Cuando te vi, te noté
absorto y con los ojos inundados de brillo, a rebosar de deseo. Ya desde aquel momento
supe que algún día me poseerías.
Nací como casi todas
nosotras, todavía sin terminar, de estar hecha y derecha del todo. Mi
autoestima era bajísima y paso a paso me fui aceptando a mí misma. Poco a poco
se fueron perfilando mis contornos y ganando curvatura y turgencia.
Puede que todo esto
empezase cuando al fin me dieron un nombre propio, éste, exótico y sugerente a
más no poder. Después me vistieron con las mejores galas –no era cuestión de ir
todo el día desnuda; era mucho más seductor insinuarse y dejar que fuesen ellos
quienes disfrutasen del excitante acto de desnudarme totalmente.
La primera vez no fue
doloroso, pero tampoco placentero. He
de decir que más bien me sentí juzgada,
violada y maltratada. Me decían: colócate así; ahora, boca abajo; date la
vuelta, por favor. Me impregnaron de todo tipo de aceites y líquidos, porque
decían que así estaría más guapa. Me manosearon desde negros, asiáticas,
nórdicas y hasta judíos. Me volvían a colocar en otro ángulo, todo ello bajo un
calor sofocante. Cuando por fin consiguieron sus propósitos, tras unas jornadas
agotadoras, no volví a saber más de ellos hasta pasados tres meses. Entonces
acordaron que aquel sería el gran momento, el momento de presentarme en
sociedad: querían que me conociese mucha más gente. Yo más bien entendía que me
iban a explotar. ¿Y qué ganaba yo de todo esto?, pensaba. Pues todavía no lo
tengo claro. Al principio me presentaron a gente famosa e influyente que, cuando
estaban los otros delante, eran todo alabanzas y buenas palabras hacia mí. Pero
cuando me quedaba sola con ellos (con los hipócritas influyentes), salvo
honrosas excepciones, realmente la mayoría me abandonaban y me dejaban tirada
como una colilla.
Con el tiempo se fue
ampliando el círculo de amistades y hacían todo lo posible para que me
conociese más y más gente. Algunos de aquellos señores importantes se jactaban
de que me habían disfrutado y eso hacía que la muchedumbre me desease aún más. Y
ahí es donde vuelves a entrar tú, con tus ojos vidriosos y ese gesto
incontenido. Sé que tuviste relaciones con alguna de mis hermanas mayores. Yo
era la pequeña, y la anterior me sacaba quince años. Fue de ella de quien te
enamoraste, y eso te hacía desearme aún mas, querías volver a sentir su piel, sus
abrazos y sus curvas, pero con alguien más joven; sangre fresca que a su vez te
rejuvenecería a ti también. Sabía que por las noches me buscabas, excitado, en
las redes, y cuando me encontrabas, tu lascivia aumentaba y se te aceleraba el
corazón.
Al final, lo conseguiste,
ahí me tenías, ahora sola para ti: vestida y perfumada. Podías hacer conmigo lo
que quisieras, era tuya, era tu esclava. Me quitaste la ropa. Al principio,
excitado y con torpeza, pero pausadamente te fuiste deshaciendo en mil amores: tocándome
con delicadeza y oliéndome con suavidad –te encantaba como olía, decías–. Esa
primera noche dormimos juntos y, al amanecer, lo primero que hiciste fue
acariciarme y regalarme unos halagos preciosos. Pero, de repente, me agarraste
con furia, me ataste y empezaste a pisarme y patearme. Al principio, no tenía
claro qué es lo que estaba pasando y el porqué. ¿Por qué?, me decía a mí misma.
Con el tiempo, me acostumbré a tu rudeza y malos tratos, y hasta me gustaba,
porque hacíamos un buen equipo y me decías todavía palabra bonitas y halagabas
el ritmo que te proporcionaba mientras jadeabas encima. Luego aquellos malos
tratos empezaron a repercutir en mis facultades y, en vez de ayudarme y curar
mis heridas, te enfadabas y me insultabas constantemente.
Llegó un punto en que yo
estaba muy cansada, entre nosotros ya no había ningún tipo de atracción. Una
noche te descubrí con ese gesto de deseo que bien conocía de antaño y esos ojos
chisporroteantes haciendo clic en la pantalla del ordenador; estabas
cachondísimo mirando a una de mis primas. Eres un cerdo y un insatisfecho –pensé–;
pero me resigné, convencida de que había llegado mi momento.
Al día siguiente, llamaron
a la puerta y apareció ella, vestida para matar. La verdad es que no tenía mala
pinta, la muy guarra. Me abandonaste en un cuarto oscuro lleno de objetos
inservibles y hasta la fecha no he tenido más noticias de nadie. Por cierto, me
llamo Nike Air Zoom y mi prima es ASICS Nimbus. Y ahora lo entiendo todo,
estamos preparadas para durar un millón de pisotones.
Óscar
Nuño©
No hay comentarios:
Publicar un comentario