sábado, 23 de mayo de 2015

LA CARPETA





Julia hacía rato que paseaba por los jardines junto al mar. Estaba cansada y decidió sentarse un rato en un banco del paseo. Vio uno en que una señora escribía algo, se encaminó hacia ese banco. Antes de llegar la señora se levantó y echó a correr. Venía el autobús, algo se cayó al suelo. Julia corrió y lo cogió. –Sra, se le ha caído esto. Pero ya había montado y no escuchó nada. De pronto se encontró allí de pié con una carpeta y sin saber qué hacer, se encaminó hacia el banco.


Pensó que quizás si lo abría, pudiese encontrar alguna pista para devolverla. Era una carpeta azul, tamaño normal. La abrió, solo contenía folios y sobres. ¡Sí, un escrito, parecía una carta a una tal Rosa! Decidió leerla.


Querida Rosa:


¡Ya he salido del hospital! Prefiero escribirte una carta, ya que todavía me cuesta hablar. Mi mandíbula va abriéndose y ya casi esta normal. ¡Qué ganas tengo de dejar tantos purés de todos los colores y enganchar un buen chuletón!, y eso que tu sabes que soy más de pescado que de carne. Eso le decía al médico y se echaba a reír. –No me extraña, me dijo.


¡Dos meses, han sido dos meses! Eso sí, he salido internacional: he conocido a mucha clase de gente. Una semana, diez días, tres… ¡Todos se iban y yo seguía allí!


Cuando me subieron a planta, junto a la ventana estaba una señora de raza gitana, santanderina, y casada con un payo, (como ellos dicen), de Santander. Sus padres habían venido de Portugal. Era simpática y limpia; también la gustaba abrir la ventana y dejar que entrase el sol. Lo único malo es que todas las tardes venía casi toda la familia. La querían tanto que hasta las 11 de la noche la despertaban a veces con llamadas por el móvil.


Después me tocó una Sra. Que venía de fuera, y esa como lo pasaba mal convirtió la habitación en penumbra permanente. ¡Parecía que no había salido de Boxes! Perdí todos mis derechos, y no podía casi, ni ver la televisión ni hablar con mi familia. Menos mal que después de una semana la pusieron sola en otra habitación.


Puedo decir bien alto que a mí me salvó la lectura. Leía y leía… Vinieron varias personas más, con operaciones fáciles con dos o tres días de estancia.


Llevaba cuatro días sola, cuando apareció una señora mayor con alzehimer, su hija que era enfermera, y la chica que la cuidaba. Era de raza negra, muy guapa y simpática. No se separó de ella a pesar de que su hija le decía que por la noche se podía ir a casa, pues la sedaban. –Yo a la señora no la dejo-, dijo, y dormía en el sillón. Por la noche se sentaba “a platicar” conmigo y a ver la TV. Me contó su vida y las historias de la gente que había cuidado.


Cuando volví a quedar sola, una enfermera me dijo. ¿Te importa que te traigamos a una señora china? –Es que su compañera le hace la vida imposible, y es muy maja. –Sí, sí, -dije. Era de Rajakistan, de mediana edad, sabía hablar perfectamente el español y debía de tener comercio, porque quiso venderme un aparato de masaje como el que ella tenía, (estos chinos no pierden comba). Era muy educada, hablaba con ella y le dejaba mis revistas.



Otra vez sola; y volvieron a entrar para decirme que la habitación la necesitaban para una persona que tenía que estar incomunicada por una operación muy fuerte maxilofacial y que me tenían que llevar de excursión. Pusieron todas las cosas encima de mí y a rodar por el pasillo hasta otra habitación.


Allí me encontré con una señora a la que conocía de verla paseando por donde los ascensores. Venía cada cierto tiempo, estaba esperando un transplante, (me acuerdo mucho de ella). Dios quiera que haya tenido suerte. Una noche estuvimos hablando hasta las tres de la madrugada.


No podré olvidar su mirada cuando me despedí de ella. Ahora por fin era yo la que me podía ir y ella por desgracia la que se quedaba, con un futuro incierto.


La carta había quedado inconclusa, no sabía ni el nombre de quien la había escrito.


Miré los sobres. ¡Sí!, había uno con señas de una tal Rosa, pero sin remite. Metí la carta, la cerré, pase por un estanco y la eché en el primer buzón que encontré. Luego me quedé pensando…

              M. Eulalia Delgado González ©

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