martes, 14 de abril de 2009

EL TREN


Siempre asocio este medio de transporte, a la tranquilidad y la observación de paisajes, gentes y sus oficios, olores y lo efímeros que resultan. Quizás sea lo evidente de la vida, el paso de tiempos vividos, que van rápido y que hemos de disfrutar lo mejor que podamos.

Hoy es una máquina veloz e incluso cómoda, que nos transporta de un lugar a otro; trabajo, citas, vacaciones, pero desde luego ya no se puede disfrutar de esa lentitud que todos teníamos muy asumida, que tanto daba que se tuviera prisa como sí no. Era obligación durante este viaje lento, el descanso, la conversación, el juego de los niños, el revisor tranquilo, en muchos casos la diversión del curioso, que asomado a aquel cristal,(que casi nunca se podía abrir) y que podías tener la oportunidad del aire fresco en el caluroso verano, sus aromas y a veces algún ruido de campanas, o el arrear de algún ganadero a sus animales descarriados, aunque también es cierto que las más de las veces te daba alguna rama o zarza en tu cara y el humo pestilente de la chimenea de la máquina del tren.

Recuerdo que ante mis ojos de niña y viendo zonas que no conocía, trabajos en fábricas grandes, o aquellas luces en las ciudades por las que pasábamos, quedaba impresionada y preguntaba hasta con temor a mis padres o a mi abuela, que era aquello tan grande. Luego, por las noches, todo esto me producía sueños inquietos.

Hace poco tomé un “FEVE” desde Santander, de nuevo y sin prisa, recordaba muchos tramos, casi sin apenas cambios, el recorrido de antaño, pero esta vez con la conciencia de intentar absorber todo el viaje, como si fuera la propuesta de recomenzar mi vida y poder tener la segunda oportunidad y sí, me lo tomé en serio.

Recogí en mis sentidos todo lo que me aportaba ese viaje lento y como anclado en el tiempo. Es recomendable hacer esto alguna vez, te reconcilia con la calma y el regocijo de saber que podía tomarme ese tiempo a pesar de las prisas y agobios de mi vida, aprendí el disfrute de lo que aportaba aquella ventanilla del tren, que me entregaba sin demora, sin perseguir los minutos, pero con la seguridad de que llegaría a mi apeadero, sabiendo que al bajar, tendría recogido en mi cabeza, las respuestas que mi curiosidad infantil, además del disfrute de otras muchas cosas que en el curso de mi existencia he descubierto y apreciado.

Recordé cuando mis hermanos y yo decíamos a coro: abuela, abuela, ya pasa el tren y ella nos decía, saludar a los que viajan; siempre había alguien que nos correspondía…

¡Ah mi abuela!.

En S. Vicente de la Barquera
A día 13 de abril de 2009

Ángeles Sánchez Gandarillas ©

3 comentarios:

Anonymous dijo...

Felicidades porque lo describes muy bien

Flor dijo...

Lines,bienvenida a nuestro grupo,es un placer compartir nuestros relatos contigo,seguro que alguna vez coincidimos en algún viaje de ese tren que nos dejaba en la Acebosa,junto con nuestras madres,te esperamos el día veintidos,besitos.

meli dijo...

Mi querida Ängeles.

Desde el ABRAZO -necesidad emocional-, al viaje en TREN -ah! la abuela-, imbuida en LA MAR y, rozar con tu SOL -qué recuerdos-, te ABRAZO de corazón.. Gracias.. He recuperado aquella ADMIRACIÓN de la niñez que sentía por ti.., y que sepas, que a partir de hoy,la aprehenderé para siempre.

Bessottes

Meli