favoritas y en el que se inspira mi anterior relato, fue tan bien acogido que le obligaron a repetirlo a fuerza de aplaudirle a rabiar hasta que accedió a ello. El día que lo descubrí, hace ya muchos años, creí que no podía haber música más bella. Ella, esa música sublime, ha sido, es, mi más desprendida y pródiga amante. 

José-Pedro Cladera ©

LA GALERNA





Era un día maravilloso de verano. Decidimos pasarlo junto a nuestros hijos y unos amigos hace ya unos años en la playa del Puntal, cuando veníamos a Santander. El barquito estaba a punto. Desde La Marina del Cantábrico fue una delicia de paseo, amén de seguir hasta ver el Sardinero desde el mar antes de enfilar al Puntal. Una vez allí, un hermoso paseo por la orilla pisando las "algas", y recogiendo conchas nos abrió un buen apetito.

Nos fuimos todos al Chiringuito a tomarnos las consabidas rabas que tanto nos gustan a todos mientras nos hacían una sabrosa paella. ¡Buenísima!. Después de los postres, los señores se pidieron unos whiskys con "hielo". Los niños correteaban por la playa. De repente empezó a soplar un viento fuerte y las sillas del chiringuito vacías comenzaron a caer. Unas nubes negras venían por lontananza. Todo presagiaba el "infierno" de una galerna.

-¡Todos al barco!  Echaron otra ancla por la popa y a esperar que pasase. Pero no pasaba y arreciaba.  Había muchos barcos parecidos al nuestro y todos a pesar de tener dos y tres anclas comenzaron a garrear y a irse unos contra otros. A nosotros nos embistió uno con la proa  y el nuestro comenzó a garrear contra la "arena", inutilizando los dos motores.

El "viento" y la lluvia no paraban. Ya se estaba quedando aquello vacío y todos se iban. Menos mal que un yate más grande que el nuestro consiguió llevarnos a puerto.

Ja, ja, ja,… Delicioso día de verano en Santander. Por aquel entonces vivíamos en Madrid, y quisimos olvidarnos por unos días de los treinta grados a la sombra.

                                   Mª Eulalia Delgado González ©
                                                           Marzo 2014