domingo, 5 de diciembre de 2010

AL MAR Y SUS HOMBRES...

Homenajear a esos hombres que se pasan casi toda su vida en el mar, muchas veces embravecido, hasta límites insospechados, debería ser empresa fácil.

Están viviendo en la fábrica; una fábrica que se mueve sin cesar y que a la hora finalizada de su trabajo no pueden ir a casa, con su familia. Siguen ahí, lejos de todo y muchas veces hasta de su patria.

El único consuelo es que ahora, gracias a Dios, la técnica ha avanzado para bien de ellos y de todos. Los barcos son mas grandes y seguros, son unos medios de comunicación inimaginables hace tan solo unos años; y los turnos para ir a su casa mucho más llevaderos.

Pero no nos engañemos, el más grande trasatlántico en medio del océano sigue siendo una "cáscara de nuez" y esos pescados tan ricos que nos comemos cuesta muchísimo trabajo pescarlos, y cada vez es más difícil con los caladeros un tanto esquilmados.

Como mujer de marino, que alguna experiencia he tenido, acompañando a mi marido en alguna travesía, puedo dar fe de lo que estoy diciendo.

En barcos mercantes grandes, a veces, las olas barrían la cubierta y salpicaban el puente de mando, dejando unos peces voladores, parecidos a sardinas con las alas, esparcidos por el suelo. Yo ya sé lo que es "mar arbolada".

Pero el mar, todos sabemos que tiene esa belleza brutal, que tanto nos fascina, y que cuando está en calma es una auténtica delicia deslizarse sobre él y así poder disfrutar de una manera diferente del paisaje, que cambia por completo si estamos cerca de tierra.

Del sinfín de tonalidades que puede adquirir, de ver a los delfines acompañando la travesía con mil piruetas delante de la proa y a ambos lados del barco; como contemplarlo desde tierra bramando contra las rocas o deliciosamente manso, reflejando como un espejo, puentes, barcos y montañas.

María Eulalia Delgado González ©
Septiembre 2010

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