martes, 3 de enero de 2017

navidad

ÉL

                                         Resultado de imagen de hombre de espaldas caminando
Él llegó de Italia. Nació en Cagliari (Cerdeña), el lugar más bonito del país. Su padre fue siempre duro con él y sus dos hermanas, pero especialmente con el hijo. Familia de la baja aristocracia, ahora pujante, pero con más tierras y abolengo que dineros. Vivió en una gran casa rodeada de árboles centenarios. Conocía cada recoveco para burlar las guardias nocturnas cuando, ya tarde, regresaba por la noche; pero si los carabinieri  lo encontraban, no dudaban en llevarlo ante su padre y éste, a su vez, tampoco dudaba en azotar su espalda con una fusta.
Estudió ingeniería de minas (más tarde, terminó la carrera en Roma), pero en ese tiempo él prefería jugar al billar y divertirse con sus amigos ―aún era muy joven para sus andanzas, deportivas y amorosas―. Contaba, entre otros, con dos: Benito Mussolini (más tarde, maldito Duce)  y Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, futuro Pío XII. Cierto es que, con 18 años, fue campeón de Italia de billar en su categoría; pero a su padre poco le importó, porque siguió azotando su espalda. 
Terminó de estudiar, bajó a luchar a África, regresó y se enamoró. Un duelo por amores (ya prohibidos por la Ley y penados) lo obligó a abandonar su amada Italia ―siempre "olvidó" si aquél duelo fue a espada o a pistola, pero su oponente no debió de salir bien parado―. La niña de sus amores nubló sus ojos para siempre, aunque en su vientre prendió la vida. Matrimoniaron por orden de sus encorsetadas y conservadoras familias, pero su padre utilizó sus contactos para enviar a su hijo a España. Debía huir y huyó. ¿Para siempre?
En un pueblo de la costa vasca (donde ejercía su profesión), conoció y se enamoró de una joven francesa, que engendró dos hijos, sin   boda, sin papeles, sin contratos. Durante unos años, trabajó sin descanso en las minas del norte de España, y desde Cabezón de la Sal a Tánger eran solicitados sus servicios. Era ingeniero y vivía bien. Dispuso de casas a lo largo de esos caminos. Hablaba y escribía varios idiomas ―se conserva una preciosa carta de amor en francés.
           ¡Guerras en Europa! Se traslada a vivir a Cantabria. Desde Italia se movieron hilos, órdenes, se pidieron lealtades; necesitaban al italiano que vivía en España, era la hora del compromiso. Ese sardo que nunca adoptó la nacionalidad española, que nació y murió siendo italiano, esto lo obligaba a viajar cada mes a firmar ante el gobernador de Santander, viaje que realizaba a caballo desde el pueblo.
Su mujer falleció muy joven y a esos niñitos los cuidó una bellísima asturiana que, al poco tiempo, le conquistó el corazón. Ahora sí hubo boda ―la esposa italiana había fallecido―. Formaron un hogar en Cantabria, llegaron los hijos, varios, para unirse a los anteriores y al aportado por la asturiana, madre soltera, hermosa y valiente como ninguna.
Pasaron los años. ¿Italia? De vez en cuando, llegaban postales extrañas, telegramas cifrados, textos incomprensibles. Con el tiempo, "olvidó" hasta las visitas intempestivas que recibía y que asombraban a sus hijos. Hablaban distintas lenguas, gente seria, siempre desconocida. La madre prohibía entrar en el despacho de "papá".
¿Dedicó su vida a su país?, ¿a sus ideas? (ideales, decía él). El precio lo pagó: nunca volvió a su adorada tierra. ¿Cumplía alguna secreta misión? Nunca contó, nunca compartió. Se le amó inmensamente y jamás se pidieron explicaciones. Misterios, olvidos.
Con el correr de los años, la cruel Guerra Civil española se llevó a dos de sus hijos. Llorando, cuenta en un manuscrito que ha debido emplear su capital en la búsqueda de uno de ellos, perdido en la batalla del Ebro, sacrificando el porvenir académico del resto. Desdichadamente, nunca fue encontrado.
Llegó la oscuridad, la posguerra, el dolor. En su pueblo, lo admiraban y querían. Ayudaba cuanto podía agilizando la burocracia de las gentes. Nunca perdió el don. Siguieron los secretos contactos con su país, pasaron los años...
―Mamá, cuéntame más cosas del abuelo...
―He olvidado casi todo, cariño. No olvides tú que soy muy mayor y la historia se desdibuja... y algunas cosas... es mejor no saberlas. Solo te diré que fue un gran hombre.

Remedios LLano Pinna

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