Acabábamos de cenar. Era de noche y hacía mucho calor.
Noche de San Juan. Un placer caminar por el prado húmedo; comenzaba a helar un
poco. Me fui alejando sola. Aún me ardía la espalda del sol tomado en la playa
ese día. Los tirantes del vestido, largo, de florecillas, me ardían en los
hombros y los bajé un poco. Me senté mirando al lago. Era la primera vez que
iba; me había invitado una amiga de la infancia. Nos veíamos de vez en cuando.
Esta vez me dijo que sus padres celebraban sus bodas de oro y que harían una
gran fiesta en la casona familiar del pueblo y les gustaría que yo acudiese.
Invitaban a todas sus personas queridas y a las de sus hijos –bueno, una hija y
tres hijos–. No me lo pensé dos veces. Fui sola. Aparte de la familia y algún
amigo, no conocía a nadie.
La
temperatura de la noche era muy agradable. Caminé un poco por la finca,
alejándome. Ya se oía distante la música de la fiesta y el parloteo amistoso de
la gente. Me senté en el prado. No sé si llegué a dormirme un poco, pero sí
salí después de unos minutos de un dulce duermevela –imagino que unas pocas
copas de vino de mi tinto favorito cenando ayudaron bastante.
Me pareció que brillaban a mi lado. No soñaba. Unos ojos
negros, un calor distinto, la calidez de otro cuerpo junto al mío. No hubo
palabras, solo murmullos, pero ambos nos dirigimos a la pequeña barca de la
orilla, vieja por el uso –debía de ser la que el padre de mi amiga utilizaba
para pescar en el lago, y ellos de niños–. Solo unos ojos negros fijos en los
míos. Subimos y lentamente cogió los remos. En unos minutos, nos alejamos de la
orilla. Manos, piel, boca, y restos de alcohol. Estrellas y caricias. El sudor
resbala por la espalda mientras se me clava un corcho de pesca. No existía el
tiempo, solo el espacio, brillante en el cielo, en el agua, y en unos ojos rendidos.
El balanceo de la barca y el esporádico chapoteo de algún pez cotilla
acompañaban el trasiego. Quedamos exhaustos, tendidos en nuestras brasas.
Abrazados.
Amanecía cuando una última caricia sellaba la noche.
Sobraban las palabras y faltaba el aliento. Todo quedó en silencio.
Escuché
las voces inquietas de mi amiga llamándome. Solo un vestido de flores quedó de
testigo. Nunca supe su nombre, ni él el mío. Al fin y al cabo… ¡era la noche de
San Juan!
(Cualquier parecido con
la realidad… es un puro sueño).
REMEDIOS LLANO PINNA©
COMILLAS
MARZO 2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario