viernes, 25 de junio de 2010

LA CAÍDA

Hace cuatro días suspiraba por un tema sobre el que poder escribir, y de repente hoy, tengo ante mí tema y medio. Foncho nos dijo que escribiéramos sobre la caída, así de simple. La caída, si, pero ¿qué caída? LA CAÍDA, repitió y no dijo más.

¡Pues mira tú que bien! Empiezo a escribir por la caída de Babilonia, y pasando por la del Imperio Romano puedo venir a terminar por la actual caída de la bolsa que la mala gestión de cuatro políticos y la buena de cuatro banqueros nos han traído con esa maldita crisis que crearon. Pero no, no me apetece escribir sobre estas cosas porque tendría que empezar por bucear en busca de documentación y no tengo ninguna gana de hacerlo.

Puedo hablar de la caída de ojos de Bette Davis o de la caída de la melena del pelo de Verónica Lake que le tapaba el ojo izquierdo, y que las actuales generaciones no saben quienes eran, pero que eran unas señoras algo pendejas según nos decían aquellos curas de la época, muchos de ellos reprimidos y amargados, pero que a nosotros cuanto más pendejas más nos gustaban porque enseñaron a insinuarse y a retorcerse como Dios manda a las mozas de generaciones incluso anteriores a la nuestra. ¡Pues no encandilábamos nosotros poco los ojos en la penumbra del cine Mafepe en Cabezón o en el cine pejín que Abrahán y Monchi tenían en las escalerillas aquí en San Vicente!

También puedo ponerme romántico y escribir sobre la caída de las hojas en otoño y enrollarme divagando con la desnudez de los árboles, y esas tardes húmedas y grises cuando a la caída del sol allá por encima de los Picos de Europa, deja escapar tímidamente uno de sus rayos para teñir de violeta y naranja la bruma que luego inspira a Foncho sartas de poemas deliciosos y hace soñar a Laly con los cuadros bucólicos de sus pintores preferidos…

Se puede hacer también una alabanza de las gestas épicas de nuestra historia y rememorar las siempre gloriosas caídas por Dios y por la patria que se decía antaño, pero que ahora parece que suena a cosa antigua y hasta provoca sonrisas porque Dios es una entelequia y la patria espera a ver lo que queda de ella cuando cada comunidad termine de jalar de su trozo de tierra.

Con la actual congelación de pensiones y el recorte a los sueldos de los funcionarios seremos muchísimos los que iremos de “capa caída” de aquí en adelante, y que el Todopoderoso nos de suficientes arrestos para tomar a chirigota la vida y tener el valor de saber reírnos de nuestras propias desgracias y así no cometer la locura de hacer lo que sería natural en cualquier padre de familia con hipoteca y en paro: coger una pistola y quitar de pasearse sobre el mapa en que vivimos a banqueros sin escrúpulos y políticos que lo consienten.

Menos mal que en esta época que nos toca vivir hemos optado por la vestimenta informal y apenas vestimos ternos o trajes si no es para asistir a una boda, porque antes, cuando para ir vestidos con corrección había que llevar además de chaleco, pantalón y chaqueta, corbata y almidón en el cuello, los caídos de hombros eran un auténtico problema para los sastres que tenían que fabricar hombreras especiales para hacer una buena figura de aquellos pobres de pecho hundido.

Suele ser divertida la caída provocada por la piel de un plátano. Con tal de que no se rompa la crisma o un brazo, decirme si no es un auténtico espectáculo estar sentado en la terraza de un bar en pleno verano, con una cerveza bien fría entre las manos, y ver como la viejita que camina por la acera con sus gafas de cristales redondos y bastón con empuñadura de plata, pisa la piel amarilla como si esta tuviera imán y el zapato fuera de hierro, y ¡Zasss…! Resbalón al canto. Movimiento de vaivén de brazos, el bastón a tomar por donde amargan los pepinos, y la vieja con las posaderas en el suelo mirando a derecha e izquierda con velocidad de relámpago a ver cuantos se están divirtiendo a su cuenta. Si, si, ya se que es una pobre viejita, pero anda que no se rió ella poco cuando era joven de la caída de otros mayores….

Yo de caídas podría contar y contar y seguir contando hasta el día del juicio final: Podía hablar de las tres caídas que Cristo tuvo con la cruz a cuestas. De los miles de apagones que teníamos en aquella antigua televisión en blanco y negro a causa de las caídas de la tensión eléctrica, y hablando de mi persona la caída de los dientes de leche y mucho más tarde los que ya no eran de leche, y de la caída del pelo que me dejó calvo, y para que os voy a contar… Otras caídas de tensión que ya no llevan remedio, y que de muy poco o nada sirve lamentarse.

Por último, para no cansar más al lector, decir que los hombres siempre seremos así. Cuando una mujer nos encandila, ¡la jodimos! No hay escapatoria. Y es tontería decir, yo no… yo… yo… Tu si, hombre, tu igual que todos. ¿No ves que lo llevamos en los genes? Ya desde un principio fue así la cosa, o si no, mira a tu padre, y al mío, al de todos. ¿No ves como el infeliz de Adán cayó en la trampa de Eva? Toma, muerde la manzana, dijo la zorra de ella. No, no, que lo tenemos prohibido, contestó el muy infeliz. Ay, que tontorrón eres, pero si está buenísima. Anda, muerde un poquitín, insistió la muy ladina. Que te digo que no, y trató de hacerse el duro. Entonces la tía, melosa ella, y como aquél que no quiere la cosa, apartó los bucles dorados de su cabellera que le cubrían el pecho, y dejando con toda picardía entre si asoma o no asoma el pezón izquierdo que tenía más poder de atracción que el derecho, insistió: Anda, Adanín, muerde la manzana y como premio te dejo dar una chupetaína. Y claro, Adán no lo pensó dos veces y mordió la manzana. La hubiera mordido aún cuando la manzana fuera de hierro, pues era la única teta del mundo que el hombre tenía para su deleite, que también hay que comprender las cosas.

Y ahora filosofemos: Foncho mandó escribir sobre la caída, porque Jezabel contó como el otro día se desmayó Ana y resbaló sobre su coche hasta caer al suelo. ¡Es que las cervicales de Ana tienen más mala idea…! Pero mirar, no hay mal que por bien no venga: Ana y su caída fueron tema para hoy.

Jesús González González ©
Junio 2010

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