viernes, 25 de junio de 2010

LA CAÍDA

¿Y este círculo rojo? Um... 24 de abril. ¡Deja el vaso, Eduardo! y manos a la obra que mañana llega tu hijo Iñaki. ¡Céntrate en lo programado!

Primero: el saquito. ¡Ay, la caída! (Apártala de tu cabeza) ¡Vale! Aguja, cordel y arpillera marrón. Dejo una abertura de veintisiete centímetros, para mi cabeza. ¡Uy! Maldita aguja, y ahora puntadas hacia la derecha. A enhebrar de nuevo. Montar el hilo por la tela y sacar la aguja por debajo. Una, dos..., cosida queda la parte superior. Ahora el lateral... Jodido hilo. Enhebrar de nuevo, (no, no te levantes, Eduardo; termina la tarea.) ¡Vale! sólo quedan unos centímetros... ¡Ya está! Me queda algo ajustado, pero mejor, así no me delatará. ¡La caída ni la veré!... Sí, lo meto en estos mismos pantalones negros. En el bolsillo derecho. A celebrarlo: por el saquito.

¡An dre a! Llegas tarde. Sírveme la comida y lárgate de mi vista que eres muy fea.

¡Qué oscuridad! A ver: las 8 de la noche. Aquí llega ella: la insufrible, con esa cara de mártir.

- ¿Dónde has estado, eh, putaa?
-
- En el trabajo, ya lo sabes.
-
- Tú tienes que estar en casa como una mujer decente.
-
- ¿Y el dinero? ¿Lo traes tú, Eduardo?
-
- Ven aquí. Te voy a destrozar esa boca. A ver si te asfixias con tu lengua bífida.
-
- Sí, vete a refugiarte donde tu hija y contaos mentiras:-que no quiero ir al médico, -que me echaron del trabajo. ¡Malditos todos!.

- Andrea, ¿A qué hora llega tu hermano Iñaki?

- A las seis, aita. Me marcho al colegio. Adiós.

- Rápido, Eduardo.

Segunda obligación: Desembarazarte de todas las pruebas. Este saco vacío de patatas servirá. Ahí va la primera. Y la segunda. Estrello contra ellas la tercera... Ahora desangro las de detrás del ropero. Las estampo contra las otras y camuflo el saco en la despensa.

Siento mucha sed, me tiembla el cuerpo. La caída... No, todavía no.

¡El baño! Y además me calmará. ¡Qué calentita y qué rica el agua! Restriego el pelo. Me araño el cuero cabelludo. Froto y refroto mi piel escamosa y sucia. ¿Y las uñas? Las corto. Me encuentro exhausto. Abro la ducha. Destapono la bañera. ¡Fuera Bichos! Me envuelvo en una toalla y palpando las paredes llego, por fin, a mi cama.


Me despierto sobresaltado, pero más tranquilo. Me visto. Mi pantalón y una camisa azul claro. Me calzo, me peino y salgo también a recibir a Iñaki. Dejo que ellas se abalancen sobre él. Por fin, lo abrazo. En la cena, apenas me dejan tomar baza. Tranquilo, Eduardo. No te acalores. Permítelas que disfruten que tú lo tendrás todo para ti en los paseos diarios. Si, paseos a la ermita de San Martín, a Iturreta, al Alto de San Miguel...

-Aita, hoy como último día y aprovechando que has recobrado el resuello, ¿por qué no llegamos hasta Aguínaga?

-Vale hijo. Aguínaga. ¿Te acuerdas Iñaki cuando íbamos los cuatro? Vosotros a misa mayor y yo (al maldito) chiquiteo. Luego el partido de pelota a mano el desafío entre las mejores parejas de bueyes (y mis apuestas descabelladas)

-Si, me acuerdo. ¡Ah, aita!, ayer liquidé la hipoteca que teníais y os queda una buena cantidad en la cuenta. Para que no te preocupes de nada, aita. Para que ama deje el trabajo. Y sobre todo, para que Andrea siga con los estudios. Yo no vendré durante todo un año ya que después del Jai Alai de Miami jugaré en Fort Pierce.

-Gracias, hijo. Eres el mejor. ¿A qué hora sales mañana?

-A las seis me recoge el taxi. De Bilbao a Madrid a las ocho de la mañana, y a las diez sale el avión hacia Miami. El vuelo llegará a las cuatro de la tarde, hora española.

-Entonces, nos despediremos esta noche.

-Mira, aita. Hemos recorrido casi veinte kilómetros. Hemos batido nuestro record.

-Formamos el mejor tándem. ¡un Abrazo!

-Te quiero, hijo. Os quiero. Recuérdalo siempre.

No logro conciliar el sueño. Evoco cada una de las acciones desde la llegada de Iñaki. Sí, algo se me escapa, vuelvo a comenzar y así hasta que me llega un murmullo: son Iñaki y su madre, Ana. El taxi se aleja.

¡La caída que llegue pronto! Pero los párpados me pesan (“para que no os preocupéis”....”Somos el mejor tándem”)

Me despierto de golpe, he dormido nueve horas seguidas. Me encuentro sereno. Me pongo los pantalones, me abotono la camisa blanca la ocasión la merece, calcetines y zapatos negros.

Acerco una silla, desde ella, apoyo la mano derecha en la pared y haciendo palanca sobre la izquierda me sitúo sobre la baranda. Con mi lado derecho apoyado en la pared, sustraigo la capucha con la manos derecha. Luego las dos me encasquetan el saquito. Me yergo...

Isabel Bascarán ©
18 de Junio de 2010

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