jueves, 17 de marzo de 2011

UN JARRÓN LLAMADO AMOR.


UN JARRÓN LLAMADO AMOR.

Había una vez un jarrón asomado alfeizar de una ventana… Admiraba el jardín solitario en silencio, rodeado de las más variadas y bellas flores.

Allí fue donde lo depositaron hace tiempo, recuerda perfectamente como sucedió.

-Me desenvolvieron con mucho cuidado de aquel envuelto dorado, adornado con un lacito marrón, despojándome de aquel plástico de burbujas de aire con sumo cuidado y oí palabras de asombro, incluso cayó dentro de mi panza una lágrima.

Tenía pegada una tarjeta en un pergamino beige, comprado a un importante anticuario según comentaba la chica a sus amistades -este papel valioso estaba confeccionado en el siglo XV-.

Leyó la carta Rosa, la mujer a quien me regalaron y ponía:

“A mi amor, para que lo llenes con las más bellas flores. Mi cariño hacia ti llenaría millones de jarrones. Escogí éste por ser el más bellamente labrado, el de cristal más puro, único en el mundo y no me atreví a ponerle dentro ninguna flor, pues ni la más bella podría equipararse a ti; no existe”.

-Ella acariciaba dulcemente una plaquita de plata en mi base.

Oí decir al muchacho que el soplador de vidrio que lo hizo, me había puesto el nombre, de “Amor”. Este hombre, envejeció triste porque su amada partió lejos, lejísimos, a tanto que alcanzó las mismas nubes. Al morir éste, todas sus bellas obras fueron vendidas por sus sobrinos y este jarrón se conservó de casualidad, en el fondo del trastero, parte del viejo almacén de trabajo del artesano; nadie se percató de su existencia. Al cabo de 30 años alguien lo encontró, limpió y sacó a un rincón de la estantería más escondida. Al entrar a buscar algo especial para ella, vio el destello de la plaquita con el nombre de la obra. Pidió que se lo enseñaran y supo de la historia por una carta que tenía dentro y que conservaron; él también la guardó.

Ella me acarició y limpió constantemente, durante mucho tiempo y jamás puso una flor dentro de mí.

Estoy algo triste, siempre asomado al jardín, siempre añorando aquellos colores y olores agradables de las rosas, de los lilium, de las margaritas gigantes (esas huelen raro, pero no me hubiera importado abrazarlas y alimentarlas con el agua que me pusieran dentro), siempre solo.

Ellos se fueron y me dejaron aquí para evitar quebrarme en el viaje, a cargo de Andrea.

Esta primavera ha crecido justo al lado de la ventana una orquídea, la plantaron en la acacia, pues está al oeste y esa orientación -según dijo la madre de mi dueña -, la viene muy bien para crecer. Comentaba a su vecina mientras procedía a colocarla en el vértice de una rama y el tronco, con un envuelto con la poca tierra que necesita - es la flor más apreciada por todos los floricultores, se llama “Orquídea mariposa”.

-Aquella flor fue creciendo y ya cumplió tres años; se inclina y mueve como las mariposas, rozando el cristal de mi ventana, reclamando mi atención. Está preciosa con su color rojo, en lo que parecen auténticas alas abiertas de esos insectos coloreados y sutiles. Ella me mira y yo la miro, cuando anochece me guiña cómplice y recoge sus pétalos para protegerse. Yo la despido con los últimos rayos del sol, se reflejan en el reborde de mi boca, haces de luces reconvertidos en mil colores irisados, en guiños ya enamorados para mi amada flor, casi inadvertidos para todos y que a ella quizá la hagan enrojecer avergonzada, pues su envés se convierte en el más oscuro y sólido rojo.

Ella me quiere lo sé.

-Amor, -me dijo un día, quisiera tu abrazo.

-Mariposa linda, no puede ser. Ambos moriremos, tú porque serás cortada y yo, al verte morir.

-Pero estaremos juntos después de tanto tiempo, sería como un cuento con final feliz.

Así pasaba el tiempo, en amores apenas rozados de mi transparente cristal a su flor, con el aire como cómplice.

Llegó el día de la fiesta local y había invitados a comer, eran los amigos de la dueña de aquella casa. Era una fecha especial, se notaba en el ambiente. Olía a comidas, a especias delicadas o dulces postres, aderezados de azúcares quemados; recogieron flores en macetas para adornar el porche y colgaron papel de colores en el jardín, enroscaron coloridas bombillas para bailar en la noche, y pusieron bajo la sombra de los árboles, sillas y tumbonas. Llenaban mi interior de agua. ¿De agua? Sí, tenía agua con tinte de violetas azules, recogido en infusión de sus hojas en forma de corazón, ese olor me embriagaba y la sorpresa mantenía aún más si cabe, mi boca abierta.

-De pronto apareció. Era Mariposa, venía sujeta en la mano de la jardinera, rodeada con parte de sus alargadas y anchas hojas en oscuro y brillante verde. Me miraba y se abría delicadamente en aquellas dos varas coloreadas, en su final, florecidos racimos de color rojo en el intento del abrazo ensayado tantas veces al columpiarla el viento, en delicados roces de caricias casuales en aquella ventana o a mi; ahora nos amaríamos en la realidad, unidos. La miré entristecido, estaríamos juntos al fin pero, ¿cuánto duraría nuestro alcanzado amor?

-Fue un encuentro increíble, fusionados en aquel líquido cárdeno de pétalos acorazonados, de la felicidad acompañada de la fiesta en la calle, aquella música y la ruidosa alegría de la feria o el silencio de aquella multitud de flores, el jardín hermoso que nos miraba celoso ante tanto amor. Estuvimos acompañados de sus aromas más intensos en la atardecida, de las lilas y las rosas, del blanco y purpúreo azahar del naranjo y del limonero, del run-run de las abejas en el interior del panal, buscando su sitio en cada una de aquellas celdas llenas de dulce miel, quizá tan dulce como nuestro amor. Sí, el jardín, nuestro jardín de la pasión del hoy, testigo también de nuestra fantasía enamorada de antaño y de la felicidad ahora disfrutada…

-…Pero moriste cayendo aquella mañana sobre la mesa, quedando tendida en aquel mantel bordado en calados segovianos, inerte, abierta y sonriente, como si estuvieras dormida, fresca aún…; te desprendiste rozándome lentamente, al lado de mi placa, al lado de aquellas letras que formaban el sentimiento que nos unió para siempre, AMOR, a través del tiempo y el espacio, atravesando juntos en espíritu el etéreo cielo.

Tus tallos desprendían agua al salir de mí, eran las lágrimas de ambos; quise morir y en un despiste de Andrea, conseguí pegarme a uno de tus tallos al ser sacados y caí al suelo para lograr mi suicidio. El agua azul se derramó expandiéndose en la alfombra y aquel olor pesado del agua de violetas, llenó la habitación del aroma triste a despedida, a final, a alma densa y abatida.

Reboté en la mullida lana de aquella alfombra persa y salí despedido contra la pared. Mis añicos se desperdigaron por el suelo después del estallido, llegando algunos a tus flores caídas de la mano de nuestra Cupido, a causa del sobresalto al despedazarme. Todos sollozamos, Andrea, porque sabía el significado que le daba su hija aquel jarrón ahora quebrado; tú por mí y yo por ti.

Nuestro final fue bello; rotos, exánimes pero juntos en aquel cubo de la basura que olió mucho tiempo a los días de amor que vivimos. La mayor felicidad que nadie nunca soñará jamás.

Quizá los amores creados en las fantasías, mueran al hacerse reales o estando cercanos.

Quizás mereciera la pena vivir semejantes instantes. ¿Cuál de las opciones tomaríamos en esa ilusión?, ¿a quién no le importa morir feliz al lado del otro o, ser el que pretenda mantener ese apasionado amor en ese rincón de su corazón sobreviviendo? Todas legítimas.

Amor, sentimiento encontrado, donde muere al nacer la pasión, donde la entrega es posesión aun siendo compartido, dure lo que dure tiene un nombre: ¡felicidad!


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
10-III-2011

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