viernes, 21 de abril de 2023

YO ESCUCHÉ A ALBERTI.

 



     El día amaneció lloviendo en Granada. Se dice que en Sevilla la lluvia es una pura maravilla. En Granada sin embargo no; cuando llueve suele diluviar, y esa mañana, diluviaba.

     Yo sabía que ese día iba a ser uno de los días mas extraordinarios de mi vida. Estaba invitada a un recital de poesía de Rafael Alberti. Pero no a uno más, con diferentes poetas leyendo sus poemas, esta vez era el propio Alberti quien iba a recitar su poesía, el maestro en persona.

     Creo que jamás miré el cielo con más preocupación. En el acto íbamos a estar sólo unas cuarenta personas en el pequeño claustro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. A las siete de la tarde. Una tarde de mayo primaveral, que estaba obligada a lucir con la luz del sol, a rezumar aroma a rosales y a disfrutar de la suave temperatura granadina.

     Al mediodía un sol rácano comenzó a asomar por la vega, las últimas nubes violetas se alejaron y un olor dulzón comenzó a subir del patio.

     Ese día pensaba estrenar un vestido, estuve días buscándolo, al final lo encontré en la calle Alcaicería, era largo, de mil colores, junto con un hermoso chal color malva. Y un pequeño bolso de cuero.

     Apenas comí. A las cinco de la tarde salí de casa hecha un pimpollo. Hora taurina, de flores y campanas.

     A las seis y media estaba sentada en la primera de las pocas filas que había, en una silla de tablas que podía romperse en cualquier momento, junto a la amiga a la que he adorado siempre por tan preciosa invitación. El mejor trono no hubiese aguantado la comparación.

     Éramos un pequeño grupo, temblando de emoción. Alguien en un lateral tocaba la guitarra.

     A las siete y cinco minutos entró Rafael Alberti acompañado de una mujer y un asistente, no se separaron de su lado en toda la velada. Se sentó en una pequeña mesa delante de mí, ¡¡¡delante de mí!!!. Apenas dos metros nos separaban.

     Siguieron dos horas de pura magia, el maestro recitó parte de su obra --¡madre mía escucharlo de su boca!-- charló, rio, volvió a recitar. Nos habló de su vida, respondió a nuestras preguntas, y estoy segura, segura, que muchas de sus miradas se dirigían a mí.

      La luz dorada del atardecer nos bruñía a todos en aquel "carmen", y las manos nos dolían de aplaudir al poeta. No nos acompañó a tomar la sangría que se sirvió al terminar el acto, pero abrazó a quienes, con sumo respeto y admiración nos acercamos a él. Esa tarde fue un hombre feliz. Pura vocación.

     Corría el año 1981. Era primavera. Y estaba en Granada.

     ¡Yo escuché a Alberti.!

 

Remedios Llano Pinna

Comillas. Abril 2023.

LA COLORINES

 


                                                       

      Amigo Pedro, a estas alturas ya me habrías echado una bronca (delicada como todas las tuyas). Domingo y en capilla.

     Colores, nos dejas colores, como no podía ser de otra forma. También nos podrías haber dejado “placeres”, muy en consonancia contigo.

     Cada emoción, cada sensación, cada sentimiento, es de un color. No vivimos en blanco y negro. Te voy a contar la historia de La Colorines.

     Colorines tendría alrededor de 85 años, y siempre lucía un clavel de plástico en el moño. Decía que siempre se había pintado “el morro”, desde cría. Bien rojo.

     Y un azul cobalto en los ojos que te hacía pestañear al verlos. Sus ropajes no tenían edad, ni época, no conocían moda ni usanza. Cuando largos de colores brillantes, cuando cortos de tonos apagados y fulares multicolores. Esos todos de seda. Los días de fiesta se colocaba sobre la oreja un ramillete de flores silvestres, de telas de colorines. Entre las florecillas siempre relucían pequeños cristalitos.

     Nadie conocía su edad exacta. No había nacido en el pueblo, pero hacía muchos años que había anidado allí. No tuvo marido, y su único hijo llevaba una vida en las américas. Siempre lucía delantales hechos de retales de todos los colores que encontraba. Vivía con la compañía de una gata, dos patos y un jilguero. Su casa relucía como los chorros del oro. Nunca nadie cruzó su umbral, salvo el médico el día aquél que casi se ahoga. El hombre nunca comentó nada, pero muchos notaron que desde ese día la miraba con una especie de extraña veneración.

     La Colorines lucía un gran moño, donde las malas lenguas decían que podían anidar arañas, pero no exento de cierta elegancia. Era persona amable y educada, lo que no evitaba que algunos desalmados se burlaran de ella. Excéntrica y solitaria. Conocía las hierbas y sus remedios. Sus brebajes, cremas y aceites le permitían una vida digna. O eso se creía. Sólo el médico y su amiga Julia -la única que tenía, propietaria de la floristería- se ocupaban y preocupaban de ella.

      Un día no fue comprar el pan a su hora habitual, no abrió las ventanas ni regó las flores. Julia y Don Ricardo se acercaron temerosos a la hora de la siesta, la puerta no tenía la llave echada. Los animales no estaban, y La Colorines descansaba en su cama, eternamente dormida. Su cabeza coronada por pequeñas flores blancas.

     Todo el pueblo desfiló a verla, y pudo descubrir que Doña Leonor, que era su nombre, vivía en una casa blanca, donde todo era blanco, su ropa blanca (que jamás mostró), con flores blancas y su pelo blanco. El color del luto.

     Un testamento a su lado decía que su cuantiosa fortuna sirviese para crear una residencia de ancianos y becas para los niños.

     Todos los “cristalitos” que tenía eran para su querida Julia, y Don Ricardo podría renovar su consulta, y heredar su selecta y soberbia biblioteca.

     Luto por el hijo; emigrante con suerte, con mucha mucha suerte. Luto por su vida. Amor por su gente. La Colorines era blanca, muy blanca.

 Remedios Llano

Marzo 2023

COMILLAS.

jueves, 20 de abril de 2023

AQUELLAS VOCACIONES...

 Aquellas vocaciones,

lejanas, de la infancia,

rescato del olvido

y vuelven a mi alma.


Recuerdo que en cole

pintaba musarañas

queriendo ser Picasso

pintor de grande fama.


También curaba heridas

con sangre imaginaria,

cuál médico en combate

poniendo cataplasmas.


Después fui marinero

en mares de piratas

llevando galeones

a tierras muy lejanas.


Un día, y en la iglesia,

pensé que la sotana

podía entre latines

dar muestras de su gracia.

Dudé con la tarima

del profe y la pizarra

cambiando la tonsura

por trajes y corbatas.


Y luego de mil dudas

me dio por la labranza

cuidando los tomates,

alubias y patatas.


Me supo a poco, esto,

pasándome a las armas

y quise ver la guerra

vistiendo la chamarra.


Aquello fue un momento,

apenas duró nada

cambiando a panadero

luchando con su masa.


¡Qué grandes vocaciones

de niños con sus alas

creando fantasías

y enormes telarañas!

La infancia se detiene,

la juventud avanza

y vuelvo con mis sueños

a ver dónde se plantan.


No tengo más estudios

que sueños en la playa,

con olas en desorden

llegando en la resaca.


He sido un vagabundo,

quizás tan solo un paria,

embrión de alguien difuso

perdido en la distancia.


Ahora escribe un poco

mi pluma muy quebrada,

y quiero ser poeta

de versos y metáforas.


Medidas asonantes,

rimas alambicadas

romances y sonetos

hoy nacen y se callan.

Así mis vocaciones

reviven y se plasman,

y vuelven las locuras

del tiempo de la infancia.


Yo ansío aquéllos años,

aquel soñar sin pausa,

urdiendo mil proyectos

quedando siempre en babia.


Hoy soy un jubilado

que juega a la petanca,

de aquellas vocaciones

espero, al mes, la paga,

maldigo a quien gobierna

también a los que mandan

pues son unos ineptos

que parten bien la tarta.

La plata del Estado,

de impuestos está harta

y olvidan vocaciones

de tontos que trabajan,

haciéndolo a destajo

sin fiestas ni libranzas

dejando sus destinos

en sueños y en la nada.


¡Benditas vocaciones

que tuve en esta Arcadia,

del mundo y de la vida

de un tiempo de la infancia!


Rafael Sánchez Ortega ©

07/04/23


RETRIBUCIÓN ELEVADA

 



            Terminé de colocar mi equipaje, me senté y me abroché el cinturón de seguridad. Por primera vez en mucho tiempo no tenía nada que hacer y fui consciente de mi situación. Verdaderamente, me costaba creer que estaba en un transbordador rumbo a Galeno.

            Hace un año, ni en mis mejores sueños hubiera concebido algo así. Claro que, puestos a eso, tampoco seis años atrás hubiera imaginado que conseguiría estudiar medicina.

            Siempre destaqué en mis estudios pero, una vez en la universidad, pasé a ser una más; allí sobresalían cuatro o cinco de los que alguno, con suerte, conseguiría una plaza para la formación residencial en Galeno.

            De manera que, cuando el año pasado conseguí la titulación, no parecía razonable presentarme a aquel durísimo examen de acceso pero, para sorpresa de todos (incluida yo), lo intenté. Debió de darse una tormenta perfecta de circunstancias favorables porque, contra todo pronóstico, fui una de las tres personas admitidas de mi facultad.

            Así que allí estaba yo, compartiendo viaje con dos eminencias de mi promoción, rumbo a Galeno, centro universalmente famoso por proporcionar la formación médica más exquisita y exclusiva (y también increíblemente bien remunerada).

            Las once horas de viaje pasaron como un suspiro y, para cuando quise espabilarme, estaba en una sala de reuniones junto a los otros catorce seleccionados. Un hombre alto, canoso, en sus últimos sesenta y con expresión entre benévola y amenazante, nos dirigió la palabra: 

            ―Les doy la bienvenida en nombre de la universidad de Galeno. Soy el Dr. Quirón, director de Residencias y desde ahora su coordinador.

            »Ni a ustedes ni a mí nos interesa perder tiempo, así que iré directo al asunto:

            »Ya han probado sobradamente sus amplísimos conocimientos en medicina. Reciban nuestra más sincera enhorabuena.

            »Esta Dirección es consciente de que el inmenso prestigio de nuestra institución es también un billete de acceso a los mejores salarios, pero, por otra parte, convendrán conmigo en que para ofrecer un tratamiento médico de calidad, hace falta algo más que conocimientos.

            »Ignoramos qué han oído acerca de nuestro proceso de formación y selección, pero es igual, porque desde este mismo año hemos decidido cambiarlo radicalmente.

            »Tienen delante de ustedes un documento. Es un estricto acuerdo de confidencialidad relativo a todo el proceso de formación. Son libres de firmarlo o no pero, lógicamente, es condición imprescindible para continuar. En caso de que lo hagan, les aconsejo encarecidamente que lo respeten, no quisiéramos que descubrieran que nuestro departamento jurídico puede arruinarles su futuro profesional para siempre.

            Los quince nos miramos un poco aturdidos, pero no habíamos llegado hasta allí para nada, así que todos firmamos el acuerdo.           

            ―Bien, me alegro de su decisión. Ahora les pasarán un dosier con los detalles de su proceso de formación, pero puedo resumírselo en pocas palabras:

     »Serán destinados a diferentes colonias de nuestro sistema, todas con grandes necesidades de atención médica. Tendrán supervisión constante de un doctor adjunto, pero ya les anticipo que serán jornadas extenuantes, muy duras pero también muy formativas.

             »Su período de residencia no excederá los cinco años, durante el cual se les facilitará alimentación y alojamiento adecuados, así como periodos razonables de descanso. En cuanto al salario, me temo que vamos a estar bastante por debajo de sus expectativas. Cuando terminen su formación, sin embargo, podrían optar a mejorar algo sus condiciones. Y lo último: en cualquier momento (que puede ser ahora mismo) podrán presentar su renuncia. La Universidad correrá con los gastos de su viaje de regreso pero, recuerden que ya están, para siempre, vinculados al acuerdo de confidencialidad. Ahora les conducirán a sus habitaciones, tienen el resto del día para pensarlo. Aquellos de ustedes que quieran continuar, comenzarán su formación mañana mismo.             

            Tranquilamente en la habitación, leí el dossier y el contrato. Verdaderamente, el sueldo parecía una broma pesada. Valoré la posibilidad de renunciar, pero me dí cuenta de que me estaban ofreciendo lo que siempre había querido: ofrecer verdadera ayuda a mis semejantes.

            No obstante, a la mañana siguiente solo cinco de los quince estábamos en la sala de reuniones.

            Me destinaron a Alpha-3, un importante enclave minero. Realmente cumplieron todo lo prometido: jornadas un poquito más que extenuantes y  formación al mismo nivel. En cuanto al sueldo, era más bien una propina.

            A lo largo de los siguientes meses, en los días de descanso contactaba con mis cuatro compañeros, todos en condiciones parecidas a las mías. Para mi desmoralización, uno tras otro fueron presentando su renuncia, así que, antes del año quedé privada de ese pequeño apoyo. Pude soportar todo aquello aferrándome al hecho de que, aunque con resultados desiguales, estaba consiguiendo ayudar a mis pacientes.

            Poco después de cumplir los doce meses, me reclamaron en Galeno para la primera evaluación anual. En la sala donde, parecía que fue ayer, estuvimos quince ilusionados aspirantes, ahora estábamos solos el Dr. Quirón y yo. Su expresión seguía oscilando entre la amenaza y la benevolencia. Por esa vez, eligió la segunda:

            ―Enhorabuena, Dra. Elma, ha concluido satisfactoriamente su período de selección. Si desea continuar su formación con nosotros (y quiero pensar que sí), le ofrecemos un nuevo contrato por cuatro años. Transcurridos estos, podrá ejercer la medicina con la acreditación y el prestigio de Galeno (y sus posibilidades salariales), aunque nos gustaría que siguiera con nosotros. De momento, mire las nuevas condiciones y díganos algo.

            Leí los nuevos términos. Las jornadas eran de ocho horas, cinco días a la semana y en un centro de mi elección. En cuanto al salario, pensé que seguían   burlándose de mí, pero ahora al contrario: era escandalosamente alto.

            El Dr. Quirón me miró divertido y, adivinando mis pensamientos, dijo:

            ―Sí, quizás sea un poco bajo, pero considere que es para empezar, iremos actualizándolo periódicamente hasta alcanzar la cifra que se merece alguien verdaderamente comprometido con la medicina.

            Y, bajando la voz, añadió:

            ―Tengo que confesarle que son las mismas condiciones que hemos aplicado siempre para garantizar la vocación de nuestros médicos.

            Luego añadió con su lado amenazante:

             ―Pero no olvide la confidencialidad….       

                              

José E. del Olmo©

jueves, 16 de marzo de 2023

COLORES

 


                                                             

     La paleta va pintando de fucsia y rosa el vestido entallado.  Un corazón, rojo, ondulado, grande, cubre toda la parte del tórax. Los zapatos, forrados en fucsia, hermoseados con una línea horizontal y  roja,  ondulan en su caminar los pasos de la modelo.  La mano, que maneja la paleta imaginaria: el  vestido como los accesorios... disfruta de libre albedrío, (fantasía pura), totalmente: antisistema, ecléctico.  Así es nuestra  diseñadora, nuestra modelo, nuestra  aristócrata:  capaz  de mezclar todos los matices, formas, texturas y épocas.  El cabello ensortijado, pelirrojo: “barroco”  -opinan las envidiosillas-, pero Ágatha,  para más inri, lo adorna con una diadema de mariposas multicolores. 

     La mirada de José  Picasso, cada vez, se nubla más ante los bocetos infantiles de su hijo Pablo y; antes de deprimirse, opta por regalarle todos sus pinceles, colores, paletas a su hijo; y no vuelve a pintar.  El arlequín cubista se presenta con un cuello de gasa cerúlea y un mono plagado de cubos verdes y azules. La cabeza, modernista, muestra un tocado ladeado, negro. Los iris bailan sin tregua ante la influencia de este cubismo zumbón.

     Bajo los estores y me mantengo a oscuras. ¿Se habrán normalizado los ojos?  -me pregunto-  Y a mi cerebro llega la canción de mi juventud.

De colores,

de colores

se visten los campos

en la primavera.

De colores,

de colores

son los pajaritos

que vienen de afuera.

De colores.. (Joan Baéza)

     La finca, de mi vecino, ha reverdecido por la lluvia primaveral. Parece que, el estiércol abonó más el trapecio que se extiende cerca del nogal; está cuajado de chiribitas.  El movimiento de rotación de la tierra, muestra una capa blanquecina.  Me acerco a la alambrada, pasa el dueño de la finca; lo veo receloso cuando saco una foto del Edén. ¿Puedo ver su móvil?  -me inquiere-   “La felicito, no sabía que hubiera más colores que los del arco iris...” Los pajaritos, cual saltimbanquis, vuelan a mi jardín; adiós al almuerzo del gato callejero. 

     Tomo asiento en la tumbona: ansiosa, cojo el móvil:  5 de marzo, 14horas. Los rayos de sol se reflejan sobre los sépalos y los miles de pétalos de la camelia; las margaritas africanas: lilas, granates...  me saludan. El  limonero extiende su fresco aroma, y su suave sombra en la aterciopelada azalea.  Se  han hermoseado hasta sus últimos estambres y pistilos... Me preparo un té con mi limón.  Me siento a la mesa del embaldosado, extiendo un cuarto de metro de cartón, y sobre él, el papel blanco  de embalar: aumento de tamaño la foto del móvil y según las directrices pinto las cuatro líneas de la finca en verde y, despacito, a paso de tortuga, he copiado del original, a patch work, una sola chiribita bajo una avispa anillada, en el centro del puzzle.  

 

                                                                             Isabel Bascaran Garechana

                                                                             San Vicente de la Barquera,a 5 de marzo de 2023 

YA VIENE LA NOCHE...



 Ya viene la noche

y el sol pide cama,

las sombras aumentan

y tiemblan las aguas.


Un pájaro herido

se posa en las ramas

del roble señero

que duerme en la plaza.


Ya cantan los ríos

y alegran fontanas,

formando meandros

que dejan su calma.


Y el pájaro herido,

con sangre en sus alas,

me mira en silencio

y acudo a curarlas.


¡Qué ojitos tan lindos

me ofrece por nada,

su herida está limpia

de polvo y de paja!


La sangre y la herida

no son inventadas,

proceden de un piso

y de otra ventana.


Allí se rompían

los ojos y el alma,

al ver a los niños

sufrir en la infancia.


Las guerras, malditas,

marcaron con balas,

las alas del ave

y al niño en su casa.


Ya viene la noche

ruin, con sus garras,

y el pájaro herido

nos deja una nana.


"Ya duermes mi cielo,

mi niño del alma,

tenemos heridas

profundas que sangran..."


Rafael Sánchez Ortega ©

13/03/23

miércoles, 15 de marzo de 2023

REUNIÓN FAMILIAR

 


Todavía no eran las 5, pero por las ventanas de la cabaña ya se veía oscurecido. Los que trabajaban en aquel valle, a veinte kilómetros del pueblo más cercano, terminaban su jornada una hora antes. El sol parecía seguir la misma costumbre.

            Hacía media hora que había llegado el primo Sebastián, el último que faltaba, y llevábamos ya un buen rato esforzándonos en soltar chascarrillos y bromas, pero el ambiente distaba mucho del alegre desenfado de otras reuniones familiares. La sombra de lo ocurrido la semana anterior era muy alargada.

            El tío Alberto, el dueño de la cabaña, decidió que ya teníamos bastante de esa farsa:

             ―Creo que deberíamos hablar seriamente, y todos sabemos a qué me refiero.

            Recibimos aquello con una mezcla de alivio por no tener que seguir fingiendo, y temor por afrontar el tema. Tío Alberto prosiguió:

             ―Porque lo del miércoles pasado no podemos dejarlo… ―unos golpes en la puerta le hicieron callar.

            Tío Alberto la abrió despacio, como si prefiriera dejarla cerrada. Una silueta grande y oscura se recortaba contra la penumbra del anochecer.

            ―Familia Mayorga, supongo ―dijo resueltamente la figura con un fuerte acento eslavo―. Si no les importa, preferiría pasar adentro, se está levantando un frío del demonio.

            La propietaria de la voz era un mujer alta, en sus primeros cincuenta  pero con un pelo que variaba por mechones desde el grisáceo hasta el blanco níveo, contrastando así con un abrigo largo de paño negro. Sin embargo, toda nuestra atención se veía atraída, como si de un agujero negro se tratase, por dos profundísimos ojos de un azul claro, casi transparente.

            ―¿Podemos saber quién…? ―balbuceó tío Alberto la pregunta en la cabeza de todos, pero la visitante atajó rápidamente:

            ―Me llamo Clara. Siento haber irrumpido así en su reunión, pero traigo un encargo de Elías. Sé que tienen muchas preguntas, aunque creo que esto las contestará todas.

            Y estando yo más cerca de ella que los demás, me alargó un sobre azul pálido. Dentro había una hoja de papel del mismo color, manuscrita con una caligrafía exquisita. Todos me miraban como si tuviera la lista de números del Gordo de navidad de los próximos diez años. La leí en voz alta: 

            Hola, querida familia. Sí, soy Elías. Ante todo quiero pediros disculpas por la escenita del otro día. Lo siento de verdad.

            También quiero rogaros que recibáis a Clara con la mayor amabilidad. Se ha convertido en una buena amiga; de hecho, la única que últimamente me ha escuchado y comprendido.

            Me hubiera gustado escribiros yo mismo, pero en mi estado actual me cuesta mucho, y más aún con la poca energía que me quedó desde lo de la semana pasada. Pero mi querida Clara, siempre tan gentil conmigo, ha accedido a transcribir puntualmente mis palabras.

            Quiero explicaros mi conducta en aquel encuentro.

            Sabéis que llevaba tiempo desaparecido de vuestras vidas. Lamenté marcharme sin despedirme de nadie pero, seamos sinceros, tampoco en aquel momento yo os importaba mucho a ninguno, así que decidí desconectar de todo por un tiempo. Poco después fue cuando conocí a Clara.

            Siempre he sido algo despegado con la familia, pero últimamente estoy nostálgico y me apetecía veros de nuevo. Además, sentía que tenía algo pendiente de resolver allí. Por todo esto y por consejo de Clara, me dirigí a la casa de los abuelos, que tanto añoraba, con la esperanza de encontrarme con alguno de vosotros.

            Pero claro, ni a propósito hubiera escogido mejor el lugar y el día: nada menos que el cumpleaños de Pedrito, y habíais ido todos. Corrí a vuestro encuentro pero, ¡ay!, ya conocéis mi vena bromista, y repentinamente lo pensé mejor. Aproveché un momento en el que estabais distraídos con los saludos en la entrada, me colé en la casa, y corrí a esconderme detrás del biombo que trajo el abuelo de Filipinas.

            ¡Qué alegría veros! Ha pasado tiempo y habéis cambiado bastante, pero os reconocí a la mayoría. Bueno, ya sabéis que cuanto más nervioso estoy, más bromista me vuelvo. Siempre me gustó la ventriloquía, y últimamente he mejorado mucho, así que no pude evitar haceros una demostración. ¡Qué caras pusisteis, qué callados os quedasteis! Al final fue el mismo Pedrito quien dijo:   «Llamadme loco si queréis, pero me da que es Elías». Siempre ha sido el que mejor me ha calado, el muy polvorilla.

            Decidí salir ya de mi escondite y saludaros, pero entonces empezasteis con los regalos. Lamento deciros que no me parecieron muy adecuados para su edad, pero cuando le disteis la peonza (mi peonza) entonces algo se me revolvió por dentro.

            Recuerdo perfectamente esa peonza: me la regaló papá cuando cumplí diez años.

            ―Fíjate Elisín ―me dijo (siempre odié ese ridículo diminutivo)―, la he pintado de azul, verde y rojo. Tírala y verás lo que pasa.

            Yo la lancé, y no podía creer lo que veía: se había vuelto blanca. De verdad pensé que papá había hecho magia. Ese fue el último momento en el que sentí que yo le importaba a alguien, hasta que conocí a Clara.

            Pero, volviendo a lo del otro día, reconozco que al ver aquello me sentí nuevamente dolido, no ya porque no me pidierais permiso (yo le doy la peonza al bueno de Pedrito de mil amores) sino porque nadie se acordó de mí.

            Pero luego lo pensé mejor, y caí en la cuenta de que Pedrito sí que se acuerda de mí, le importo. Calculo que en un año o dos ya tendrá edad para viajar, así que estoy muy ilusionado con la idea de ir a recibirle.

            Y cuando luego sacasteis la tarta con las velitas y le pedisteis a Pedrito que las soplara, yo, entusiasmado, salí corriendo del biombo y mandé todo el aire que pude a las velas y..., vale, me pasé un poco.

                       Pero, ¡qué demonios!, tenía todo el derecho a estar en el cumpleaños de mi nieto. Y tendríais que haberos visto la cara que se os quedó cuando apagué todas las velas. Las cien.

                                                                                                

 

José E. del Olmo©


martes, 14 de febrero de 2023

AGUANTA EN LA ERA

 



—Sospechoso intentando golpear con bolso en el control de equipajes. Cambio.

—Afirmativo. Describa sospechoso. Cambio.

—Excéntrico. Barba densa a lo Bakunin, sombrero Fedora, falda de tablas y botas de cowboy. En Seguridad ríen, ya ha pasado el control. Cambio.

—No le pierda de vista. Cambio.

—Afirmativo. Va preguntando a la gente que si quieren ver sus tetas, y le dicen que sí. Cambio.

—Campuzano, ¿es usted tonto o se lo deletreo en alfabeto de la OTAN? Le estoy llamando al móvil o no se entera. Deje ya el puto walkie y escúcheme.

—Disculpe, Sr. Martínez, a sus órdenes.

—Campuzano, hemos escuchado el audio del control de equipajes y les ha dicho: Mamá, mamá, en el colegio me llaman maricón. ¿Y tú, qué haces? Pegarles con el bolso. Y ahora les está contando el clásico e infantil del perro Mis tetas ¿Ha visto a Mis tetas? No, pero me gustaría verlas. Campuzano, usted no ha tenido infancia, ¿verdad?

—No señor; digo, sí señor.

—Campuzano, el sospechoso es una patata caliente. Vamos a intentar infiltrarle en su vuelo a Osaka.

—Pero Sr. Martínez, tengo entradas para el clásico de esta noche.

—Campuzano, el deber es el deber y puede salvar muchas vidas; además, no tiene familia y no se le conoce novia.

—Lo que usted mande.

—Campuzano, y si cree que puede poner en peligro a los pasajeros, dispare a matar.

 

—Sr. Martínez, soy Campuzano. Le llamo desde la cabina del piloto. Vamos a ver, por dónde empiezo. Este hombre, o lo que sea, parece no estar muy cuerdo. No para de contar chistes de “un inglés, un alemán, un francés y un español van en un avión…” Y hasta los tripulantes se mondan de risa. Habla mucho de su mujer, que falleció recientemente y que se llamaba María y, según cuenta, se la llevaba con frecuencia a la era para el folleteo –las noches mágicas, las llama–. Parece ser que se dedica a la inteligencia artificial y está creando una aplicación de chistes. También dice que va a Osaka de peregrinación, como regalo de su familia política, para conocer al chino Cudeiro, aquel de humor amarillo. Pero digo yo que el chino Cudeiro estará en China.

—Campuzano, usted no opine. Remítase sólo a describir los hechos.

—A sus órdenes, Sr. Martínez.

—Por cierto, ¿le ha dicho el nombre?

—Chelsea, Sr. Martínez, dice que se llama Chelsea.

—Infórmeme en cuanto esté en tierra.

 

—Sr. Martínez, estamos en el aeropuerto de Osaka y esto es una locura. Escuche, escuche lo que la gente canta:

¡AGUANTA EN LA ERA! ¡MARÍA AGUANTA EN LA ERA! ¡AGUANTA EN LA ERA! ¡MARÍA AGUANTA EN LA ERA! (Versión libre de Guantanamera).

—Seriedad, Campuzano, le pido seriedad. ¿Dónde está el sospechoso?

—Se ha puesto a cantar Aguanta en la era… Y hay cientos de personas por el aeropuerto secundando sus congas y cánticos. Escuche, escuche... Sr. Martínez, ¿sabe lo que le digo? Que dimito, ¡váyase usted a tomar por culo!

—¡Campuzano, Campuzano…!

—AGUANTA EN LA ERA, ¡YEAH!

 

En una de estas desatadas congas colectivas del aeropuerto, Campuzano conoció a Shigeo, un fofisano, dulce y cariñoso, con el que montó una tienda de dorayakis rellenos y se quedaron a vivir en Osaka con sus caniches.

 

¿Y qué fue de nuestro sospechoso?

Chelsea, que era más listo de lo que parecía, montó las congas para dar boleto a Campuzano, que sabía que le vigilaba. Pidió un taxi y se fue al hotel Cudeiro, engañado por la familia de María, que querían vengarse de él por haberse operado las tetas tras su muerte.

El hotel pertenecía a la Yakuza y era una tapadera. Aparecía en Booking para no levantar sospechas, pero no tenía clientes. Cuando llegó Chelsea, sólo había un recepcionista con cara de pocos amigos y múltiples tatuajes por toda la parte visible de su cuerpo.

Chelsea le contó varios chistes con el traductor del móvil: el del fantasma de los ojos azules y el del fantasma de los calzoncillos rotos. Y la primera noche, de madrugada, bajó a la recepción, despertó al malas pulgas y le contó el de los “perros del curro no me dejan dormir” pero en chino, o lo que es lo mismo: “los pelos del culo no me dejan dolmil…” El yakuzero, enfurruñado ante lo que interpretó como ofensa, cogió una espada de samurai y se lanzó al ataque. Pero Chelsea, que había sido legionario en Ceuta y experto en Kung-fu, Muay Thai y Aikido, se la arrebató de las manos, rodó por el suelo y, haciendo una elipse, le corto los dos pies a la altura de los tobillos. El nipón, en señal de horror, subió las dos manos y se las rebanó también, dejándole con cuatro muñones escupiendo sangre, y le dijo: ¿Has visto mis tetas? Y se subió la camisa para enseñárselas y, mientras el mafioso gritaba horrorizado, le seccionó la cabeza de una tajada.

Todavía espada en mano y rezumando chorros de sangre por las extremidades, escuchó unos aplausos pausados en la penumbra. Era Yamaguchi-gumi, jefe de la Yakuza, que invitó a Chelsea en perfecto castellano a que se acercara y se sentara en el Chester frente a él. Y ahí Chelsea, con la cara, la barba y las manos a rebosar de viscosidades, le deleitó durante más de tres horas con toda una retahíla de chistes old school. Fueron tal el disfrute y las carcajadas de Yamaguchi-gumi que decidió cederle el establecimiento, el cual, a partir de entonces, pasó a llamarse el Chelsea Palace, donde por fin pudo incubar la aplicación de inteligencia artificial de chistes clásicos que se iba retroalimentando con la participación de aquella creciente comunidad de japo-freaks. Y no sólo eso, sino que, para endulzar a aquellos fanáticos del chiste, Campuzano y Shigeo llevaron allí su tienda de dorayakis rellenos.

Y por supuesto, los sábados por la noche, con reservas a un año vista, lo más exitoso fueron las veladas especiales de la archiconocida conga y reivindicable desde ya: Aguanta en la era.

 

Óscar Nuño©