viernes, 21 de enero de 2011

LA CHIMENEA


Cuando uno se ofusca con un trabajo, es como si una gitana te echara una maldición. No, no me gusta como empiezo a escribir esto, y más teniendo en cuenta que yo no creo en las maldiciones de gitanas ni de nadie. Simplemente quería decir que hace casi un mes nos dijo Rafael que el tema obligado para el próximo Taller era “La Chimenea”, y que hasta este momento no he escrito una sola palabra sobre ello, por estar escribiendo otra cosa que nadie me mandó, ni prisa alguna me corre. Y como estoy viendo que se me va a echar encima el día de reunión, no me queda más remedio que aparcar lo que estaba haciendo para dedicar el tiempo a la chimenea.

Y me encuentro que así, de sopetón, no sé que puedo decir sobre el asunto. Si me hubiera puesto a ello cuando debí de ponerme, tiempo hubiera tenido de pensar y de corregir. Pero bueno, las lamentaciones de nada me sirven ya.

¡La chimenea!, ¿Ves? Lo primero que me viene a la mente es el dibujo que todos hicimos cuando éramos niños: Una casita con dos ventanas, una puerta, y una chimenea bien visible echando mucho humo. Al lado un árbol, y detrás una montaña. ¿A que también vosotros la dibujasteis así? Yo creo que hasta le puse un río al lado. No me diréis que no son bonitas estas chimeneas. Al menos la estampa es bucólica e irradia serenidad, que no es poco.

Como contrapunto están las chimeneas industriales. Como ahora cada vez hay menos, las miramos con cierta simpatía porque son reliquias de un tiempo pasado. Suelen ser de ladrillo rojo, altas y estiradas como si quisieran alcanzar la luna. ¿Sabíais que estas chimeneas tienen por dentro una escalera que llega hasta arriba? Cuando se sube por ella la chimenea se balancea, y cuanto más alto se va subiendo, mayor es la oscilación, y ello confirma el buen aplomo de la construcción de la misma. No obstante estos datos que de algún modo implican una leve simpatía hacia ellas, no debemos olvidar que dichas chimeneas industriales son una fábrica de polución y suciedad para el ambiente.

Por eso yo prefiero la primera que os dije, la del dibujo, que además, si la miramos por dentro, desde la cocina, nos transporta a los inviernos aquellos en que toda la familia nos acomodábamos bajo ella en torno a la lumbre encendida. Vosotros, los más, nunca mirasteis por ella hacia arriba, porque sois más jóvenes y no las conocisteis, o porque dentro de las casas comunitarias eran otros tipos de cocina y de chimenea. Era una oquedad larga, negra y brillante por el hollín depositado en sus paredes que, en mi pueblo llamábamos sarro, y arriba, al fin del trayecto, la luz del sol si mirabas de día, y la de la luna si lo hacías de noche.

Con el progreso prácticamente desaparecieron todas, y con ellas la profesión de deshollinador, que aunque no lo creáis, tenía su romanticismo. Recuerdo que en los pueblos de mi época, cada cual deshollinaba la suya. Se buscaba el cordel más largo de la casa y al centro se le ataban unas ramas de acebo. Luego un hombre en el tejado y otro abajo, en la cocina, lo mismo que los antiguos serrones, sube y baja sube y baja, las espinas duras de las hojas del acebo arrancaban todo el sarro agarrado en las paredes. Con aquellas chimeneas se perdieron también los cuentos que en invierno solían contarnos nuestros abuelos de ladrones que a través de ellas se colaban en las casas. Bueno, por ellas se colaban además de ladrones, brujas y enanos y toda clase de seres extraños, según quienes fueran los protagonistas del cuento del día, e incluso servían para finalizar cualquiera de aquellos cuentos, que generalmente solían acabar…, y colorín, colorete, por la chimenea sale un cohete.

J.G.G.

Enero 2011

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