viernes, 25 de junio de 2010

CAER EN LA CUENTA

Sí, hablar de las caídas me resulta poco atractivo. Intentaré darle un toque de optimismo y para ello, recordaré algunas frases que decía mi abuela; era su forma de quitarle hierro a situaciones o aspectos menos delicados, todo ello con una sonrisa.

La verdad es que Isaac Newton, nos hizo una relativa faena, al darle por pensar que la gravedad era el efecto de la sensación de peso, los objetos “caen” con aceleración constante, o sea, gravedad terrestre.

Para esto, también se utilizó el mismo elemento que para la tentación en el Paraíso, la leyenda de Guillermo Tell o la del comienzo de la guerra troyana, por la fruta, en esa ocasión, de oro; la manzana.

Una de mis hijas hizo una pregunta de pequeña, a raíz de un reportaje sobre este investigador.

-Mamá, Si ese señor no hubiera descubierto eso, ¿las cosas no se me caerían?

Recuerdo que quedé sorprendida; me preguntaba cómo podría explicar en palabras comprensibles para su edad, todo aquella situación. Sonrío recordando como “caen”, algunas preguntas de los hijos.

Pues bien mi abuela se refería a algunas cosas, dando el aspecto contrario, me explico; si nos veía en algún cambio evidente de peso, lo hacía notar con una sonrisa, sobre todo en los años adolescentes, donde la estética era primordial, diciendo: "Niña, yo creo que has engordado para adentro", o "no niegues que has adelgazado para afuera".

Con lo que nunca nos hacíamos eco de una posible ventaja o desventaja, siempre nos descolocaba, con su risa inmensa, ojos brillantes y ese buen humor. Emanaba una paz envidiable. También acercaba a los demás esta forma de ser. Una vez una amiga querida, la dijo que estaba con demasiado peso.

-Melia, a ver si te cuidas un poco, que estás demasiado gorda.

Ella respondió casi pasándose de la risa.

-Ya, pues no sé que quieres, si estoy así, es precisamente por eso, ¡por cuidarme!

Contó que ambas rieron un buen rato.

Posiblemente que la palabra “caída”, la entendiera con implicaciones de daño, desagrado o desaliento; estoy por asegurar que buscaría una diferente definición, quizá la de “caer” hacia arriba.

Las caídas parecen definir siempre situaciones poco agradables, quisiera emplear la palabra en su parte positiva, porque si lo pensamos; que suerte si “caería” la cifra del paro, o los accidentes de tráfico, incluso la cantidad de fumadores, por ejemplo, pues en realidad, ¿Cuántas cifras de situaciones inconvenientes a nivel mundial, debieran bajar?, sería la mejor “caída”. Es casi como reflejar una huida hacia delante o preferir a un cobarde vivo, que a un valiente muerto.

De todas maneras, ¿a quién no le encantaría “caer bien”? o “caer de la risa”, -conste que lo he presenciado, una persona le flaqueó la fuerza en las piernas y cayó poco a poco de la silla, ante nuestras miradas atónitas; la recogimos del suelo con la risa en su boca aún-. También sirve para comprender algo evidente diciendo que: al final “caíste del guindo o del burro”. Tampoco está nada mal “caer en Babia”, relaja bastante.

Pues bien, hace una temporada, a resultas de una fuga de agua, se hinchó la madera del pasillo de casa. Al cabo de un tiempo prudencial para el secado, se acercó un profesional para lijar y barnizar, nos notificó la situación que se daría para la reparación.

-Veréis, es necesario no pasar por el pasillo mientras acuchillo, por tanto o salís de casa u os quedáis dentro y no pasáis de ninguna manera sobre él.

Como es normal, con dos personas decidiendo, dos respuestas diferentes. Al final, prosperó la opción de quedarse en casa, solo unas cuantas horas. Desde el principio sentí la sensación de que mi libertad se perdía. Estar obligada, aunque sea por unas horas a encierro, me recuerda siempre estar hospitalizada. Podría estar voluntariamente hasta más, en casa, un hotel o en situaciones varias. Tuve un conato de mal humor y algo de nerviosismo, que duró algún tiempo, acompañado de la cantidad de serrín repartido por casi toda la casa… y por los libros.

-Relájate que la situación es así y ha de pasar, cuanto menos te impacientes, más a gusto estarás.

Calmé mi angustia poco a poco, esas palabras me apaciguaron.

Mientras, ocupaba el tiempo para llenar aquellas horas de la manera más divertida posible, “caí en la cuenta” de la libertad que poseo habitualmente, valoré automáticamente esa realidad.

Al día siguiente, comprobando que se podía caminar de nuevo por el pasillo, esbocé una sonrisa y respiré hondo a pesar del olor fuerte y penetrante a barniz. Algunos de nuestros alimentos saben aún a ese olor, da la sensación de comerlo. Pienso que lo tengo pegado en el interior de la nariz. Recomendación profesional, tomar leche.

Disfruto estos días mucho más de lo habitual, es increíble lo grande que es esa palabra, “libertad”, hasta en los detalles ínfimos. A pesar de tener la obligación de mover trastos para su limpieza, sobre todo de la cantidad ingente de libros, uno por uno. Puede llegar a ser desesperante pero…, de nuevo valoro la forma de decidir lo que en ese momento desee, hago y decido lo que quiero y cuando quiero, siempre desde pequeños logros, es magnifico adoptar hasta la mínima decisión, libremente.

En este ir y venir de disfrutes, compartí unas lecturas con una de mis amistades, conversaciones variadas, opiniones, retoques en una de mis “obritas”, pues requerí su favor para corregir algo casi concluido. Es la primera vez que lo hago y siento que abusé un poco. Bueno, ha sido algo puntual, compartiremos como siempre otras situaciones menos técnicas.

Mientras hablamos, vi sus manos y cara morenas de paseos rutinarios, la viveza de sus ojos, algunas de sus canas, sus bromas, el afán inagotable de saber, recuerdos familiares y de la guerra en la niñez. Dice que valora la importancia de los sucesos, en menos cuantía, habiendo pasado aquel episodio cruento. Afirma que es lo peor de lo peor. Correr a los refugios, el miedo, salir de ellos después de un bombardeo y ver prendidos en los árboles, restos enganchados como frutos monstruosos, eran algunos de sus vecinos, destrozados por el estallido de los proyectiles indiscriminados…

Sus ojos se inundaron de lágrimas, enrojeció su cara y masticó sus recuerdos hirientes como lanzas, trago aquella saliva llena de hiel, retomó otros recuerdos y agradeció desde el presente, la ayuda recibida en aquellos momentos por sus vecinos, hasta la construcción de un refugio comunitario. Compartir y ceder, incluso la vivienda a personas que estaban sin hogar, el respeto por lo que había dentro, a pesar de las muchas necesidades que portaban. Su padre perdonaba todo lo que pudieran llevarse, pero cuando notó la falta de alguno de sus libros, fue superior a sus fuerzas, “cayó” en un cierto resentimiento, eso era inexcusable para él.

Sonríe.

Los espantosos momentos vividos, daban origen a sobrevivir, incluyendo en ellos el divertimento de cualquier infante, conseguían estos niños retomar los juegos. Quizá era una autodefensa para seguir adelante en aquel infierno. Los chiquillos son entes con una gran adaptación, quizá con traumas, pero salen adelante con fuerza, es su caso. Aprendió de ello la necesidad de tener la referencia de lo que no se desea, de lo bonito de la vida, de que se puede luchar para conseguir lo necesario, en definitiva, perseverar y vivir.

Comentaba de su juventud, consiguió estudiar después de hacer una carrera casi obligada, -previendo un futuro más halagüeño-, otra que era la que realmente ambicionaba. Hablaba de sus profesores, alguno de ellos escritores y poetas, hoy reconocidos; de su padre, lector, inteligente y culto. Él también titulado académicamente en dos proyectos para su futuro, pero hasta que consiguió el segundo de tornero ajustador abocado a la relojería, no quedó satisfecho.

Conseguía las piezas para aquellos relojes de cuerda, en pedidos a Francia, algunas veces no se podía por efectos de la posguerra. El los confeccionaba desde cero, obtenía encargos hasta de Madrid.

Mientras escuchaba, “caí” en la cuenta de los reflejos en las lentes de su gafa; me recordaron de inmediato a mis abuelos, sugerí algo con un toque de atrevimiento; convertirme en nieta adoptiva de esta persona, -me disculparé a ese respecto, pues la edad que nos separa es poca-.

Tiene sabiduría, curiosidad, calma, leyente infatigable, con inclinación a la lectura poética, valora las pequeñas cosas o sentimientos de la vida y sobre todo, humor. Un humor rápido, claro y de connotaciones cultas. Hay que estar muy preparado para entenderlas, siento que me pierdo algunas ciertamente ilustradas. Se que es una broma, por el brillo y sonrisa de su semblante.

Habló de la personalidad de las gentes, la cultura o el escalafón social, que eso no implica que sean bondadosos, delicados, respetuosos, que la personalidad suele prevalecer a pesar de la formación. Hay de todo en el mundo intelectual, como hay de todo en otros con menos recursos doctos o económicos.

Hablábamos de la inteligencia, es un atributo del que nadie es dueño, por mucho que se estudie; tampoco lo contrario, simplemente lo eres o no. La vena artística, puede ser formada o intuitiva, la única ventaja que los que se han cultivado, tienen la posibilidad y recursos para complementarlo. Lo hecho mecánicamente no llega, simplemente se suelta. Cree que ha de tener componentes de cariño, dedicación o entrega.

Mientras pasaban los minutos incesantes, un ruido de tic tac de un gran reloj de carillón, se hacía patente en los pocos segundos de silencio. Se veía desde aquella altura, grandes tejados, algunos envejecidos y descolocados, edificios demolidos, otros atrevidos y coloristas, reformados, amontonados o algo aislados de la urbe, quizá dando el toque de estatus social superior; chimeneas aún humeantes, algunos edificios en construcción. Demuestra y muestra la misma vida, el paso por ella, nuestras etapas. Algunos a pesar de su abandono, dejan muchas historias, mucho que aprender; bueno o quizás desagradable, historia, siempre historia, epigrama del segundo que pasó, persiguiendo a otro que está llegando.

El tiempo se manifiesta caprichoso y fresco, un día gris, “cayendo” una llovizna sin pausa, a través de ventanales de grandes dimensiones, enmarcaban imaginarios cuadros realistas, asomados en una incongruente primavera otoñal…

Una tarde que pasó en escurridizos momentos, agradables. Llegando el fin de la conversación, aderezada y avivada, por el color salvaje de unas cerezas reventonas de Potes, las oscuras con sabor dulce, desparramándose al apretarlas contra el paladar, con un jugo que deja la imaginación suelta. Ves el cerezo en un día soleado, oliendo ese dulzor, donde en su copa se aglutinan los pájaros, ahí están las más maduras y grandes, por efecto del sol,-son catadores e informadores de que la fruta está ya lista para su recolección-, adelantando en maduración a las demás.

Las verdes tienen todos los componentes, dulce y ácido. Contrastes apasionados como en el regusto fuerte que nos da la vida, factores variados, con la satisfacción de saborearla en toda su condición. Incluso la pepita del fruto nos da esa sapiencia, hay etapas duras, inmasticables, tenemos dos opciones, tragarlas o escupirlas. Es la cereza nuestra vida, colgada en lo más alto o escondida entre las ramas, esperando la madurez y su final.

La tarde está “cayendo”, -una frase de mi compañera de poemas nocturnos, alocados y rápidos-, los montes presentan un tono casi negro, la oscuridad envolviendo todo.

Un suspiro profundo, precediendo a la noche y un próximo amanecer, el renacer.

Escuchando una música al piano que relaja, la sorpresa de las hojas aún verdes en el racimo de cerezas… De mi vida.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
11 de junio de 2010

No hay comentarios: