miércoles, 14 de abril de 2010

COLORES DE ANIVERSARIO


Dulce albi-rosa
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La habitación número 206 estaba abierta. Saludé a todos, di un abrazo a mi padre y observé la estampa: Los enfermos habían sido aseados y lucían pijamas relucientes; las chicas de la limpieza extendían blancas sábanas, blancas colchas y níveas toallas; al llegar las fregonas, los familiares salimos al pasillo. Entró el doctor Gaspar con la enfermera asistente. En la 206 sólo tenía dos pacientes. A la salida, el doctor se dirigió hacia la mujer de etnia gitana.

-Buenos días doctor. ¿Cómo está Roberto? Por favor, doctor, cúremelo. Hoy hace un año que le colocaron el by-pass y ha disfrutado de buena salud. Se lo pido por Dios, querido doctor, ¡sánelo!

-Enhorabuena por el aniversario, Roberto sufre una neumonía, es decir, inflamación de los pulmones y aunque ha mejorado, todavía tiene unas décimas de fiebre. Le seguiremos administrando la medicación por la vena, le mantendremos con el suero. Usted, Emilia, encárguese de darle algún yogurt nada más. ¿Entendido? -El doctor Gaspar le habló con su dulce voz y con sus labios y manos color rosa. Después me acerqué yo.

-¿Qué me dice de mi padre?

-¡Ah, sí, Gregorio! Sus bronquios van limpiándose, las flemas son cada vez más blancas, menos consistentes, pero ya sabe, aquí lo que hacemos es un parcheo, como a los coches que tienen muchos años y muchos kilómetros. El lunes irá a casa y disfrutará de relativa calidad de vida.

-Gracias doctor. -Y entré en la habitación con las mejillas sonrosadas.

A la una llegaron las bandejas con la comida.

-José, cama 1, entre silbido y silbido de sus pulmones tomó un poco de sopa y guardó la naranja para la merienda. La fruta le ayudaba a evacuar, (padecía cáncer de próstata).

-Roberto, cama 2, opuesta a la de mi padre, ni abrió la bandeja.

¡Qué guapo me pareció aquel hombre!, rubio, de ojos azules, sonreía al contemplar a su mujer.

-Mi padre, cama 3, comió casi todo.

-Juan, cama 4, tomó dos cucharadas de caldo y un poco de verdura. Debía de sufrir mucho, porque sus ayes no cesaban. Tenía además de su mal bronquial, sarcoma.

A las cuatro, mi padre tomó leche azucarada, (era muy goloso).

Cuando las celadoras recogieron las bandejas, Emilia llegó con dos vasos de café negro y una bolsa grande, como ella misma. Roberto sorbió su café con deleite. Desde la butaca yo les observaba incrédula, ¿sería por el aniversario?

A las 8 ruido de los carritos con la cena.

-José pinchó algo de pescado.

-Juan comió un poco de tomate.

-Mi padre rebañó los platos.

¡Sí, habéis acertado!, Roberto hizo otro desplante a la cena.

Luego, los enfermos, con los auriculares puestos, dirigieron sus miradas hacia la televisión. Entonces llegó un grupo de siete mujeres gitanas. Cada una se hizo con un plato y una cuchara y Emilia les sirvió el cocido con muchos sacramentos. No tardaron ni 5 minutos en zamparlos. Salieron éstas y entraron diez hombres, que tras saludar a Roberto se enfrascaron en el contenido de sus platos. Con prisa se esfumaron.

Emilia, con el plato lleno, cogió una silla y se sentó cerca de Roberto. Una cucharada para ella y otra para Roberto, otra para ella y la segunda para él. Incluso hubo una tercera cucharada para Roberto. Yo giré hacia mi padre: "Que sólo tome yogures", la exhortación del doctor martilleaba mis oídos. Cuando terminó su potaje, Emilia recogió los bártulos, me pidió que vigilara el goteo y se marchó.

Me acerqué a la cama 2. En la penumbra de la habitación, me extrañó el color negro azulado que presentaba la cara de Roberto. La segunda vez que inspeccioné el goteo, vi. que tenía la cabeza y los brazos desparramados, sin control sobre la colcha. Llegó Emilia, miró a Roberto y se tumbó en la butaca sorbiendo su café. Yo ya había visto aquellos colores y aquella dejadez corporal en otros enfermos. Me levanté, vertí el café negro de Roberto en el lavabo. Abrí el grifo... Emilia se había incorporado y zarandeaba a Roberto.

-Ring, por favor, urgente, cama número 2.

Oí pasos apresurados. Me tumbé en la butaca con la cara hacia mi padre y estiré la manta hasta las cejas.

Era el doctor Gaspar y su equipo, le había tocado el turno de noche. Cerraron el cortinón.

-¿Qué ha pasado aquí, Emilia?, ¿por qué no nos ha llamado antes?, ¿alguien ha visto algo?

Intentaron revitalizarlo: ¡Uno, dos, tres...! ¡Nada!... Tampoco Emilia pronunció palabra.

Yo seguía con mi respiración pausada, pero con el oído atento y el cuerpo contraído bajo la encubridora manta.

¡Por fin el ruido de las ruedas y de las pisadas de los médicos se alejó por el pasillo!

Detrás, como arrastrando las zapatillas, imaginé a Emilia.

Coche rojo, vagones negros
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Hacia las 7 de la mañana entró Emilia en la habitación. Me traía un café con leche.

-Eres una buena chica, ¡gracias!

Tenía la cara, entre temerosa y demacrada. Recogió las pocas pertenencias de Roberto del ropero número 2 y se alejó.

Los enfermos fueron despertándose. José y Juan dieron con el desenlace sin mi ayuda. A mi padre, la promesa de que le contaría todo cuando le dieran el alta, le tranquilizó.

Era sábado, día de visitas generales. El circular de coches era continuo. En un rincón del aparcamiento se formó un punto negro; luego el punto fue un borrón; el borrón se extendió como chapapote en el mar.

A las 4 salió el coche fúnebre ornado de coronas de claveles rojos. Sólo se veía el parabrisas. La gran mancha negra empezó a dividirse. Una parte entró en un auto: primer vagón negro. Otra se deslizó en otro auto: segundo vagón negro. La mancha desapareció tras difundirse en 15 autos. El tren con el coche rojo portando a Roberto, seguido de quince vagones negros comenzó su marcha ladera abajo, hasta el cementerio de Santa Isabel, justo al término del monte Artxanda de Bilbao.

-Isabel, ¿qué haces?, ya ha empezado el partido. -Explicó mi padre.

-¿Apostamos algo?, -le pregunté.

-Por supuesto. Van 100 pesetas a favor de los "coloraos".

-¡Ay, Aita!, creo que hoy vas a perder.

-Ya veremos, -discrepó él.

Pero yo sabía que todo el rojo de aquel día se había concentrado sobre el ataúd de Roberto, y en el sangrante corazón de Emilia.

Isabel Bascarán ©
San Vicente de la Barquera
11-4-2010

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