viernes, 25 de febrero de 2011

UN LUGAR ENCANTADO


Había una vez un lugar encantado Un lugar no lejos de los humanos, pero al que éstos nunca se dirigían. Tampoco yo pude visualizarlo a pesar de mis superpoderes. Una noche de frío invierno inglés, algún ser inhumano –quizá fue la malvada Miss Trunchbull- abrió la ventana de mi alcoba y una neumonía me trasladó a este lugar encantado.

Mi casita biblioteca se ubica en el rellano último de una larga escalera. De los puntos de estuco penden portadas, escenas, personajes de cuentos clásicos, (quizá el mío sea el único de estilo modernista: una niña superinteligente, ignorada por sus padres). Mi hobby, ya que a este lado de la frontera todo es gozo y placer, consiste en el control de los cuentos más clickeados. Últimamente el cuento de Peter Pan ha sido muy solicitado. Sin embargo el de la “Real Princess” parece olvidado por los terrestres.

Aprovechando el profundo sueño de nuestros creadores, Caperucita Roja y yo nos atiborramos de cookies y nos empipamos de elixires.

-Je, je, Hip


-Shi…, shi…. Hip

Hemos llegado al final de la escalera. Pasamos la trampilla de acceso. Una bola de cristal protege por completo el castillo encantado. Los siete centinelas, como siempre, se encuentran muy atareados: ¡frota que frota el cristal circundante; sopla que sopla la nieve mágica; mueve que mueve la manivela musical!.

Nos adentramos por las almenas y nos acercamos a la litera flotante de Peter Pan. Extiende su manita; pero no siente a Campanilla. Somnoliento se coloca sus frágiles alitas y se acerca a Wendy. Está en estado de duermevela, (por Michael y John), le muestra a Peter Pan una preciosa estampa: (vamos ampliando su colección). Campanilla y muchas hadas buenas preparan los jardines del castillo; mientras unas aran, otras abonan y las más jóvenes esparcen las semillas. Peter Pan con un guiño de agradecimiento sonroja las mejillas de Wendy… Levitamos en la cámara de la Real Princess. Es toda soledad-delicada sobre los siete colchones de nimbos. También, por fin, duermen los enanitos en sus hamacas tejidas en oro. Todo es paz en el castillo. Nos disponemos a franquear la burbuja acristalada.

¡Oh no!, GRUÑÓN nos espera. A empellones nos saca del pasadizo. Una nube malhumorada nos abre sus puertas y así con Gruñón de piloto bajamos por la escalera empinada. El piloto llega al nivel de La casa biblioteca, pero no es para que nos apeemos. ¡Qué va! La nave desciende dando tumbos, cientos de tumbos… Por fin, con una risa socarrona Gruñón frena de golpe. Es la calle de los capirotes blancos, de los dedos tintados, de los cráneos soñadores. Charles Perrault se frota sus órbitas.

-¡Oh, Caperucita, dame un beso!. -Gruñón se complace ante mi pesar. Fijo mi penetrante mirada en él… Lo intento otra vez.

¡PUM! Algo estalla. Gruñón huye en su nube. Aparece Roald Dahl con cascaritas incrustadas en su calva.

Matilda, hija mía. ¿Ni muerto vas a dejarme descansar? Se acabó tu hobby y se acabaron tus encantamientos.

-De acuerdo, Roald, pero permíteme acabar el cuento.

¡Y COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO ENCANTADO, SE HA ESTRELLADO!

Porque en la Tierra, otra Matilda amante de cuentos se olvidó de los huevos que puso a hervir y...


Isabel Bascaran ©
San Vicente de la Barquera,
18 de febrero de 2011

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