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me dejó un poco mosca cuando nos encontramos la otra tarde frente al Carma, y
hablamos de reiniciar el Taller de Escritura. Me preguntó quién le dirigiría,
cuando yo suponía, y creo que ella
debería de suponer, que sería Rafael, como lo ha venido haciendo desde su
fundación.
Ayer,
en el reinicio del Club de Lectura, pregunté por lo de Taller, y fue el propio
Rafael, quien preguntó si había quien se encargara de ello. La mosca se
transformó en moscardón, casi me quedé
sin palabras. Pensé que, por las razones que sean, Rafael no quiere continuar
en esa labor. A mi manera de ver estas cosas, si él no lo hace, el Taller de
Escritura llegó a su fin, lo que no deja de ser una jodienda para los que nos
gusta escribir, y la pérdida de una actividad cultural para el pueblo.
Volví para mi casa con una molestia en el estómago,
y me sentí como me sentía cuando
era muchacho, y al echar una carrera en
bicicleta para competir con un amigo, descubría que tenía las ruedas pinchadas…
Hombre, yo sabía que todo era cuestión de desmontar la cubierta, sacar el
neumático, ponerle un parche, y
reiniciar la carrera. Pero esto no es
igual, porque si falta Rafael, es como si faltara la bicicleta. Y sin
bicicleta, por muchos parches que eches a las ruedas, no puedes correr, y mucho
menos competir.
Tampoco
es cosa de comprometerle, si él no lo quiere hacer, porque las cosas forzadas
creo que nunca acaban bien. Lo bueno sería convencerle amigablemente, que se
diera cuenta de que le necesitamos, y deseamos que se despierte en su interior
aquella gana que le empujó en un principio.
Mira,
hoy me llamó María desde la biblioteca de Sarón. Me dijo que simplemente me llamaba para
contarme algo que me iba a gustar. Resulta que allí, la gente de su Club de
Lectura va cada equis días a la Residencia de Ancianos a leerles unos relatos
para entretenerlos un rato. Me dijo que este último día, no tenía nada
preparado para que leyeran, y se le ocurrió darles cuatro o cinco relatos de
los que yo había publicado en “Susurros
Barquereños”. “Fue todo un éxito,
Jesús”, me dijo. “Es la única vez que no se durmió ninguno mientras escuchaban, y encima pidieron más relatos de esos para el
próximo día. Así que te pido tu consentimiento para seguir haciéndolo”.
Si
no hubiera existido el Taller de Escritura, tampoco existiría “Susurros
Barquereños”, y hasta es posible que tanto
yo, como mis compañeros, nunca hubiéramos escrito tanto, y lo poco que
hubiéramos hecho, seguro que con menos calidad. Te lo debemos a ti, Rafa. Así
que ahí queda eso; aunque ya eres grande para saber hacer lo que tú quieras…
Jesús González ©
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