Corría el año 2015. Otoño. Como siempre, en esa época se
iban a entregar los Premios Princesa de Asturias. El primero, puesto que desde
1981 a 2014 se denominaron Príncipe de Asturias. Siempre me gustaron los ritos,
las ceremonias, las galas…, el tipo de actos reglados que se repiten
regularmente; lo que yo daría por infiltrarme en un cónclave... Y siempre amé leer,
los libros; al fin… la literatura. Ya, si lo puedo conjugar todo…
Los premiados con el Princesa de Asturias de la Letras
tienen cada año un encuentro con los miembros de los clubs de lectura de toda
España, en el Palacio de Exposiciones y Congresos Ciudad de Oviedo, más
conocido como Centro Calatrava. Extraño edificio que más parece una gran nave
espacial, una nave nodriza abandonada en la Tierra. Una vez dentro, la
sensación cambia: amplias salas de recepción, grandes pasillos de suelo azul y
la joya de la corona, una colosal sala blanca, de forma ovoidal, cómoda y con
una acogedora iluminación malva.
Ese año 2015, el premio fue concedido al escritor cubano
Leonardo Padura Fuentes. Como otros años, nos desplazamos un grupo de
entusiastas al encuentro con el autor. Horas antes, un grupito de avanzadilla
lo atisbamos en el Hotel Reconquista hablando con unos periodistas, mientras
nos amenizaban las alegres y emotivas gaitas asturianas. Y como buenos
aficionados y con poca vergüenza, nos fotografiamos en el primer e histórico photocall
como Princesa de Asturias.
Las siete de la tarde. La sala llena hasta la bandera.
Los murmullos de algo más de dos mil personas pueden resultar muy atronadores,
expectantes esperando la presentación de Padura. En el escenario, debidamente
colocados, los presentadores, focos, cámaras e invitados varios. Resuena el
nombre de don Leonardo Padura Fuentes y, tras unos segundos de silencio y
expectación, entra un hombre moreno, de unos sesenta años, con guayaba blanca,
que, tras recorrer unos metros y levantar la vista, queda clavado en el suelo.
De golpe, los aplausos de dos mil personas en la espectacular y sobrecogedora
sala, coronados por una suave luz, ensordecen el lugar. Y el autor, quieto,
solo, no pudiendo avanzar, rompe a llorar igual que un niño, igual que un niño.
–¿Todo esto es por mí? ¡Dios mío! ¡¡¡Gracias, gracias,
gracias!!! Soy el hombre más feliz del mundo.
Eso es ser, en ese único y mágico momento, el centro del
universo, el ombligo del mundo. Eso.
REMEDIOS LLANO
MAYO 2021
COMILLAS.
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