lunes, 26 de abril de 2021

Veritas filia temporis

 


Veritas filia temporis

 

Llovía con gran fuerza a última hora de la tarde en Trujillo. Mario escuchaba Mein Teil, cantada por Rammstein, metal por los cuatro costados.

Se giró lentamente y vio la mesa robusta de madera del despacho de su padre, ahora de él. Se sentía a gusto entre esas viejas paredes impregnadas de sabiduría y repletas de libros. Alzó la vista hasta donde podía ver claramente distintas secciones, muy bien separadas por temas: Historia, Novela clásica, Novela histórica, y Poesía. Recordaba cómo su padre le inició en esta aventura, formándole en las grandes obras de la literatura universal. Sus ojos empezaron a recorrer las estanterías: Elejía a Ramón Sijé, Hamlet, El Quijote, La divina comedia, Crimen y castigo, Fausto, o Hambre, de Knut Hamsun, entro otras muchas.

Cuando llegó al lomo del tercer nivel empezando por la izquierda, ya tocando la puerta, se paró en Ulysses, de James Joyce. El libro que guardaba con más celo, el mejor. Se lo regaló su padre por su mayoría de edad. Lo abrió  por la mitad. Allí estaba todavía la rosa, que en un tiempo era del color de los copos de nieve recién caídos y otrora de un marfil pálido. Consummatum est –estarías orgulloso de mí, papá–. Cerró el libro y se quedó mirándolo, diciéndole: Otro día, mi amigo especial; hoy no dispongo del tiempo que mereces.

La música y la lectura eran su gran vía de escape.

Volvió a la ventana. Corría el agua con más ímpetu que hacía unos minutos, pero iba a salir igualmente a tomarse un gin tonic con abundante hielo. Se puso los tejanos, una camisa de cuadros y un suéter Shetland de color azul. Una cazadora de cuero Aeronáutica Militare completaba el atuendo. Se miró al espejo y quedó totalmente satisfecho.

Cogió el Porsche Carrera negro metalizado y se dirigió al pub. Estaba solo, su familia se había ido unos días a ver a los abuelos de Martina, su mujer, y se había llevado a sus tres hijos. Le gustaba la soledad. La necesitaba de vez en cuando, pero sabía muy a ciencia cierta que ellos eran su talismán y que, al cabo de una semana, se derrumbaría sin sus risas y sin su amor. Necesitaba su contacto. Eran su equilibrio. Lo sabía muy bien porque, de lo contrario, empezarían a abrirse grietas en su vida, y eso ya lo había vivido y no quería volver a ello.

Sonó su móvil. Aparcó a un lado de la calle y activó el botón de los auriculares. Enseguida lo llenó el jolgorio de sus hijos abalanzados y gritando para poder hablar con él. Varias lágrimas recorrieron su cara. Después de decirles que los añoraba, se puso al aparato Martina, explicándole que no estarían toda la semana fuera porque lo extrañaban. Demasiado tiempo, se dijeron.

Cuando colgó, estuvo un rato analizando algo que nunca había hecho, y se dio cuenta del gran significado de la palabra “tiempo”. La verdad es que le había dado relativa importancia. Tiempo para llegar al trabajo, tiempo para coger el coche y demás. Pero el tiempo, en sí, era mucho más.

            Veritas filia temporis… La verdad es hija del tiempo.

 

Francis Cortés Pahissa©

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