viernes, 18 de noviembre de 2016

mujer

¡AY, PENA ..., PENITA..., PENA!
HISTORIA DE UNA RABIETA
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La historia y la vida han empujado a las mujeres a unirse, a ayudarse, a apoyarse. Así debió de ser, o así nos lo han contado.

Históricamente sometida al hombre, a su fuerza, a su jefatura, y por ende a sus caprichos, pasiones y desafueros. Partiendo siempre de una premisa: la gran mayoría de los hombres son buenos.

Las mujeres siempre hemos sentido nuestro amparo: la madre, la trabajadora, la monja, la niña, la presa, la fuerte y la débil... Muy a menudo, las miradas cómplices suplen palabras superfluas. Por eso y por mucho más, la traición de otra mujer nos hiere los entresijos del alma. Su cinismo, mentira o envidia nos daña y agrieta esa confianza depositada sin límites, donde puede acunarse un perdón pero siempre quedará ¡la puta grieta!

Sabemos de los silencios dañinos, esas espadas invisibles que nos dejan colgadas del ¿por qué? 

Solo es una reflexión en voz alta, una voz en un desierto de voces mudas, donde a las mujeres no se nos ha permitido, no hemos sabido, aún estamos aprendiendo, y el dolor y el asombro nos permiten alzarnos y manifestar lo que pensamos y sentimos, amén de ese otro temor (siempre callado, oculto, no sea que...) a que te abandone la manada, muchas veces dirigida por "la mujer fuerte del evangelio", que poco vale y mucho ocupa… Cuán necesario es saber corregir el rumbo...

O tal vez... siempre se trató de lo mismo: " vanidad de vanidades..., siempre vanidad".

Pobre mujer mía, ¡levántate y anda!

Remedios Llano Pinna ©
COMILLAS (Noviembre 2016)



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