martes, 14 de febrero de 2023

COSAS COMUNES

 

 


Los focos estaban apagados, al contario que las máquinas de humo y los gritos del otro lado del escenario. Yo respiraba profunda, calmadamente, para poder apaciguar los nervios, que tenían el control de todo.

Nerviosa era quedarse corta; era un océano de ellos, pero también era mágico, quería decir que estaba haciendo las cosas bien y quería que todo saliera bien. ¿Me estaría haciendo mayor? Como diría mi mejor amiga: “treinta y no te encuentras”. La sonrisa sale sola, esa frase me acompañará toda mi existencia; eso sí, cambiando las cifras, porque encontrarme, no me encuentra ni el miedo, y mucho menos la vergüenza.

Levanté la vista, encontrándome a una decena de ojos, que eran espejos de los míos. Había tanta profesionalidad y respeto en ellos que simplemente sonreí. No me salían las palabras y recibí su sonrisa como respuesta, estaba todo dicho.

El público cada vez se impacientaba más, sus gritos eran cada vez más fuertes. Pegué un salto cuando noté las manos de Juanjo, nuestro técnico de sonido, colocándome el pinganillo. Comprobamos todo y me dio el micro apagado. Asentí en modo de respuesta y desapareció entre bambalinas.

Los músicos ya se habían colocado en sus sitios en el escenario y los primeros acordes aparecían junto a las luces de color verde esperanza. La gente, ya enloquecida, subió un nivel más, llegando a algo llamado euforia. Cerré los ojos, pegué un par de saltos para descargar toda la energía eléctrica que contenía, y toqué la piedra luna que llevaba como colgante –según Celia, equilibraba las emociones–, haciendo que me relajase, no sé si en modo placebo o no, pero pasaba.

Un paso tras otro, subía las escaleras en una oscuridad absoluta y con algo de inseguridad, pero sin detenerme; y en el último escalón, encendí el micrófono, dejando que mis cuerdas vocales rompieran la música instrumental. Todo desapareció, simplemente era la música y yo. La primera canción pasó en un abrir y cerrar de ojos, dejando paso a la segunda. La gente cantaba a coro conmigo, eso era magia y no la de Disney. Me di cuenta de que mi cara se veía en las pantallas mientras cantaba, intercalándose con imágenes del público en directo. Tras la tercera canción, con baile incluido, decidí saludar al público, tan maravilloso.

Llevaba menos de dos minutos de discurso/bienvenida, cuando…

La puerta del baño se abrió de golpe. El ruido fue tal que, del susto, el cepillo del pelo se me cayó de las manos, yendo a parar al lavabo, salpicando todo el espejo, haciendo que yo tropezara con la alfombrilla de la ducha y quedara sentada en el suelo con una pierna dentro de la bañera.

–Beyoncé, que dice mamá que acabes ya el concierto, que tiene la cena lista y se va a enfriar me gritó desde el marco de la puerta, con una sonrisa triunfal.

Me quité la toalla de la cabeza, me levanté un poco dolorida; toda digna, coloqué las cosas en su sitio y, cuando estaba dejando el cepillo del pelo, miré al espejo, me despedí de mi público hasta la siguiente actuación y, al llegar a la altura de mi hermana, le pedí el dinero de la entrada.

Yo soy la hermana de la artista y no pago; y mamá tampoco, que es tu manager.

Y así fue mi primer concierto, pero no el último.

 

Jezabel Luguera©

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