En un lugar de un jardín abandonado, había un
hormiguero. Era numeroso y muy disciplinado, y estaba a las órdenes de un
consejo de hormigas que dictaban la forma de vida y de trabajo.
Mara, la pequeña hormiga, era la rara. No hablaba,
no jugaba y no era capaz de expresarse; siempre la insultaban y la dejaban
sola.
Sus padres fueron llamados por el consejo para que
tomaran medidas respecto a Mara. Debía ser expulsada del hormiguero e ingresada
en el Sanatorio de las Ortigas. Según el psicólogo, tenía autismo y debía
someterse a una terapia novedosa, a base de descargas de líquido urticante, que
estaba dando excelentes resultados.
Al día siguiente, por la mañana, se despidió de su
familia y emprendió el camino. Cuando se estaba alejando, volvió la mirada y
unas lágrimas resbalaron por su cara y acabaron formando pequeños charcos en el
sendero.
Paró a descansar sobre unas hojas y se quedó
dormida hasta el día siguiente. Se despertó y buscó por los alrededores algo de
comer y encontró unas migas de pan seco, que le aliviaron el hambre, y guardó
el resto para el camino.
El sendero se acababa y
empezó a ver ortigas de todos los tamaños. Empezó a temblar, tenía miedo, no
quería tocarlas, las esquivaba como podía… Y llegó al sanatorio, un jardín
enorme, con pequeñas casitas blancas rotuladas. En la entrada, le interceptó
una hormiga gigante, que la condujo hasta la casita, en la que se podía leer: “AUTISTAS”.
La llevaron a una
habitación que recreaba un jardín con muchas flores, y había una hoja amarilla
donde le indicaron que se tumbara para descansar.
A la mañana siguiente,
le trajeron el desayuno y, a continuación, la llevaron a una zona verde, llena
de ortigas de muchos tamaños. Le asignaron una de hojas grandes. Se acercó y
tocó una de sus hojas y emitió un grito silencioso, el picor le atravesó el
cuerpo; sintió tanto miedo que la ortiga se apiadó de ella y decidió ayudarla:
le enseñó a tocar sus hojas sin sentir picor alguno.
Mara empezó a
expresarse y mostrar sus sentimientos a su amiga la ortiga curadora. Estaba
feliz, dormía tumbada en la hoja que su amiga le preparaba; en vez de picor,
sentía cosquillas y reía continuamente. La ortiga estaba encantada, había
logrado, con sus cuidados, que otra hormiguita pudiera volver a su hábitat e
integrarse a su vida con normalidad.
Nieves Reigadas©

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