sábado, 22 de febrero de 2014

LA PLAZA





Elsa tenía sobre su cama el vestido de fiesta para el Cotillón de Reyes. Era de moaré rojo con un gran cinturón negro y sus pendientes preferidos, una cascada de pequeñas perlitas que hacían juego con la gargantilla. Su novio pararía a buscarla temprano, así que se dispuso a entrar en el baño.

Sonó el teléfono. Era la tía Maru. –Por favor Elsa, tengo que ir a casa de mi hija que ha roto aguas y no tengo a quien recurrir en estos momentos para que se quede con la abuela.

No tuvo más remedio que acudir y quedarse sin fiesta que tanto le gustaba. Se montó en el coche y enfiló al pueblo de la abuela. Iba cabreada, muy cabreada.

Llegó ya oscurecido. La abuela vivía en un caserón de piedra en el centro del pueblo junto a la plaza que ahora se veía iluminada con cientos de luces y en el templete del centro La Virgen, San José y el Niño esperaban la cabalgata y los presentes de los Reyes Magos.

Fue directa a la habitación de la abuela, y al verla allí, tan desvalida y frágil, (con lo que había sido ella), su corazón dio un vuelco y le dijo: -¡Abuela, que esta noche vienen los Reyes Magos!- Y la cubrió de besos. Ya no se levantaba y la costaba hablar, pero sus ojos se le iluminaron al verla. -¡Qué guapa estás!– susurró.

-Gracias por venir-, le dijo su tía, -dentro de un rato le das la cena. Ya está cambiada-. Y se marchó.

Entró en el salón, que era grande y espacioso, con muebles clásicos y una chimenea de mármol, cuya repisa se hallaba llena de piñas y bolas de colores. En otra esquina, el árbol con sus luces parpadeantes le hacían guiños, así como el Niño Jesús que estaba debajo entre algodones y blondas.

Se fijó en otro ángulo del salón, allí estaba el piano negro, pero con un ramo de rosas blancas (las preferidas de de la abuela). Fue hacia el y subió la tapa. Sus dedos resbalaron y teclearon sin ton ni son y recordó su época de niña, en que le gustaba que le tocase “En un mercado persa” (Había sido profesora de piano en el colegio).

En la plaza se escuchaban villancicos. Abrió el balcón y contempló las carrozas congregándose alrededor y los niños vestidos de pastores se apiñaban  para saludar a los Reyes Magos. Ilusionados escucharon las palabras y pusieron sus manitas para recibir caramelos.

No tardó mucho en quedar todo de nuevo en silencio. Los niños, en la noche más mágica no necesitan que les digan que hay que irse a dormir temprano, Soñarán con la incertidumbre de si los Magos les dejarán los juguetes pedidos.

Llamó a su novio y se les pasó el tiempo charlando y diciéndose lo mucho que se querían. Estaba cansada. Se asomó otra vez al balcón. La noche estaba tranquila y templada para la época en que estaban. La luna daba ese toque plateado entre nubes. Contempló de nuevo la plaza, ahora desierta y se acordó de cuando era pequeña de nuevo. Se vio jugando al escondite en el templete de la música, detrás de los grandes plátanos que la adornaban. De lo que había patinado en ella y de las charlas con su pandilla de verano en aquellos bancos entre parterres de flores...

Miró hacia abajo y contempló las hortensias ya bastante mustias, pero todavía con ramas de un verde reluciente, y hasta alguna rosa perdida entre los rosales casi desnudos en el pequeño jardín que bordeaba la casa.

Era cosa de irse a dormir. Subió las escaleras y se fue directa a la habitación de invitados. Puso música y pensó de nuevo en su amor. ¡Ahora mismo ya tendrían que estar en el Cotillón con sus amigos pasándolo alegremente! Poco a poco sus ojos se fueron cerrando hasta quedar plácidamente dormida.

De pronto se despertó sobresaltada. Algo sonaba. ¿Qué era aquello?

¡Plim… plim… plim…! ¡El piano estaba sonando!

El terror se apoderó de su cuerpo. La abuela no, por supuesto, y allí no había nadie más que ella.

¡Plim… plim… plim…!

Estaba a punto de llamar al 112, cuando escuchó un ligero maullido. ¿Un gato? Bajó las escaleras y abrió la puerta del salón. Un gato blanco se paseaba de un lado a otro por el teclado. ¡Un gato músico!, ja, ja,ja…

¡El balcón, se había olvidado de cerrarlo bien, y no había bajado la tapa del piano!

                                                                                                       María Eulalia Delgado ©
Febrero 2014                    

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