sábado, 27 de febrero de 2021

LA EGB

  


            Si me prometes que trabajarás al máximo, yo te prometo que cursaré la EGB  contigo.

            Y un abrazo selló el acuerdo.

            Mari Tere había sido profesora de música en el colegio de la Vera Cruz, pero ahora se dedicaba –zum, zum, zum– a la educación e instrucción de su hijo.

Habían acudido con asiduidad a la consulta del famoso oftalmólogo, doctor Barraquer, y seguían a rajatabla sus directrices: nada de lupas, nada de quevedos endiosados, nada de forzar la visión. Asier no recuperaría su vista; sería afortunado  si  no aumentaban sus dioptrías. Los analfabetos se preguntaban por qué no accedía al sistema Braille como lo habría hecho su tío Jesús, ciego y brailliano...

            Se podía decir que Asier era un chico feliz: cuando volaba sobre su velocípedo, cuando derrapaba, cuando marchaba sobre la rueda trasera o cuando paraba de golpe al reconocer la voz de algún aliado. Durante la  segunda etapa de la EGB, su tutor fue Mikel del Olmo: bálsamo para Asier, que dejaba de ser hiperactivo, no sólo en las asignaturas de Matemáticas y Ciencias, sino en casi todas las demás. Mari Tere, tragándose –glu, glu, glu– su orgullo, acudía a casa del profesor para que le explicara algunas  fórmulas o conceptos que tenía oxidados, y así subsanar los lapsus de su hijo-alumno.

            También contó con la paciencia de Job, Emiliano Elorza. Impartía la asignatura de Euskara. Los alumnos disponían de amplias fotocopias, que, una vez plastificadas, eran un material valioso, sobre todo, en el estudio de la Declinación. Asier gozaba de buena memoria, y a la hora de hablar –como era locuaz– salía airoso en las preguntas orales. Quedaban para casa los ejercicios escritos, que podían exigirle un par de horas. Pero cada vez más grandes e hirientes  fueron las clases de Inglés: la diferencia entre la pronunciación y la escritura fue un obstáculo insalvable. La grafía le resultaba una serie de palitroques: ahora th, luego ph..., y veía ora dos oes y ora una sola para pronunciar una o. La falta de empatía de la profesora, que opinaba que era un caso perdido, incrustó la visión  de Asier en el frío suelo.

            Si me prometes que te sacrificarás al máximo, me comprometo a cursar la EGB contigo.

            Y no perdió la autoestima. Su hermano, Fernando, le ayudó a aprobar el Inglés.

            La señorita Andrea impartía las asignaturas de Lengua Española e Historia.  Muchos de los alumnos más aventajados habrían ansiado tener el bagaje de Asier.  Había heredado de su tía y abuela, maestras, vastos y sólidos conocimientos del idioma: una sintaxis ejemplar y un léxico rico y profundo. Había muchos relatos, muchos entremeses, muchas hazañas odiséicas para leer, más las fichas que diseñó Andrea, con espacio para el argumento y datos del autor, que eran aptas para rellenar.

            Y como  cada maestrillo tiene su librillo para enseñar, sobre todo, para sacar a flote a alumnos con alguna discapacidad o para ayudar a los pupilos de aprendizaje más lento, Andrea, sin consultar con el equipo directivo, quedaba una hora antes, a las dos de la tarde, para realizar los exámenes de Sociales: mientras Asier repondía a las preguntas, ella escribía toda la información que obtenía del educando. A veces, sonaba la sirena –dando las tres– cuando estaban con lo secundario: tres puntos suspensivos... Y las firmas de Asier y la copiadora quedaban impresas (por si  acaso tuvieran que dar explicaciones al Inspector de Enseñanza sobre las aptitudes del alumno). 

Apéndice: Si Asier hubiera nacido treinta y cinco años más tarde, la Medicina habría sido una grandísima aliada, abriéndole otro futuro: un futuro mucho más digno. 

                                                                    

Isabel Bascaran Garechana©

San Vicente de la Barquera, a 15 de febrero de 2021 

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