domingo, 16 de noviembre de 2014

SIN SENTIDO



   

                     Para mí, una de tantas cosas que me parecen sin sentido, es hablar del tiempo en el ascensor con alguna persona. Por ejemplo; estás frente a la puerta del ascensor con un hambre de mil demonios; ya entrando en el aparcamiento, tu estómago ha rugido recordándotelo. Como siempre, el ascensor está en la última planta, das al botoncito de bajada. Nada no baja y nuevo rugido, esta vez más largo.
            Llega un vecino, aparca el coche y... ¡te ve! sí ¡te ve! apenas le conoces, trabaja en un Banco, es soltero, su madre viene los domingos a comer, limpia el coche los sábados, ya ha tenido cuatro o cinco novias, iba para seminarista, va todas las tardes a Judo, es cinturón negro, vegetariano... 
             Tu vecino, hace lo imposible por tardar y no encontrarse contigo, le vuelves a dar al maldito botoncito de bajada, una, dos, tres veces, ¡pero no, el ascensor tiene vida propia, es un ente, no acelera!, tu vecino, ya no sabe qué hacer, sale del coche, abre el maletero, lo trastea, vuelves a dar al botoncito, tu dedo está al rojo vivo, igual, igual que el botoncito, hasta te duele y todo, miras tu muñeca, le das unos golpecitos al reloj ¡para qué!, si él no tiene ninguna culpa, va bien.
-       Buenas tardes.

-       Hola,  – y para alargar la conversación, dices: - para mí son buenos días aún no he comido.

-       No, ni yo, - responde volviendo a mirar su reloj y a la puerta del maldito ascensor.
Ves con horror que el ente continúa parado. Al mismo tiempo dais al condenado botoncito, tu vecino se te ha adelantado, le ha dado primero y dices:
-       Uy, perdón – ya que has aplastado su dedo con el tuyo, que al tenerlo rojo y ya algo hinchado, ni lo habías notado. Él, tu vecino, responde, mirándose los zapatos y hacia el techo:

-       No pasa nada.

 Por fin llega el ascensor, se abre la puerta y aparecen tres niños, uno en cochecito, la madre, la abuela y el perro, un Gran Danés, que pone sus dos enormes patas en tus hombros y te da un lametón en mitad de la cara. 
           -¡Hola!, -dice la anciana, -perdonen, el perro no quería meterse en el ascensor, le da miedo ¿les hemos molestado?
¡No!, - decimos al unísono los dos, dando por zanjada la conversación, sin dar más oportunidad a la señora, ya que se la ve con ganas de continuar.
              Una vez dentro del ascensor, cada uno le da a su botoncito correspondiente con el dedo, tú con el de la mano izquierda ya que en el de la derecha has empezado a notar los latidos del corazón. Sin mirarnos, pero con sonrisa, se inicia la subida, tú miras al frente, tu vecino sus zapatos, tu estómago... ¡socorro, vuelve a rugir! en mitad del silencio. Toses, taconeas, carraspeas...pero tu vecino ha oído al igual que tú el fuerte rugido, pero por si acaso sigues taconeando. Tu vecino, mirando al techo, para romper el hielo dice:
-¡Qué calor hace para estas fechas! Mañana da lluvia y viento que continuará toda la semana, ayer hizo más calor que hoy.

Tú sin parar de taconear y toser, lo haces ya todo a la vez, ya que tu estómago continúa haciendo de las suyas. Dices entre zapateado y zapateado:

-Sí, no es normal, no.

                Y es cuando piensas en el sin sentido de hablar del tiempo- ¡A ver!, si los dos vivimos en la misma región, misma ciudad, mismo portal ¿por qué me informas del tiempo si lo sé igual que tú?               

              Ana Pérez Urquiza ©

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