jueves, 3 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO




UNA TARDE DE TORMENTA
Al abrir los ojos nada me resultaba familiar, también la falta de luz acrecentaba esa sensación de no saber donde estaba.

Solo escuchaba clac, clac, clac, clac…. Ese sonido, sí que era familiar para mi, era el de agua y a veces hasta granizo golpeando en un cristal, con ayuda del viento.

Ya tenía algo de idea de donde me encontraba, en algún lugar con ventanas y tiempo de tormenta.

Al clac, clac de antes se le sumaron siseos del viento acompañados por sonidos de truenos cada vez más continuados, la verdad parecía una orquesta tocando y cada vez se le sumaban más instrumentos (sobre todo de viento y percusión).

Intenté alcanzar la ventana y así poder ver el paisaje y reconocer algo del mismo para poder tramar una plan de huida. Pero me fue imposible alcanzar la ventana y no porque estuviera muy lejos o atada, sino porque una extraña tela cubría todo a mi alrededor, en forma de cúpula. No me permitía levantarme, podía  si moverme, mi prisión tenía limites, intente quitarme la tela de encima pero parecía pegada al suelo era como una cueva en la que solo había un habitante, “yo”, y ninguna puerta.

Fuera de mi cueva/prisión escuchaba como la tormenta aumentaba y aumentaba, la orquesta estaba en el momento álgido y yo encerrada, a oscuras, en mi cueva de tela.

Cuando desistí de buscar una salida me di cuenta de que no se estaba tan mal en mi prisión, había calor y nada de humedad, eso si no había comida por ningún lado y mi tripa había empezado a rugir, “y ¿ahora qué hago?”, -pensé.
Pero en ese preciso instante, una silueta apareció de la nada y con ella un olor… a chocolate caliente; cuando me disponía a atacar a mi atacante me desarmo con un….
-         Trasto, ¿qué te parece si abandonamos tu tienda de campaña?, que tu abuela nos va a matar si ensuciamos su manta, y merendamos un poco de chocolate.

Jezabel Luguera ©

EL ENCUENTRO



EL ENCUENTRO
Esta vez me va a pillar el toro. Entre los ensayos del teatro y, ahora, el viaje a Tenerife, se me está echando encima la fecha del Taller de Escritura y aún no sé ni de qué voy a escribir. “El encuentro”… Pues como no se me ocurra pronto un tema, va a ser un encuentro muy breve. Algo habrá que hacer, no voy a presentarme en blanco. Podría dedicarme a relatar lo que veo durante estos días de vacaciones, pero entonces me van a decir que estoy copiando a Jesús, que, cuando se va a Mallorca o a Salou, nos cuenta hasta la marca del papel higiénico que se gastan en el hotel. Paso, paso… Hombre, también podría escribir algo sobre ese pajarito que está paseándose por la barandilla del balcón de mi habitación, pero tampoco: igual se piensan que me ha escrito el relato Laly y ya sabemos cómo son en estos pueblos, que enseguida se inventan que tenemos un rollo oculto por ahí. Paso, paso también, que no quiero líos con la parienta, que es pequeñaja, pero matona. Así que, al pajarito, ¡que le den! ¡A ver si voy yo a buscarme ahora un lío por una mierda de pajarito! Mira, voy a tomarme un lingotazo de whisky de malta, que está de muerte, y voy a dejar que la imaginación fluya libremente.

¡Qué bueno está, el puñetero! Ni bourbon ni whisky irlandés ni Dyc ni monsergas. Donde se ponga un buen malta escocés, los otros no tienen nada que hacer. Vamos a tomarnos otro y a escribir como un descosido.

Ahora sí, ya noto que me llega la perspiración. El pajarito sigue ahí tocando las cantimploras. Pues si piensa que le voy a echar migas, va iluso perdido. No me sirve ni para escribir sobre él, la madre que lo parió. Qué me importa a mí el pajarraco ése… ¡que te largues de una vez, hombre! Déjame en paz… Me voy a tomar otro whisky, a ver si se me pasa el mal humor que me ha creado el puñetero pájaro y me concreciono de una vez.

¡Buah! ¡Qué pasada! Cómo rasca cuando cae gaznate abajo. Y da un calorcito… Ahora sí, ahora sí que estoy preparado para transcribir lo que sea. ¿Dije transcribir? Bueno, algo así, ya me entenderán. Para qué detenerse en pijadas cuando uno está lanzado. Ahora sí que estoy sembrado. Si tuviera el ordenador… Pero, claro, todo son dificultades para el creador: ahora tengo que escribir con un puto boli y un folio del hotel, como si fuera un matado primitivo. ¡Si ahora ya no sabemos cómo se escribe a mano, tíos, que eso está anticuado! Ahora, teclado, como Dios manda: a lo moderno. Pero, aquí, me las he de arreglar con boli y papel, manda huevos. Suerte que estoy perspirado y ahora voy lanzado. Agarro el boli y voy a parir historias por un tubo: de pájaros, de paisajes o de amaneceres, como la Laly.

El malta hay que beberlo sin agua, a ver si os enteráis, que hay horteras que le echan hielo como si fuera whisky de garrafón y se quedan tan frescos, como si bebieran tinto de verano o un calimocho. ¡No te fastidia! ¡Cómo va a ir bien el mundo así!

No me lo puedo creer. Se había largado y ya ha vuelto otra vez. ¡Pero vuela ya, pajarraco estúpido, que me tienes hasta los gemelos! Porque no tengo una piedra, que si no, os juro que a este gilipollas lo mato yo de una pedrada en todo el morro. Mira, me ha vuelto a poner de mala uva. Me tendré que poner otro whiskorro, que así, con estos nervios, es imposible escribir. ¿Era escribir o transcribir? Bueno, qué más da: los dos, y ya está.

¡Ups, qué rico! Es una cosa… Bueno, ¿a qué estábamos? Tenía yo algo pendiente, pero se me ha ido el santo al cielo. Me pasa, me pasa. Igual empiezo a tener Alzheimer. Estoy yo preocupado, no es broma. ¡Ay, la leche! ¿Y eso qué es? Yo juraría que es un pájaro, pero lo mismo es una boñiga, porque no se mueve. ¡Y a mí, qué! Yo, a lo mío, que ya me acuerdo qué era lo que tenía pendiente. Agarro el Bic de las narices y voy a componer un poema que se va a cagar el Foncho. Sólo que yo paso de rimas entonantes, concordantes, transeúntes o como se llamen. A mí me van las rimas altisonantes y, además, voy a componer una obra de marte que lo mismo se lea al derecho que al revés que de lado. Se va a enterar la listilla de la Lines: cuando la vea se va a fumar hasta el móvil.

¡Cagonlamar! ¿Quién habrá sido el imbécil que ha cerrado el cajón de la mesita de noche dejándose mi dedo dentro? ¡Qué daño! Así no hay forma de reescribir, ¿eh? Así que tendré que tomarme otro lingotazo de la botella del escocés ése, para que se me pase este sufrimiento y me vuelva la contracción. ¿La contracción? Bueno, era algo así, ¡y qué más da!

¡Ay, qué bien me he quedado! Ya estoy a punto, ahora voy lanzado. ¿Pero dónde cóño he dejado yo el dedo? Juraría que lo había dejado encima del folio, ¿no? ¿Y cómo escribo yo ahora sin mi dedo? ¡Ah, sí, mira: ahí está! Montblanc, nada menos, que me lo regaló la parienta cuando aún movía la colita para hacer méritos. Si es que todas son iguales… No se puede uno fiar. De todas formas, ¡para lo que lo quiero! Si es que no sé de qué escribir, no hay forma de que me llegue la respiración. De momento, iré haciendo la lista de la compra, que después se me olvida todo. Claro, que no tengo ni idea de lo que hay que comprar, así que, de momento, apuntaremos una botella de whisky, que me parece que la parienta debe de darle cuando no la veo, porque está ya casi vacía, y a mí que me registren.

¡Anda, una boñiga en el alféizar de la ventana! ¿Cómo habrá llegado la vaca hasta un tercer piso? Tengo que preguntarle a Jesús, que de esto entiende un huevo, si hay vacas que vuelan, porque esto es raro, raro… ¡Oye, que se mueve la boñiga! ¡Hostia, que se ha echado a volar! De verdad os lo digo: yo no vuelvo por Tenerife en mi vida, que aquí debe de haber emanaciones del volcán ése, que encima no vale un pepino, y te alteran el cerebro y así no hay quien se reconcentre. Lo cuento al volver a San Vicente y me toman por loco. Igual se piensan que iba bebido.

¿Sabéis qué os digo? Que paso de escribir nada, porque, además, este folio canario tiene una forma muy rara. Yo nunca había visto antes un folio que estuviera enrollado y tuvieras que ir tirando de él y que tuviera agujeritos de vez en cuando para que se rompiera página a página. Y, por otra parte, esto me parece a mí que no es una mesa de escribir muy habitual, ¿eh? Será cosa de los guanches o de lo que sea, pero esto, más que una mesa como Dios manda, tiene toda la pinta de ser un retrete. ¿Y cómo escribo yo un poema bicéfalo, o troglicérido o cuadrúpedo bipolar o como se llame, sentado en un escritorio con un boquete en medio? ¡Y, encima, sobre una boñiga que vuela!
¡Hala, se acabó! Que les den a todos. Paso de escribir. Yo me voy a tomar un trago, que ya va siendo hora, porque me siento el gaznate seco, y que se lo monten ellos solos, que ya son bastantes. ¡A más ver!

José-Pedro Cladera ©

miércoles, 2 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO

ENCUENTRO…
 
Encuentro una fuente en los caminos
y sacio tanta sed de mi garganta,
refresco los rincones de mis sienes
y sigo caminando en la mañana.

Encuentro una moneda por los suelos
que rompe, con su brillo, la calzada,
me inclino y la recojo dulcemente,
no quiero que se altere y despertarla.

Encuentro que los días son más largos,
que avanzan los segundos para el alba,
y extienden sus bracitos soñolientos,
las tardes agridulces y soñadas.

Encuentro que tu mano va en mi mano
igual que tu mirada va a mi cara,
y siento la pupila que suspira,
hablando y susurrando sin palabras.

Encuentro tus ojitos seductores
mirando al horizonte y la distancia,
entonces yo les vuelvo hacia mis ojos
y beso, con  placer, esas pestañas.

Encuentro tu figura encantadora
cual fruto juvenil que nos separa,
y pienso en primaveras venideras
y en tiernas margaritas solapadas.

Encuentro que los años pasan pronto
y el tiempo no remite ni se para,
rodamos por la infancia, en un instante,
y vamos a un futuro de nostalgias.

Encuentro que el presente está presente
y grita muy ceñudo en nuestras almas,
se pasan los minutos y las horas
igual que una perfecta filigrana.

"...Encuentro, corazón, que estés pensando,
y esperes la palabra que te llama,
recibo los latidos de tus besos
y encuentro ese candor, que a mí me falta..."

Rafael Sánchez Ortega ©

10/02/16

EL ENCUENTRO




                  ELLA                   
           Era mayor, ¡era muy mayor!, sentada en un banco nadie la acompañaba pero no estaba sola, lucía su pelo blanco lleno de horquillas de colores, brillaban con la luz del último sol de la tarde, el aire olía a salitre y los barcos tardíos enfilaban suavemente la bocana de la bahía.

           Yo había tenido exámenes, un mal día, era muy joven y no llevaba horquillas, ni desprendía luz, y desde luego ese día me sentía sola.

           La mujer llevaba una toquilla color malva, muy usada y desgastada por el tiempo, una blusa negra y una falda gris, medias gordas y zapatillas viejas y cómodas, ¡seguro!, porque sonreía; a su lado una gran cesta de mimbre corría peligro de caerse del banco, sus manos dobladas apenas podían sostenerla, ¡pero sonreía!

           Ella había tenido una buena vida, (pensaba), no la que quiso pero sí con quién quiso, también recordaba el abandono y más tarde las calles sórdidas y sus largas noches, las pocas perras que traía a casa... ¡pero mañana... tal vez...!

            Yo me paré a su lado y me miró con unos ojos azules, limpios y profundos, que bien podrían ser los de Dios, me invitó a sentarme con ella, junto a la cesta de mimbre y me dijo:

         -  ¿Tú podrías ayudarme?

         -   Claro que puedo! ¿qué necesita?

         -  Podrías por favor enhebrarme todas estas agujas? –dijo, mostrándome a la vez unas largas hebras de hilos de colores, como sus horquillas, tan largas que se anudaban entre ellas.

         -  ¡Por supuesto!, pero ¿para qué necesita tanto hilo? se le van a hacer nudos.

         -  ¿Me las enhebras por favor? yo ya no veo, yo coso mucho ¿sabes?, tú eres muy joven y seguro que no sabes, pero es muy importante coser bien, soy vieja y no sé si mañana lloverá o si ya no podré salir más de casa, ya casi no me sostienen las piernas, pero mira ¡coso cosas muy bonitas!

         Y como una niña pequeña me mostró orgullosa su cesta, repleta de retalines de colores, como sus horquillas.  

         Era bella, ¡era muy bella!, y era mayor, ¡era muy mayor…!

     Cuando marché ya anochecía.... Y yo, ¡yo también sonreía...!


 Remedios LLano Pinna ©

 COMILLAS.

EL ENCUENTRO

BESOS SIN ARISTAS

Dedicado a Carmen y Daniel.


Besos sin esquinas

no dañan el alma,

ni tienen abismos

donde despeñarse;

no buscan ni tienen

fronteras, tampoco persiguen ...



Los besos son fuego sin brasa

son dueños del mundo,

reyes sin reino,

espejo del otro,

caricias aladas de encuentro,

gemidos sin llanto...



Besos de aromas sensuales,

elipses que rotan

en cuerpos de olas

con faros sin agua,

son naves sin velas,

sonidos de escarcha...



Un mundo horizonte de besos

en verbos que lavan las reglas

pintando antesalas

de 'ahoras' , de 'siempres',

de entonces y…, encumbran

un muro de ansias....



No tienen esquinas

ni precio u olvido;

escriben sin lápiz,

ni firma ni escuelas

en tratos de almohada

con sendas de ocasos y auroras…



Un beso es ternura

uniendo distancias,

relojes y espadas

sin quejas ni duelos

en Eros de carne

sintiendo ser…, dioses.




©Ángeles Sánchez Gandarillas

EL ENCUENTRO




EL ENCUENTRO
Luis y Margarita salieron a pasear con su niño pequeño un domingo caluroso de principios de verano, sin rumbo fijo. Montaron en el coche y corrieron kilómetros y kilómetros sin saber a ciencia cierta a dónde dirigirse. La autovía tenía eso. De pronto Margarita vio un paisaje que le resultó familiar.

-Espera, estamos pasando cerca del pueblo de mis abuelos. Y la vino a la memoria los veranos de cuando era una chiquilla adolescente

-¡Habrá algún medio de salir de la autovía digo yo!

-¡Vale, donde tú quieras cariño, pero piensa que te vas a llevar una desilusión. Todo cambia y no conocerás a nadie!

Encontraron la rotonda de acceso y discurrieron por la carretera que iba hacia el centro del pueblo.

-¡Para, para! Había reconocido la casa de sus amigas hermanas, en cuyo jardín tanto había jugado.

Cuando salió del coche su corazón latía con fuerza. ¿Seguiría alguna Allí? Abrió la cancela. Los mismos manzanos a ambos lados de la casa y el briñonero enorme, en medio, casi tapándola, y de pronto dio un grito. ¡Allí estaban sentadas a la sombra del árbol, como si el tiempo no hubiese transcurrido!

Se reconocieron y se abrazaron. Se sentamos y comenzaron a rememorar sus juegos. Se acordó del día en que se les ocurrió hacer una caseta entre dos manzanos con ramas y helechos. -Éramos unas cuantas y queríamos merendar. Yo me levanté más de la cuenta, aquello se vino abajo y me di con una rama en la nariz, sangré todo lo que quise y se me puso morada como una berenjena,-dijo-
En cuanto a su vida personal, una se había quedado soltera, su novio había muerto. La otra estaba casada, con varios hijos, y vivía en el pueblo, pero todos los días se veían un rato.

Se despidieron después de hacerse unas  fotos para el recuerdo, y siguieron ruta. Un poco más allá se encontraba la casita que había sido de sus abuelos, y el recuerdo volvió a ella cuando vio que la higuera seguía allí y era enorme. ¡Cuántos higos había comido de ella! Y seguían las hortensias y las margaritas al borde de las escalerillas que subían hacia la casa.¡Y también se acordó de la lata donde su abuela metía las galletas de mantequilla que hacía tan ricas! Parecía estar viéndola a la entrada de la puerta como en una fotografía del álbum familiar.

Ya era la hora de comer y fueron a la fonda, cerca de la casa, donde su abuelo tantas partidas de cartas jugó. Resultó que ahora era de una familiar y también se reconocieron. Comieron de maravilla y se llevaron tarjetas para la propaganda del local.

Después de comer se fueron paseando por el pueblo. Estaba muy bonito y cuidado, se veía que era más turístico que entonces. Ya había más chalets y algunos apartamentos.

Pero la playa seguía igual de preciosa y acogedora, con sus árboles gigantes a la entrada, la Iglesia y la explanada donde se hacían las fiestas. Se la llevaron de recuerdo en una fotografía preciosa que les hizo el niño sentados en una roca, y salió bien.

Subieron por los caminos de piedra hasta la Atalaya desde donde se divisaba el mar abierto. Eso seguía igual, y Margarita se emocionó y le explicaba a su hijo pequeño sus correrías por allí.

-¿Contenta? –le dijo su marido.

–Mucho, -le contestó, y se abrazaron.

_¿No va siendo hora de volver?.
–Sí, respondió.

Bajaron hasta donde tenían el coche aparcado y se volvieron. Margarita con un recuerdo precioso en su corazón.

       Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
       Febrero 2016


EL ENCUENTRO

DE ENCUENTROS 
            Encuentros que ya comenté  alguna otra vez,  pero  resulta que es el tema obligado que para esta ocasión  nos puso nuestro director del Taller de Escritura,  y no  viniéndome a la mente otros  encuentros mejores, no me importa repetirlos.  Además,  aunque lo intentara,  jamás podría repetirlo con las mismas palabras, y posiblemente tampoco desde  la misma perspectiva:

            En marzo hará un cuarto de siglo que sucedió, y no sólo no  lo he olvidado, sino que lo he recordado en múltiples ocasiones. Me acababa de jubilar dos días antes, cuando en plena calle  San Fernando me encontré en Santander con un  amigo mayor que yo al que pudiera hacer un par de años que no veía. Nos saludamos, charlamos de no sé qué, y de repente me preguntó: “¿Cuándo te jubilas?” – “Me jubilé anteayer”. –Le respondí con una satisfacción que no me cabía en el cuerpo. –

 “¿Ya tienes los sesenta y cinco?” –“No; tengo sesenta. Me prejubilé voluntario aprovechando una oferta económica que la  Empresa estaba haciendo a sus empleados.” - Y como si acabara de confesar un crimen, se echó las manos a la cabeza: -“¡Cometiste la mayor torpeza de tu vida! Te arrepentirás mientras vivas.” - Me lo dijo con un enfado casi paternal,  como entre muy seguro  de sus palabras, y dolido  al mismo tiempo por mi equivocación. –“Mira lo que te digo: Ahora vengo yo andando  desde El Sardinero. Todas las mañanas del año hago a pie este recorrido. Me sé   las paradas de todos los  trolebuses de Santander, y hasta aprendí de memoria todas sus matrículas. Conozco a todos los taxistas, y las veces  y horas en que van y vienen  los barcos de Pedreña y Somo”.

            Hizo una parada en su perorata para tomar aliento, y yo le miré con compasión. Después siguió cargado de razones: “Las tardes las paso un poco mejor, porque después de comer voy al bar y echo la partida con otros jubilados. Pero las mañanas son eternas.  Y  a pesar de lo dicho, algunas tardes también se me hacen interminables…”

            Yo le respondí con la misma seguridad  y el mismo énfasis  que él me hablaba: -“Pues yo no pienso aburrirme ni un minuto.” Y  el pobre hombre se carcajeó de mí.

            Se murió  hace ya muchos años. Seguramente se murió de aburrimiento,  con los pies planos y las suelas de los zapatos finas como un papel de fumar.  Nunca tuve ocasión de confirmarle lo que le aseguré. Pero quiero aprovechar esta ocasión de ahora para agradecer al Taller de Escritura y al Club de Lectura el favor tan grande que me están haciendo al darme un entretenimiento que me impida sentarme a contar los coches que cada día pasan por delante de mi casa…


Jesús González ©

martes, 1 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO




EL   ENCUENTRO

             Él empezó con las visitas a los concesionarios.  Y un día llegó a casa con los libritos de las casas “Renault, Pegaut, Toyota…” Me explicó con paciencia las ofertas de cada una.

             -Y por una avería, ¿vamos a cambiar de coche?

             - Estuviste a punto de perder la vida…

             Era el 22 de junio.  Dejé la casa como los chorros del oro.  Coloqué el regalo en el asiento del copiloto.  Deposité la basura en los distintos contenedores y con  los ojos resplandecientes por la acción del bello día, emprendí  ilusionada el viaje.   Reposté a unos 150 kms. En la estación “La Pausa”.  No me olvidé de ponerme los guantes; no quería  inspirar gasolina cada vez que acercara la cuchara a la boca.   Pero al igual que ocurre ante la entrada a los aeropuertos –en este caso rociado de tabaco-,  la ropa se esponja de olor vomitivo; tanto el aroma de la sopa de pescado, como el de la carne a la plancha te saben tóxicos.   En la barra, pedí un bocata de tortilla de patatas: este segundo regalo, muy paupérrimo al lado del que vigilaba el coche, iba a hacer las delicias de las papilas gustativas de mi marido.

  El sol se iba nublando a medida que avanzaba por los cinco túneles que rodean Bilbao.  Tras el peaje, fui acelerando el coche hasta que de golpe, éste dio dos fuertes tumbos- y volcaron los bártulos del asiento de atrás, y yo quedé a escasos centímetros del parachoques.  Intenté empujar el coche al arcén, pero había elegido el único penacho donde romper el embrague.  Los camiones retumbaban tal truenos,  la velocidad parecía despegarnos cual bolsas de basura; el cielo oscureció y yo me vi en la antesala de la muerte…

…Y llegó el coche de la “Ertzantza”. Llamó a mi seguro.  Pidieron una grúa.  Y desde la retaguardia, me protegieron hasta que llegó el camión.

Y ya en diciembre, Malcolm alegó que había buenas ofertas para hacerse con un coche nuevo.  Yo me hallaba dispuesta, pues durante seis meses fue despidiéndome de mi coche  A veces, entraba  en él y sin pasarle la bayeta, lo arrancaba.  Después, dejé de sacudirle la arena de la playa, y al aparcarlo le  dirigía un adiós frío.  No obstante,  me volvía melosa ante un largo viaje y sobre todo, al pasar por el punto negro.

   Entramos al local,  Me fijé en el “AurisHybrid”  azul y me gustó.  Una señorita nos llamó a su oficina de butacas de cuero.  ¿Por qué no nos dejó disfrutar de nuestro vehículo? ¡Quizá, nos habíamos equivocado!   Edurne  nos habló del coche como si lo hubiera parido ella:    Se alimentaba de electricidad y gasolina, arrancaba sin llave de contacto  -bastaba con tenerla cerca- era automático, una persona sin pierna izquierda o un Flaminco  serían los más idóneos para conducirlo.  Luego, fuimos de paseo en uno similar.  El lugar de las maniobras no presentaba ningún obstáculo;  yo hice que mi cerebro me obedeciera: 

“¡No hay embrague, no hay embrague…!”y Edurne me felicitó.

Volvimos el 4 de enero.  Firmé la cédula del coche, los papeles del Seguro y todo lo que hacía falta.  Me extrañó que Edurne se pusiera su plumífero; pero, si el coche está allí mismo…

  Pasamos a un pabellón que podía albergar a cien coches o a veinte grúas.  Tanto las paredes así como el techo y el suelo eran blancos.  Una chica pasaba un paño a un coche.  Al fondo, había dos ataúdes cubiertos por lonas blancas.  Nuestra acogedora y hábil vendedora dio un tirón, por un extremo, al toldo, yo así la otra esquina delantera y lo fui enrollando.  El toldo quedó en el suelo, y corrí al encuentro de nuestra joya  ¡Sí, verdaderamente me encontraba ante un recién acicalado bebé!, ¡Qué ganas sentí de acariciarlo!

Éramos cuatro personas y el tesoro azul.  Ahora, hacía falta saber: “cómo y por dónde”  saldríamos de aquel recinto tan hermetizado…


 San Vicente de la Barquera a, 2016-02-11

       Isabel Bascaran ©

EL ENCUENTRO




EL ENCUENTRO
    Un año más, me encuentro ante mi cumpleaños; estoy contenta, como es sábado, estaremos toda la familia cercana, el primo de papá con su mujer e hijo, Eladito sin hache, la abuela Mamen, mamá, papá y mi hermano Guillermo. Con respecto a esto, no lo puedo evitar, el okupa, está invitado, ya que estaré unida a él toda mi existencia, no lo elegí como hermano, no me dieron la opción de ¿niño, niña o nada? ¡claro que me hubiera quedado con esta última! A él tampoco le dieron ninguna opción, yo ya estaba primero que él, ¿eh? Pero por razones del destino y de la vida, hoy por hoy, estamos aquí los dos, compartiéndolo todo, ¡hasta los apellidos y mi corazón! Si digo, “mi madre”, dice:

               -¡Yo , mía, pa mí!

                 Si digo, “mi padre...”

               -¡Yo, mío, pa mí!

                  Hasta cuando decapitaba y decapita a mis muñecas, dice lo mismo:

               -¡Yo, mía, pa mí!

                  Sé, que un hermano es para quererlo, pero no oposita para ello.Volvamos a mi Fiesta, el año pasado, papá me regaló un acordeón y mamá un diario, el instrumento no cuajó, hice lo posible por agradar a mi padre, pero comprendió, que Dios, no me llamó por ese camino, en cambio a este diario, le estoy sacando mucho partido; y este año ¿qué me regalaran?

                   Es por la tarde, todo está preparado para la merienda, estamos sentados a la mesa. Sobre un mantel estampado de pequeñas flores malvas y rosas con hojas verdes, platos de color malva, repletos de repostería variada, confeccionados con esmero entre mamá y la abuela, el salón, decorado con guirnaldas y globos de colores, en el centro una gran piñata. Se apagó la luz y, por la puerta, a oscuras, apareció mi madre, con la tarta de chocolate más bonita del mundo, con sus velas encendidas, todos comenzaron a cantarme el Cumpleaños Feliz, al encender la luz, mamá, la puso ante mí:

               -¡Feliz Cumpleaños, Cris, sopla las velas y pide un deseo con los ojos cerrados!

                 Me puse a ello concentrada...cuando como un rayo, mi hermano, sopló y sopló(como en el cuento de los tres cerditos) y apagó mis velas, a su grito de guerra:

              -¡Yo, mía, pa mí!

              -¡Guillermo, eso no se hace!-dijo papá.

                 Lloré, si, lloré, la abuela para suavizar el incidente dijo:

              -¡Venga, descorchemos la botella de Champagne y brindemos por Cris!

                 Papá, hizo los honores, llenaron las copas de los adultos, brindaron por mí, la abuela como siempre que queda algo en la botella, puso una cucharilla dentro del cuello, esto, nunca lo he entendido ¿las burbujas, tienen miedo a las cucharillas, por eso están ahí dentro, quietas, sin atreverse a salir?

                 Terminamos la tarta, mi hermano, quitándole los bordes, bueno esto lo hace con toda la comida, es una manía ¡hasta con la sopa!

              -¡Venga, los niños a la piñata!-volvió a decir mi abuela, dando palmaditas.

                Okupa y Eladito sin hache, los primeros, con palo en ristre, mi hermano, para tomar impulso, lanzó el suyo hacia atrás, con tal mala suerte o buena, le dio en toda la cabeza a Eladito sin hache, este cayó al suelo, se le rompieron las gafas, su madre dijo que no volvía más... Okupa dijo:

              -¿Por qué, no tenemos un ojo delante y otro detrás? ¿Por qué, los dos en el mismo sitio, delante? ¡Yo no veo lo que hay detrás!

                Por si a alguien le interesa tengo, “hermano en venta”, o permuto o alquilo o mejor, lo dono a la Ciencia.

¡Ah, perdón!¿Qué qué me regalaron? Mamá, un nuevo libro de  aventuras de Los Hollister. Papá...una armónica, ya que sigue empeñado con el tema de instrumentos musicales, espero que el próximo regalo, no sea un trombón. La armónica, tiene, las cachas reflectantes, como esas vírgenes de recuerdo que a oscuras las ves fosforitas, pues igual. Sé que la armónica, es más ligera que un acordeón, pero como que no me veo en ello tampoco, ensalivándola y mis labios al rojo vivo e inflamados, preparados para cantar el “OnlyYou” en un coro de Gospel la verdad.



Ana Pérez Urquiza ©

EL LIBRO



Un amigo desconocido

Cuando Foncho nos propuso el tema, “el libro”, estuve varias semanas en blanco, la hoja del Word y yo no conseguíamos buenas migas.
Pero de repente me acordé de cuantas cosas me habían aportado esos viejos amigos a mi vida, y sí, digo amigos porque cuando pasas horas y horas con alguien, y en este caso leyendo, ya le consideras un amigo ¿o no?
Mientras escribo mi relato me acuerdo del primer libro de verdad, se llamaba  “El viaje de Viento pequeño”, todavía lo tengo en casa, para mí por aquel entonces con mis 5 o 6 años aquello era… buffff….larguísimo, tenía unas 70 hojas.Sé que estáis pensando, que era grande, ¿verdad?, pero si contáis que en cada una de ellas tiene dibujos y no más de 6 reglones de texto no es muy grande la verdad.
Yo había leído muchos cuentos antes de este libro, porque me costaba mucho leer y eran mis deberes desde que aprendí, me pasaba las tardes leyendo las historias con mi madre al lado corrigiendo mis palabras, porque entre que no pronunciaba la R y que las palabras me las imaginaba, aquello era una fiesta. Recuerdo aquellos días con mucha ilusión y creo que la influencia de tantos cuentos aumentó mi imaginación y ahora siendo mayorcita los escribo yo
Seguro que si ahora os preguntara como se llamaba el primer libro que leísteis todos o casi todos tendrías una respuesta, y es normal, marca mucho cuando conoces ese gran mundo, en el cual puedes ser un pirata, un detective o simplemente otra persona y conocer lugares que nunca por tus propios ojos verás.
Yo antes no leía nada, me parecía una pérdida de tiempo la verdad, prefería ver la televisión  ¿Qué raro no? Pero una vieja amiga, que en aquella época era nueva, es una gran devoradora de libros y todos los días me contaba historias increíbles que leía el día anterior y una mañana, sin previo aviso, llegócon un libro en la mano, lo posó en mi mesa y me dijo:“esto es para ti,léele y luego lo comentamos”, y como imaginaréis así lo hice. Desde entonces seguimos igual, leemos un libro y luego se le comentamos a la otra para que lo lea.
Bueno tras mi reflexión sobre el primer libro de mi vida, que me acabo de volver a leer gracias al relato, os abandono hasta la próxima reflexión o cuento ya que un libro me espera para descubrir un mundo nuevo

Jezabel Luguera ©