martes, 21 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD

Me hubiera gustado ser una afamada ebanista: soy simplemente una anónima aunque orgullosa artesana de Belenes.

El primer Belén lo formé con figuritas de plastilina. El protagonista –como siempre- el NIÑO JESÚS, con su sonrisa y sus ojos marcados con un alfiler; María con una capa azul sobre la saya blanca sonreía como joven parturienta; y modelé con ilusión las figuritas que iban a saludar al RECIÉN NACIDO.

Al año siguiente, me serví de las piezas de Lego de mi hijo y dediqué todos mis esfuerzos a cincelar la figura del NIÑO -siguiendo los pasos del fabricante de cunas. No era un trabajo perfecto, pero JESUS se mantenía callado.

Otro año, con un buril, repujé el NACIMENTO sobre cuero; una vez enmarcado me sentí una buena artesana de belenes.. Pero me encontré, a la vez, cansada y con el pulso alocado. Desde entonces, he ido comprando Nacimientos de barro, Nacimientos de Lladró y Nacimientos de papel maché. Tanto los nacimientos adquiridos, como mi nacimiento de plastilina, mi nacimiento de madera y mi nacimiento en cuero llevan varios años primorosamente embalados, pero tristemente encerrados.

Solamente expongo el NIÑO JESUS de barro -sobre virutas de madera- y el NACIMIENTO en papel maché. A mis manos torpes se les ha unido una tristeza manifiesta: los días de Navidad, son eso, unos pocos días; luego vuelvo a mi vida hipotecada, seria, y físicamente enferma.

Sin embargo, a mi alrededor, veo corazones esperanzados. Mi hijo treintañero que me baja, con alegría, los dos Nacimientos. Las hábiles manos que han montado con ilusión, un precioso Belén en el ambulatorio; los pacientes que se acercan, sonríen, y reviven su esperanza -mientras esperan la llamada del médico. Familias enteras que se desplazan desde los pueblos que junto con los ciudadano@s van paseando, admirando y ¡quién sabe qué mas! el precioso Belén del parque de la Florida.

Y ahora que soy mayor, me sirvo de un Belén virtual, sencillo. Es mágico pues lo puedo visualizar durante todo el año. En el centro, siempre, el NIÑO JESÚS; a su derecha, complacida, María- Cerca de María se enciende una luz roja, ella se sorprende. Van abriéndose las contraventanas: vemos a una mujer joven, recostada contra el cabecero de la cama, entre cojines y con un bonito pañuelo floreado que le cubre su cabeza calva. Su mirada es triste; su hijo se aleja de ella. La voy acercando – con mi control remoto- a María que encantada posa al Niño Dios en los brazos frágiles y ansiosos de la mujer. Enciendo el segundo botón rojo, Se abre la puerta: en una cama de hospital, yace un hombre mayor Aparece entubado, debajo de la cama vemos una bolsa que se va llenando de orina. Quiero que este hombre se encuentre muy cerca del Niño: ¡es una persona tan generosa…! Una Navidad, exhortó a su esposa a que se uniera a la cena con su hijo y su nuera y él se quedó solo mientras una mano extraña le ofrecía trocitos de naranja que él saboreaba como si fuera el mismo Maná.

Las luces siguientes son intermitentes. La primera dorada es de una intermitencia urgente e insistente, que hace pestañear a Jesús. Un niño de cinco años, de mirada seria nos pregunta por la milagrosa medicación porque él quiere salir a pasear con sus papás, porque él también quiere jugar al fútbol, porque él quiere que su ángel le cuente historias de piratas. Sus preciosos ojos negros quedan clavados en los dulces ojos de Jesús. El idioma que usan se me hace indescifrable.

La segunda luz intermitente es verde. Corresponde a una adolescente de trece años Según se van abriendo las pestañas de su casilla, vamos viendo-sobre todo- vamos oyendo los golpes que da la niña con su pierna ortopédica. Quiere que esta pierna acate sus órdenes y que mueva el pedal de la bicicleta. En un momento de su duro entrenamiento, escruta las rodillas del Niño Jesús; sí las tiene perfectas, la belleza del niño va extendiéndose sobre su corazón Y mientras se cierran las cortinitas vemos que la niña se va levantando y que por enésima vez se aferra al manillar.

Isabel Bascarán ©
Diciembre 2010

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