Estuve en Calella
hace poco tiempo. Calella es un pueblo de Cataluña, donde lo mejor que encontré en él,
fue el tren de alta velocidad que cada
media hora recorre en ambos sentidos la región del Maresme, y te permite
plantarte en cualquier pueblo costero de la provincia de Barcelona, en menos
que canta un gallo.
Tiene
también otras buenas cosas, como por ejemplo, una playa amplia y hermosa en la que deben bañarse muchachas preciosas cuando llega el verano, pero a mí no me tocó
admirar el colorido de sus bikinis, porque yo estuve en invierno, y en esa
época la playa estaba triste, sin
bikinis de colores, y lo que aún es peor, sin muchachas preciosas.
Por
eso me fui tres o cuatro veces a
Barcelona, porque en el tren de marras se llega en un santiamén, porque en
Barcelona hay muchas cosas interesantes que ver, y porque si te sientas en un banco de las Ramblas, ves
paseando a motones de muchachas preciosas, aunque por aquí no suelen ir en
bikini. También pasean mozas que no son guapas, y hasta las hay como con
defectos de fabricación en el cuerpo, y a estas, no sé porqué, todo el mundo
las mira menos.
Después
de visitar La Sagrada Familia, el Parque
de Güell, el mercado de la Boquería, una estatua de un Colón que le pusieron
altísimo, y extendiendo un brazo hacia
Italia como diciendo que no habla catalán porque viene de allí, y todavía no ha
tenido tiempo de aprender la lengua, y
después de visitar tres o cuatro “casuchas” que dicen que hizo un tal
Gaudí, me perdí primero por el Barrio
Gótico, y más tarde por otro conocido con
el apelativo de Pedralbes.
Y
fue aquí, en el conocido como Peldralbes, cuando le vi allí, sólo, en la calle, y arrimado a los muros de una
finca impresionante. Era un baúl hermoso de tapa abombada forrada de cuero, y
esquinas de cobre con forma triangular
perfectamente remachadas. Me llamó la
atención su soledad, pero de inmediato pensé que sería momentánea en tanto
salían los señores de la casa, y sin darle más importancia seguí caminando.
Pero
al cuarto de hora regresé por el mismo
sitio, y el baúl continuaba en la más
completa soledad, y así, de repente, como inspirado por una divinidad, me imaginé la historia del arcón de mis intrigas: ¡Este baúl
es de Iñaki Urdangarín! Enseguida empecé a atar cabos ateniéndome a lo
que los periodistas nos cuentan todos
los días de este “pobre hombre”
vilipendiado e imputado en varios
casos de corrupción solo por el mero hecho de haberse equivocado, y desviar sin
querer unos cuantos millones de euros a unas pobres cuentas corrientes que él
tiene por ahí. Y a esto le llaman el caso “Noos”, cuando en realidad debía ser
el caso “Voos”, porque el problema es de ellos y no de nosotros.
Pienso
yo que a este hombre le cogió algún juez cuesta abajo, porque el pobre
Urdangarín que se había ido como muy silencioso a hacer “las Américas” a
Estados Unidos, le han hecho volver para que declare como hizo “las Españas” antes de largarse de
aquí.
Pero
esto es algo que según él, no tiene que declarar, pues yo le escuché decir en
televisión que volvía a defender su inocencia y su honorabilidad. Y si el
individuo es inocente y honorable, está
claro que no pudo llevarse lo que no es de él
Pero
no deja de mosquearme un poco lo de que ahora quiere irse a trabajar a Qatar.
No sé si irá a extraer petróleo, o es
que como Qatar está dentro del mismísimo Golfo Pérsico, a lo mejor pensó él que
dentro de un Golfo tan grande, un
Golfillo más chico pasaba desapercibido…
Y
también supuse yo que el baúl lo
abandonó para echar a correr, porque de
la que iba camino para Qatar se enteró de que el juez de turno salió tras él para
decirle que “antes de entrar” en otro negocio,
“saliera” del anterior
devolviendo lo que siempre según algunos periodistas, parece ser que se
había llevado…
Pero
mira tú lo que son las cosas: Nada de esto que imaginé, fue cierto. Yo lo pensé
así, porque estaba en el barrio de Pedralbes, y me dejé influenciar por la mala
leche que tienen algunos de esos hombres que escriben en los periódicos haciéndonos dudar de la honorabilidad de los
hombres honorables. Pues yo para asegurarme, me acerqué al baúl, y le abrí.
Allí no había dinero negro ni dinero blanco. Ni libros de cuentas, ni facturas falsas, ni cartas de amigos del
Partido Popular, ni de amigos del
“Pesoe”. Ni siquiera había un
turbante y una chilaba para vestirse de Jeque cuando llegara a Qatar.
Nada
más que abrir el baúl empezó a salir
todo un pentagrama de notas musicales que se fueron elevando en el espacio con
una melodía tan entrañable, tan de mi tiempo, que enseguida caí en la cuenta: La que perdió el baúl, fue Karina. Era su “Baúl de los
Recuerdos”
Jesús González Gonzáles ©
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