viernes, 25 de febrero de 2011

LA CASA EMBRUJADA


Llovía. Antón, salió a recoger el ganado como todas las tardes. En la puerta se cruzó con su padre, este le dijo:

-Antón, se te ha echado la noche encima, ya sabes que a tu madre no le gusta que vayas tan tarde por esa zona.

-No tema, padre a mí las “sorguiñas “ no me dan miedo... -y tras una sonora carcajada, se despidió.

A su madre y a muchas gentes del lugar les habían contado, desde niños , que en ese monte, donde estaba el ganado de Antón, algunas noches ocurrían cosas sin explicación; nadie se atrevió nunca a ir por los alrededores, depende a que horas y menos entrar en la casa que allí existía.

Contaban de abuelos a nietos, que se reunían "sorguiñas", alrededor de grandes hogueras, estas brujas bailaban y bailaban sin parar y se iban convirtiendo en animales, tras rituales y “aquelarres “, dentro de la casa y en cuevas de alrededor.

Antón no creía en estas historias. Con sus dieciséis años, se consideraba un hombre valiente. Con su vara en la mano y precedido por su perro, empezó a remontar el camino de subida. Continuaba lloviendo. Al cabo de un buen rato llegó cerca de la casa que decían embrujada, no tenía nada de extraña, era de piedra y estaba casi derruida. La maleza se había apoderado de gran parte de ella.

Continuó. Un poco más arriba estaba aguardándole el ganado. Abrió la valla de madera y las vacas fueron saliendo, de una en una, poco a poco, y Antón, tras ellas, con su perro.

Ya no muy lejos de las cuadras, miró hacia la casa embrujada y le pareció ver como luces mezcladas con sombras; cerró los ojos fuertemente y los volvió a abrir, ¡no!, se dijo, la mente te esta jugando una mala pasada , pero de pronto, escuchó una voz... se paró, ¡si! , era una voz frágil que pedía ayuda. Su perro también la oyó, Antón le siguió, estaba olisqueando en una alcantarilla, empezó a mover el rabo y a ladrar.

-Calla, -le dijo.

Ahora, estaba seguro, la voz venía del desagüe.

-¡Socorro, socorro!...

Antón se agachó y miró; el agua de lluvia corría y arrastraba hojas y palos.

-¡Ayúdame, ayúdame!... -volvió a oír. Encima de una hoja vio una gran avispa amarilla y negra a punto de ser engullida por la alcantarilla. Antón, con la vara, la apartó junto a unas piedrecillas, y se fue a guardar el ganado.

A la mañana siguiente se despertó. En el desayuno contó a sus padres el extraño sueño que había tenido con la avispa. De nuevo salió con las vacas hacia el monte, su perro comenzó a ladrar, su pelo estaba erizado, Antón vio como de frente bajaba una anciana mujer, vestida de negro, que él no había visto jamás por allí.

Se cruzaron y, sin pararse, la mujer le dijo:

-¡Gracias, Antón!.


Ana Pérez Urquiza ©
Febrero 2011

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