Veritas filia temporis
Llovía con gran fuerza
a última hora de la tarde en Trujillo. Mario escuchaba Mein Teil, cantada por Rammstein, metal por los cuatro costados.
Se giró lentamente y
vio la mesa robusta de madera del despacho de su padre, ahora de él. Se sentía
a gusto entre esas viejas paredes impregnadas de sabiduría y repletas de libros.
Alzó la vista hasta donde podía ver claramente distintas secciones, muy bien
separadas por temas: Historia, Novela clásica, Novela histórica, y Poesía. Recordaba
cómo su padre le inició en esta aventura, formándole en las grandes obras de la
literatura universal. Sus ojos empezaron a recorrer las estanterías: Elejía a Ramón Sijé, Hamlet, El Quijote, La divina comedia,
Crimen y castigo, Fausto, o Hambre, de Knut Hamsun, entro otras muchas.
Cuando llegó al lomo
del tercer nivel empezando por la izquierda, ya tocando la puerta, se paró en Ulysses, de James Joyce. El libro que
guardaba con más celo, el mejor. Se lo regaló su padre por su mayoría de edad.
Lo abrió por la mitad. Allí estaba
todavía la rosa, que en un tiempo era del color de los copos de nieve recién
caídos y otrora de un marfil pálido. Consummatum
est –estarías orgulloso de mí, papá–. Cerró el libro y se quedó mirándolo, diciéndole:
Otro día, mi amigo especial; hoy no dispongo del tiempo que mereces.
La música y la lectura
eran su gran vía de escape.
Volvió a la ventana.
Corría el agua con más ímpetu que hacía unos minutos, pero iba a salir
igualmente a tomarse un gin tonic con
abundante hielo. Se puso los tejanos, una camisa de cuadros y un suéter
Shetland de color azul. Una cazadora de cuero Aeronáutica Militare completaba
el atuendo. Se miró al espejo y quedó totalmente satisfecho.
Cogió el Porsche
Carrera negro metalizado y se dirigió al pub.
Estaba solo, su familia se había ido unos días a ver a los abuelos de Martina,
su mujer, y se había llevado a sus tres hijos. Le gustaba la soledad. La
necesitaba de vez en cuando, pero sabía muy a ciencia cierta que ellos eran su
talismán y que, al cabo de una semana, se derrumbaría sin sus risas y sin su
amor. Necesitaba su contacto. Eran su equilibrio. Lo sabía muy bien porque, de
lo contrario, empezarían a abrirse grietas en su vida, y eso ya lo había vivido
y no quería volver a ello.
Sonó su móvil. Aparcó a
un lado de la calle y activó el botón de los auriculares. Enseguida lo llenó el
jolgorio de sus hijos abalanzados y gritando para poder hablar con él. Varias
lágrimas recorrieron su cara. Después de decirles que los añoraba, se puso al
aparato Martina, explicándole que no estarían toda la semana fuera porque lo
extrañaban. Demasiado tiempo, se dijeron.
Cuando colgó, estuvo un
rato analizando algo que nunca había hecho, y se dio cuenta del gran
significado de la palabra “tiempo”. La verdad es que le había dado relativa
importancia. Tiempo para llegar al trabajo, tiempo para coger el coche y demás.
Pero el tiempo, en sí, era mucho más.
Veritas filia temporis… La verdad es
hija del tiempo.
Francis Cortés Pahissa©
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