El sacerdote
espiritual tenía fama de moldear almas.
Entró el frufrú de
su sotana. El grupo de catecúmenas le
esperaba de rodillas, en recogimiento.
Tras exhortar a que
se sentaran, las recibió con un beneplácito ademán.
Comenzó la sesión con
la lectura del texto evangélico en que Jesús se aleja de sus amigos y comienza
un total ayuno.
“Si vuestra palabra no es más hermosa que el silencio,
entonces, no digáis nada”.
Encomió a las
expectantes alumnas a elegir –como lo había hecho el Maestro- un sacrificio
para fortalecer el alma y acrecentar la fe.
Hincadas las rodillas en el reclinatorio, durante diez
minutos, cada aspirante a la vida ascética se comprometió a supeditar al cuerpo
a una ofrenda, durante los cinco días de recogimiento sepulcral
Entendieron que el
silencio se hacía presente tanto en la capilla como fuera de ella. Así, silenciaron sus zapatos, el frufrú de
sus uniformes, las ondulaciones de sus cuerpos.
Recogidas en las celdas desnudas de las religiosas, cada
aspirante se esforzó a crear, asimismo, un silencio espiritual. Oraron, es decir, visualizaron a Jesús y se
adhirieron a su imagen. Pero la misma iba y venía: eran novatas. La que se insertó el silicio fue manteniendo
el rostro del Penitente casi prendido de las pupilas. Las gotas de sangre eran la esencia, el
elixir hacia la pureza.
Bastantes principiantes optaron por el ayuno. Los estómagos con sus jugos gástricos les
producían retortijones, mas las
sanas anoréxicas emulaban a Jesús y el
hambre: SU HAMBRE las confortaba. (Al
anochecer las idas y venida de la enfermería fueron constantes) Alguna cojeaba con las cuentas del rosario
incrustadas en las rodillas mas los ayes eran reprimidos con ardor.
El segundo día, el
sacerdote siguió refiriéndoles las tentaciones
con las que El Señor fue atribulado.
Les aseguró que también ellas serían extorsionadas pero que la lid
contra Satán sería, al final, jubilosa.
El tercer día, el
guía espiritual suspendió su arenga sobre las tentaciones a las que era
sometido Jesús. Los rostros de las
dolorosas refulgían ardientes, sus
labios aparecían hinchados y heridos,
las rodillas se cubrían con apósitos… (La hermana enfermera llegó a
dopar para despojarle del silicio y obligado a tomar antibióticos a la cuasi
mártir y. las anoréxicas voluntarias fueron forzadas a llevar una dieta blanda)
Si vuestra palabra no es más hermosa que el
silencio, entonces, no digáis nada.
El último día entre
todas confeccionaron un mural:
SERENIDAD, ALEGRÍA, AMOR, PROTECCIÓN, ALIVIO, DULZURA, TERNURA,
FILANTROPÍA, ESPIRITUALIDAD…
Se veía claramente
que aquella solicitud y aquellos
sacrificios habían sido ampliamente
compensados por la luz reconfortante del alma.
Del grupo,
surgieron voluntarias que acudirían a las reuniones de adolescentes golpeadas
por la vida, siempre bajo la enseñanza
de:
“Si tu palabra no es
más hermosa que el silencio, entonces, no digas nada”.
San
Vicente de la Barquera, a 5 de octubre
de 2013
Isabel Bascaran ©
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