viernes, 21 de enero de 2011

LA CHIMENEA


El sol comienza a salir por el horizonte. Es invierno y hace frío, lo siento en mis piedras, hace ya muchas horas que los rescoldos están apagados; esos que a los dueños de esta casa les encanta contemplar y revolver hasta quedar en nada, entonces apartan un trozo de alfombra y ponen la pantalla protectora para más seguridad y se van. Todo queda a oscuras y yo contenta de haber creado calor de hogar. Sí, se puede decir que una gran parte de la vida de esta familia se desarrolla frente a mí.

Mi decoración es variada; lo normal es tener sobre mi repisa algún tarro ó figura porcelana, pero en verano me ponen rosas preciosas y en Navidad, como ahora, me adornan con guirnaldas de pino y bolas de colores.

Por la tarde vuelven a encenderme; ya puedo chisporrotear de nuevo a mis anchas, con las ramas de jara que me ponen antes de colocar los troncos secos de encina, que tanto calor dan.

De nuevo oscurece, pero con la luz del árbol y la magia de la noche puedo contemplar a los tortolitos que tengo a mi izquierda, no paran de cuchichear, pero ahora como se pueden ver, se han vuelto para contemplarse y piropearse. Son dos figuras un tanto grandes encima de unos pedestales. ¡Ah, escuchad!, se hablan.

-Qué salerosa te veo con tu vestido de colores y delantal plateado remangado, tan grácil llevando ese gran cesto con uvas que casi pierdes por el camino.

-¡Qué ganas tenía de que viniese la Navidad para poder contemplarte! –dice el zagal.

-¡Anda adulón! –contesta ella. -Tú si que estas interesante con ese pantalón tan brillante, marrón y oro, que te han puesto, y esa gallardía con que llevas la leña al hombro; con tus botas y sombrero precioso con pluma y todo.

-¿Te acuerdas de cuando nos enamoramos? ¡Qué cerquita estábamos uno del otro mientras nos decoraban!; allí nos quedábamos juntitos días y días. Poco a poco nos iban embelleciendo, pero eso al final lo pagamos con esta separación; dos pasos, sólo dos pasos, pero de día miramos al frente y de noche no nos vemos. ¡La magia de la noche no nos sirve!

Se escucha un crujido encima de ellos, pero no le dan importancia. ¡Se sienten tan embelesados…!

De pronto un estruendoso ¡Cataplaf…! Y no puedo dar crédito a lo que contemplo. El crujido que se escuchó era del espejo grande que estaba encima de ellos. ¡LOS APLASTÓ SIN PIEDAD!

¡Una verdadera convulsión! Todo hecho añicos; espejo, figuras y pedestales, todo revuelto y en pedazos inimaginablemente pequeños y entremezclados. Sus cabezas, eso sí que me di cuenta, estaban juntas y mirándose sin saber que pasaba y sonreían.

¡Ahora ya podrán estar unidos para siempre, allá donde los echen!


Mª Eulalia Delgado González
Diciembre 2010

No hay comentarios: