domingo, 22 de mayo de 2022

OLVIDO

    


Mi querido amigo:

Tres días llevo llorando. Te lo voy a contar, porque o lo hago o me ahogo en mis lágrimas; pero llorar a moco tendido, de eso que pones la mano en el corazón.

    Verás: ando de mudanza. Vivía en un adosado cerca de la ciudad —ya sabes que siempre he vivido, y vivo, cerca de Vitoria—. Me he cansado de estar solo y alejado, de arreglar y mantener el jardín, que solo yo disfruto. También sabes que mi querida Alicia falleció hace dos años; solo tengo a mi perro Turco, y con él puedo vivir en cualquier sitio. Quise mucho a Alicia, y fuimos moderadamente felices, aunque creo que nunca estuvimos  enamorados. A mí siempre me faltaba algo (tal vez a ella también, pero nunca nos lo dijimos). Vivimos casados por la Santa Madre Iglesia treinta y dos años, pero… siempre había un pero…

Como te decía, amigo mío, ando de mudanza. He alquilado un pequeño ático en el centro de Vitoria, en la Plaza de la Virgen Blanca. Al menos os tendré cerca a mis amigos y a mis hermanas —que, por cierto, están encantadas—. No te lo vas a creer, pero voy a ser vecino de Unai López de Ayala.

Pues ayer subí a la buhardilla del chalet a empezar a mover trastos y con intención de hacer limpieza. Al fondo, apiladas, encontré unas cuantas cajas azules, de mi época de universitario y de opositor. Las abrí con reverencia, porque mover esos mimbres del pasado es muy arriesgado, me envuelve la melancolía, siento que la vida se ha ido resbalando y apenas me ha rozado. Es tan  lenta  y pasa tan  rápido… Pero creo que es bueno deshacerse de todo ese bagaje de tiempos pasados; sobre todo porque si no otros lo harán por ti, y no necesariamente con tanto cariño y delicadeza.

 Bueno, te sigo contando y voy al meollo de la cuestión. En una de las cajas, había solo libros; esos que te han marcado de alguna forma a lo largo de tu vida y gusta guardarlos porque parece que dan calor y seguridad. Lo curioso es que esa caja la abría regularmente cada dos o tres años, precisamente para guardar algún libro especial, pero hasta ahora los iba acumulando (tampoco son tantos) y no se me ocurría mirar o repasar qué había en el fondo. Me alegró encontrar unas pocas joyas de mi vida; pero, casi abajo del todo, descubrí un libro pequeño, de tapas duras y rojas. Lo recordé al momento, y comenzaron a sudarme las manos. Me lo había regalado Tina, ¿te acuerdas de ella?, compañera nuestra en los últimos años de carrera. Morena, pequeña, con el pelo muy corto… y el amor de mi vida. Pues allí estaba aquel libro de poesía que me regaló la última vez que la vi, la primera vez que estuvimos juntos, que nos emborrachamos y que hicimos el amor como dos locos: el día de “ Las Camisas”, en el parque de La Florida.

 Comencé a hojear el libro con ese respeto y admiración que produce el contacto con los tesoros. La madrugada que me lo dio, apenas le eché un vistazo de compromiso y lo guardé en la mochila. Recuerdo que me dijo: Léelo, te va a gustar. ¡Nada más olvidado! Justo al día siguiente, me cambió la vida —recordarás el accidente de mis padres—. A menudo me acordaba de Tina, pero no pude localizarla nunca, no debí de poner el suficiente interés. El tiempo transcurrió y con él, la vida.

 Pues bien, hojeando ese librito rojo el otro día, algo cayó al suelo. Al recogerlo, vi que era un poema en una servilleta de papel. También la he recordado escribiendo con un lápiz al terminar la cena, antes de aquella noche celestial. No importa el poema, pero sí lo que había escrito detrás: “Te quiero. Me gustaría vivir contigo, solo para amarte. ¿Aceptas?”. Me hundí en un pozo negro. ¿Cómo no voy a llorar?

 ¡Ayúdame a buscarla! 

©Remedios Llano

Comillas. Mayo 2022


No hay comentarios: