lunes, 11 de enero de 2016

EL FARO
 

Era un mes de septiembre, el día se presentaba soleado y alegre, todavía con vacaciones, pero Clara se había despertado rara, tenía como azogue en el cuerpo y un ligero dolor en el bajo vientre. Se quedó en la cama.Sintió a su madre subir las escaleras.

-¿Por qué no bajas a desayunar?

-Porque no me da la gana, –contestó.

-¡Qué contestación es esa!, ¿te pasa algo?

-¡No! Déjame en paz.

La mañana transcurrió de mala manera. A la hora de comer, los mismos modales con sus padres y hermano.

-¿Tampoco quieres comer?, –volvió a decir su madre.

-¡Por qué sois tan pesados,no, no quiero comer!

-¿Qué modales son estos?, –dijo su padre.

-Está así desde esta mañana, pero no suelta prenda, -contestó su madre-.

-¡Qué pesados sois, no hay quién os aguante!

-Señorita, -dijo su padre-, el que tengas trece años no te da ningún derecho a hablarnos así. Sube a tu cuarto, por favor. ¡Ya hablaremos!

Clara, con mucho remango, tiró la servilleta encima de la mesa, corrió con brusquedad la silla y cogiendo un trozo de pan salió refunfuñando.

Volvió a tumbarse en la cama de su habitación alegre en la casita de verano que sus padres habían alquilado para pasar  las vacaciones en un pueblecito junto al mar. Puso música, las molestias seguían. Fue al baño y entonces ocurrió. Aquello que creía eran ganas de orinar, en realidad fue un flujo de sangre. Se asustó mucho, pero reflexionó ¡Ah! Esto es lo que me han dicho que me puede pasar en cualquier momento. ¡Es el periodo, ya soy mujer!

Pensó en contárselo a su madre, pero en lugar de eso, le cogió una compresa, se la puso y volvió a su habitación.

¡Quería salir corriendo! Caminar y caminar…  pero estaba castigada.

La tarde  declinaba. Clara abrió la puerta. No se escuchaba nada. ¿Seguirían sus padres en casa?

Fue de nuevo al baño, esta vez se metió dos compresas en sendos bolsillos de su pantalón vaquero, cogió al vuelo su jersey y echándolo sobre sus hombros bajó las escaleras.

¡La cocina libre! Tenía hambre. Vio el frutero repleto y desgajó dos plátanos del racimo. Abrió la puerta con cuidado saliendo al pequeño jardincillo. Ya tenía la mano en el pomo para salir a la calle cuando escuchó la voz de su hermanito:

-¿A dónde vas?

-¡A donde no te importa!, –contestó.

-¡Estás castigada, se lo voy a decir a papá!

-¡Como digas algo te crujo!, –le contestó de nuevo.

Abrió la cancela y salió corriendo.

La carretera libre, no se veía un alma. Se metió por el sendero que era un atajo para llegar a la playa. Escuchó risas y se escondió al resguardo de una cerca abierta. Un grupo de chicos y chicas alegres contando chistes pasaron junto a ella.

Llegó a la playa, casi desierta a esas horas, y en esas alturas del verano que declinaba. La marea estaba baja y dejaba libre el camino hacia la Rocona Grande con un pequeño faro, que parecía dividirla en dos.

Sin pensarlo dos veces, se descalzó y fue hacia ella por la arena húmeda y fría. Tuvo que trepar, estaba más alto de lo que parecía, y llegó hasta el faro que así de cerca ya no le pareció tan pequeño. Dio una vuelta alrededor, un poco de hierba crecía por algunos sitios al resguardo y una puerta de madera medio desvencijada la saludó.
Estaba cansada, se sentó y se recostó contra ella; los rayos caducos del sol la acariciaban. Se estaba bien allí. Se comió un plátano. La entró un sopor desconocido…  ¡Quedó profundamente dormida!

Un chasquido la sobresaltó ¿Pero qué pasaba? La noche lo cubría todo y el agua también. Las olas, menos mal blandas, lamían la roca. Estaba aterida y muerta de terror. El viejo faro no emitía ningún destello. Solo veía las luces del pueblo alejadas, para ella muy lejanas.

Nadie la había visto. Y sus padres, estarían preocupadísimos, quizás la estuviese buscando hasta la Guardia Civil. “¡Papá… Mamá…!” Gritaba con todas sus fuerzas, pero no parecía que la escuchasen.

Se puso el jersey, se arrebujó otra vez contra la puerta que aún conservaba un poco del calor del sol, y con las lágrimas corriendo por sus mejillas, se acordó del plátano que la quedaba y de las dos compresas que seguían en su bolsillo.
                                     
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Diciembre 2015



No hay comentarios: