viernes, 25 de febrero de 2011

ENCANTADA Y EMBRUJADA



(Pequeño cuento para aliviar la susceptibilidad de Isabel)

En el pequeño País de los Sueños sólo había dos colinas separadas por un profundo valle, y en el valle sólo había un río por el que discurrían aguas mágicas.

En la colina de la derecha que se llamaba de la Esperanza, había una sola casa conocida por La Encantada, y en la colina de la izquierda llamada de la Desesperación había otra sola casa conocida por La Embrujada.

La casita Encantada tenía un jardín precioso donde crecían prímulas y pensamientos rodeados de una estacada pintada de blanco, y tras los brillantes cristales de sus ventanas lucían cortinas blancas de tul primorosamente bordadas con hilos de oro y plata.

La casona Embrujada estaba rodeada de espinos y cardos silvestres, y tras los sucios y oscuros cristales de sus ventanas colgaban telarañas pegajosas por las que caminaban tarántulas negras y peludas.

Al romper el día la chimenea de la casita Encantada empezaba a emitir un humo blanco y perfumado de sándalo e incienso que inundaba el azul del cielo de flotantes jirones de algodón, mientras que la chimenea de la casona Embrujada emitía pestilente humo negro que ensombrecía el paisaje.

En la casita Encantada vivían siete damas silenciosas, diligentes y hacendosas que consumían sus días realizando primorosos bordados, y cultivando su intelecto con lecturas cuidadosamente escogidas Apenas hablaban si no era por imperante necesidad. La mayor parte de la veces se comunicaban por señas tan delicadas, que no eran perceptibles por los seres ajenos a su comunidad Eran algo así como una réplica de las mujeres perfectas que una tarde soñó Isabel Bascarán en el Taller de Escritura.

En la casona Embrujada vivían siete arpías. Tenían destrozado el interior de la casa porque jamás limpiaron ni repararon cosa alguna, y dedicaron día y noche a hablar y hablar sin descanso confabulando contra todo el mundo. Eran algo así como una réplica de las mujeres que el autor de Barcos de Papel… situó sentadas frente al estanque de un parque de Tenerife.

Y ocurrió que quienes solo conocieron a las damas de la Casita Encantada, iban pregonando que todas las mujeres del mundo eran un dechado de virtud, mientras que los que sólo conocieron a las de la Casa Embrujada juraban que todo era preferible antes de encontrarse con una mujer.

Estas afirmaciones tan dispares fueron creciendo y creciendo hasta conseguir crispar los nervios de los habitantes del País de los Sueños que se enfrascaron en tan violentas discusiones, que camino llevaron de desencadenar una batalla campal.

Entonces el buen Rey del País de los Sueños, queriendo poner paz entre sus súbditos corrió hasta el río de las aguas mágicas y le rogó encarecidamente que le ayudara a arreglara aquél conflicto que estaba empezando a estropear la tranquilidad de sus súbditos los soñadores.

Y el río que siempre fue fiel a los deseos de su Rey, mandó crecer a sus aguas mágicas, y estas crecieron y crecieron hasta anegar las dos colinas.

Cuando las aguas comenzaron a inundar la Casita Encantada, salieron las siete damas vestidas con mantos blancos, y en silencio trataron de nadar para ayudarse unas a otras.

De la Casa Embrujada salieron las siete pécoras que gritaban y juraban y volvían a gritar mientras se empujaban y rasgaban los negros harapos intentando cada una salvarse a costa de hundir a las otras.

Las aguas mágicas formaron un gran remolino arrastrando a unas y otras que giraron y giraron en una vorágine vertiginosa. Durante largos minutos permanecieron en la enloquecida batidora, y luego el torbellino se fue calmando. El nivel del río descendió, y las aguas mágicas tornaron a su tranquilo discurrir por el pequeño cauce.

La Casita Encantada y la Casona Embrujada habían desaparecido de ambas colinas. Tendidas en la ribera aparecieron juntas las catorce mujeres que lentamente fueron recuperando vida. No había ni capas blancas ni harapos negros. Solo tonos grises de intensidades distintas. Unas se levantaron primero, otras más tarde. Unas con lamentos, otras en silencio… Ni malas ni buenas, ni tontas ni listas… Ni guapas ni feas, ni altas ni bajas…O buenas y malas, y listas y tontas… O guapas y feas, y altas y bajas,..

Jesús González ©

Febrero 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el cuento de las colinas entre mujeres, se salvó el escritor para contarlo, y las grises damas tornaron en colores variados, tanto como tenían los escritores, los reyes, los ríos y la existencia misma. Pero érase una vez que el escritor escribió una obra maestra, llenándola de vida y además arregló en entuerto, y además se le quiere mucho, y además notamos su ausencia, y además algunas veces, comimos todos perdices y más espirituales cosas, en la casona de Tudanca o en otros lugares y vivímos felices. Un abrazo de una de las arpías... o de las damas. Lns