Raúl tiene 10 años y está en
Menorca. Ha ido con sus padres a pasar las vacaciones de Semana Santa en un
hotel grande de un pueblecito con una cala preciosa de aguas cristalinas. Le
parece la más preciosa de las piscinas, ya que no hay olas y casi no cubre nada
en la orilla, pero tiene que bañarse en las piscinas del hotel ya que solo no
lo dejan bajar.
Por fin sus padres deciden
darse un baño de agua salada en la playa con otro matrimonio con el que han
hecho amistad. Tienen dos hijos más o menos de su edad.
-¡Yupyyy! Ya estaba harto de
piscina, -dice Raúl.
Se van los tres a jugar a las
palas. Una de las veces la pelota se les escapa lejos y Raúl ve un portón
grande semiabierto debajo de la terraza de un restaurante cerrado. Deciden ir a
investigar. Asoman sus traviesas cabezas y solo ven oscuridad. De pronto unos
chillidos les aterrorizan y salen corriendo. Asustados y con el corazón a todo
latir se sientan en la arena, y ven salir a dos grandes gaviotas volando.
Se ríen a brazo partido y
deciden volver. Esta vez entran. Allí solo hay una pequeña barca con unos
remos, una cuerda gorda enroscada en el suelo, un ancla roñoso y al fondo, casi
cubierto de un plástico grande negro, un arcón de madera oscura.
-¡Hemos encontrado el tesoro
de los piratas! –dice el niño más pequeño.
¡Bravo, bravo! –contestan los
otros al unísono, y se abalanzan a ver si está abierto. Con sumo cuidado
desenganchan la cerradura y suben la tapa. ¡Qué desastre!, allí no hay ningún
tesoro; solo ropa vieja, un pantalón vaquero descolorido, un niky azul y unas
chanclas.
Pero para ellos es una tarde
memorable. Juegan a proteger su tesoro y hacen pequeños montículos con piñas
que hay por el suelo de los muchos pinos que hay junto a la playa e imaginan
grandes hogueras, imitando a los “talaiot”
(montículos de piedra) como les habían explicado en una excursión del
hotel. Cuando venía un barco desconocido, encendían las hogueras, y al ver el
resplandor, si el barco venía con aviesas intenciones se daba media vuelta, ya
que toda la Isla estaba alerta. Por eso la llaman “La Isla de la luz “.
Una voz les dice. –¡Hora de
merendar! "y la magia se rompe".
María Eulalia González ©
Abril 2013
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