viernes, 15 de marzo de 2019

EL HORMIGO IMPACIENTE.



Íbamos de la mano. ​Bueno, de la pata. ¡Era tan bonita! Una hormiguita pequeña, negrita, recogida. A mí me gustaba mucho. Sonreía poco, pero sus cuernecillos relumbraban al sol. Apreciaba mucho de ella que no temía a nadie. Su mejor amigo era un grillo, ¡hay que ser valiente! A menudo cantaba solo para ella; a mí me molestaba un poco, pero cualquiera decía nada. Salíamos a pasear cerca de una charca. Mi hormiguero quedaba algo lejos de allí, pero era su sitio favorito. 

              Había saltamontes, mosquitos, mariposas, renacuajos... En realidad, monstruos para un hormigo como yo. Pero como estaba enamorado...

Mi hormiguita lucía patas. Era algo chula y muy mimada por todos sus amigos.

Un día me atreví y le dije:

–¿Qué te parece si esta tarde nos vamos por ahí solos? Te invito a migas de bizcocho recién encontradas. Podríamos pasar la noche juntos.

Ella me miró raro. Con esos ojazos y el contoneo de tanta pata, yo no vi más.

            –¡Vale! –me dijo–. Pero debo regresar pronto, la hormiga reina de mi casa es muy exigente. Aún soy muy joven y temen por mí.

Después de un lindo paseo y de llenar la tripa con aquella exquisitez, al calor del sol, nos quedamos dormidos pata sobre pata. Después, otro paseo y a esperar la oportunidad. Era mi hormiguita.

Había yo preparado un buen lecho (esa mañana madrugué) para disfrutarlo juntos a pesar de sus remilgos. Nada más tumbarme, salté dando alaridos. ¡Ella había sido más lista que yo! Había puesto un manto de ortigas sobre las hojas dispuestas por mí.

          Guiñándome un ojo, me dijo: Las prisas no son buenas para nada. Habrás de saber esperar.  


    Remedios LLano Pinna
    Marzo 2019
    COMILLAS

No hay comentarios: