sábado, 8 de mayo de 2010

CONSIGNA



Mientras colocaba aquella prenda intima encima de la cama, tenía en mi cabeza una sensación de desesperación. Pasó por mi pensamiento emprender sin más, la huída de aquel lugar.

El fragor de los invitados entrando a lo loco por la puerta del salón, me estaba dejando sin expectativas respecto a que hacer, ahora la casa ya estaba llena y se notaría demasiado. Además Antonio esperaba en el pasillo, esa cobardía era compañera de un temblor de piernas, digno de un “bailaor” flamenco.

Se agotó el tiempo de la primera intención, había que seguir con el papel ya preparado. No llegaba casi a tragar saliva, tenía la boca seca y me sentía por dentro como una cobarde, sin fuerza para seguir adelante.

Imaginaba la sorpresa en sus caras. Quizá el destino tendría para mi algo bueno, sí, me bullía en la cabeza desde hace mucho y tuve aquella corazonada. La hipocresía no era mi meta.

De nuevo me vestí con la ropa de las ilusiones, la felicidad es la oportunidad de vivir otras vidas, otros momentos, ya estaba harta de ansiar solo quimeras, quiero estar en la tierra, andar y no volar.

Con todos aquellos planes ajenos, dejaba mis ideales de futuro moribundos, ¡no me da la gana!, ¡me niego a la rutina de la convivencia por meta!, ¡quiero algo distinto!

Estaba claro que de esa manera, nunca seré realmente feliz. Mi padre quiso arreglar este matrimonio y no va a ser así, sus credos no son los míos. Él piensa en lo material, pero si no estás a gusto… Querer y que te quieren también, es lo deseable.

En la parte del salón de juegos, el billar era la máxima expectación, pues las bolas tenían cascabeles en el interior, sus colores eran brillantes y los tacos trabajados en una madera negra de acacia australiana, eran plegables y en su base trasera, estaban hechos de un material brillante, adornado con una bombilla interior, se veía en la oscuridad de aquella tarde noche, pues los focos estaban concentrados en la mesa de juego, dando a esa última hora, de mi supuesta boda, un centelleo hipnotizante. El aspecto lúdico de esa ceremonia, solamente atañía a los demás.

Estábamos ultimando este plan para una salida decorosa, no me preocupaba mi “novio”, porque habíamos hablado y estábamos de acuerdo, no nos competía para nada, nos queríamos como amigos de toda la vida, ni más ni menos.

Habíamos acordado cumplir el trato de las dos familias y cada uno vivir en ese matrimonio de conveniencia, una vida independiente, guardando las formas.

Pero no sería así, había que romper, ya que ese contrato de los padres, no era nuestro.

Bajamos de la mano con la actitud que se esperaba, de enamorados. Ambos nos apoyamos en cada uno de los balaustres del final de la escalera, esa era la consigna; me tocaba hablar.

Esperaban un discurso nupcial, algo referente a nuestras familias o amigos. Cuando escucharon con respeto la anulación de la ceremonia, alguien preguntó tranquilamente como si supieran todos que eso iba a suceder:

-¿Se suspende la fiesta?

Antonio dijo que no.

Salieron al jardín a dar cuenta de la cena y del bar repleto de champagne, una etiqueta con nuestros nombres rodeaba la botella, los apellidos estaban escritos debajo, rodeándoles y unidos por dos herraduras, todo en tinta de oro.

Nuestros padres respectivos quedaron con un semblante bastante demacrado, pero poco me importó, tenía un trabajo en el sur y dejaba mi casa.

Es probable que dentro de unos meses, en Navidad, cuando vuelva, todo el disgusto se les haya pasado.

Mientras dejaba en el coche mis maletas, vi como nuestros amigos, dentro de aquella fiesta que no nos concernía, disfrutaban casi con desenfreno; quizá celebraban nuestra felicidad.

Me despedí de mis padres con un abrazo un poco tenso y esperé el beso de siempre. Llegó.

Mi angustia bajó de nivel.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la barquera
3 de mayo de 2010

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