sábado, 21 de mayo de 2011

EL CINE


De cuantas definiciones escuché, la que más me gusta es que "EL CINE ES UNA FÁBRICA DE SUEÑOS". Seguro que todos cuando fuimos niños nos dormimos alguna vez imaginándonos ser un Capitán Blood, fascinados por la turbulenta proyección de una película de espadachines… Bueno, todos no; porque a los niños de hoy con las video-consolas, los DVD, los juegos de los teléfonos móviles, y las mil maquinitas distintas, inventadas para dejarlos bizcos y sacarles las perras a los papás, les importa un comino el cine.

El cine, ¡es una pena!, perdió su esplendor. Pienso que fue la llegada de la televisión quien le eclipsó. El Cine con mayúscula fue el de los años cuarenta a los años setenta. En aquella época las fachadas de las salas de proyección se adornaban con gigantescas carteleras a todo color que anunciaban la película que se estaba proyectando, y se repartían programas de mano que dieron lugar a una apasionante actividad de coleccionistas.

Se esperaba con auténtica expectación la llegada de las grandes superproducciones a nuestras salas, y los días de estreno se formaban largas colas ante las taquillas. Junto a ellas nació la picaresca de la reventa.

Las actrices de entonces fueron auténticas diosas, y los actores ídolos a imitar. Creo que en mi adolescencia me enamoré de Diana Durbín, la cara más bonita que podáis imaginar. Bueno, no, seguro que no la podéis imaginar. ¡Teníais que haberla visto!

El cine en blanco y negro tenía un sabor especial. A las películas de intriga y misterio les añadía un acento más de expectación. Procuraros si os es posible Luz que agoniza, La ventana indiscreta… O cualquiera de aquellas de gánsteres que armados hasta los ojos de fusiles ametralladores recorrían a bordo de sus Cadillac las calles de San Francisco o Nueva York.

El cine español era como de juguete. En las películas de folklore donde cantaban Estrellita Castro o Imperio Argentina, el cartón-piedra de los decorados se bamboleaba. En las de guerra como ! A mi la Legión! o Sin novedad en el Alcázar, a veces se escuchaba primero la detonación y luego se veía el disparo. Se hacían también películas de ambiente religioso, y para protagonizarlas buscaban casi siempre niñas con cara de tontitas.

Aún recuerdo la primera que vi en Tecnicolor, mucho antes de que llegara el cinemascope. Se titulaba Policía Montada del Canadá, y estaba protagonizada por Gary Cooper y Madeleine Caroll.

De chavales solíamos ir al cine a Cabezón de la Sal, al Cine Mafepe que estaba junto a la estación del tren. Ocasionalmente fuimos también al Cine Campíos de Comillas o al Cine Pejín, que estaba aquí en San Vicente, a media altura más o menos de las escalerillas. Pero el que mejor juego nos daba era el de Cabezón por la buena combinación de trenes para ir y volver. A San Vicente y Comillas, nos desplazábamos en bicicleta los domingos que hacía bueno, y presumíamos quitándonos los ganchos de los pantalones tanto como hoy presumen jugando con el llavero del Mercedes; que tampoco eran tantos los quinceañeros que tenían bici en aquellos tiempos.

Que comenzaba la proyección se anunciaba siempre con tres toques de timbre. Dos de aviso primero, y al tercero se apagaban las luces. Un haz de luz iba a estrellarse contra la pantalla y aparecía la palabra “No-Do” cuya música tatareaba todo el mundo incluyendo el acomodador y su maldita linterna, Era un noticiero cinematográfico, cuyas noticias a los pueblos nos llegaban un año después de haberse producido. Pero daba igual, lo importante era que todo el mundo pudiera ver al Generalísimo inaugurando un pantano, o haciendo saber a todo el mundo los años que llevaba liado con la Victoria. Después, si salía El León de la Metro, era una película americana cuyas voces de doblaje sonaban siempre a hojalata; Si salía el anagrama de Cifesa, era española y entonces las voces sonaban a latón.

Las últimas filas de todos los cines de España entera, fueron siempre las más solicitadas. Si aquellas butacas hablaran y no tuvieran rubor para contar cuanto vieron, a mi me faltarían ahora hojas de papel para describir tantas historias eróticas, pero os aseguro que ellas figuran en el libro de los guinness como el lugar del mundo donde más tirantes de sujetadores saltaron por los aires hechos añicos. De ahí lo de maldita linterna del acomodador, que en más de una ocasión enfocó lo que no debía.

Las últimas filas de butacas de todos los cines fueron para muchos durante largos años el único lugar del mundo donde se pudieron dar un beso con tranquilidad.

Si queréis saber más cosas de lo que en aquellos tiempos ocurría dentro de nuestros cines, cuando vayáis por Málaga llegaros a Archidona y preguntad…


J.González ©.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola, Chicos, Es evidente que hay mucho que aprender acerca de esto. Creo que hizo algunas cosas buenas en características también. Sigue trabajando, gran trabajo!