viernes, 5 de agosto de 2011

SENSUALIDAD EN SAZÓN


Estábamos recogiendo lo poco que quedaba de aquella fiesta un tanto extraña.

Fue una noche vivida en la oscuridad, pues la luz en su juego de caprichos, se había ido y no regresó. La cena se hizo a la luz de las velas, sumada a la escasa iluminación de las farolas, el problema fue que los focos con su calor y luz, también acogían a los mosquitos y para que no entraran sin invitación, hubimos de sujetar los visillos a las ventanas abiertas.

Pululábamos casi todos con las velas en las manos, parecíamos un grupo fantasmal. Hubo algún sobresalto cuando al salir al pasillo, coincidíamos en el recorrido de la cocina al salón, en el traslado a oscuras de las viandas veraniegas o las frescas bebidas.

No hubo más ruidos que las conversaciones y risas, alrededor de las muchas velas de diferentes colores y tamaños, amontonadas encima de una maceta; fueron las verdaderas protagonistas.

A una hora determinada, se iban retirando a sus domicilios, quedamos únicamente dos. Terminamos pronto de acaldar los muebles y dejamos las bolsas de la basura dispuestas a la salida de la casa.

Un haz de luz entró por la ventana. Me acerqué y vi la luna, estaba hermosísima. Dada la hora de la madrugada, en poco se encontraría con el sol. Era la primera vez que veía el pasaje de ese encuentro imposible. El cielo se despertaba a un azul intenso, eléctrico; las farolas de la parte este se apagaron automáticamente, la fuerte claridad del sol naciente les estaba dando de lleno y el sensor de cada una, reconoció así el día.

De esta forma disfruté de la belleza que se escondía en mis descansos nocturnos. Una maravilla de trazos en azules y algunas nubes en hilillos blanquecinos; parecían las algas reposadas sobre la arena, que fueron arrancadas de los lechos marinos por las fuertes marejadas.

Noté que se acercaba y apoyó su mano en mi hombro.

- ¿Bonita salida de sol eh?

- Es cierto, ha merecido la pena que se alargara la cena por el apagón.

Quitó la mano y vi que estaba tras de mí.

Apoyó en mis caderas sus antebrazos y respingué. Unió las manos en un abrazo sobre mi abdomen. El silencio había penetrado en la habitación, a pesar de oírse un eco lejano el despertar de la pequeña villa. Creí oír al unísono los fuertes latidos de los dos corazones. Me abandoné a esa presión y mi espalda se abrigó con su cuerpo. Notaba cada uno de los botones de su fresca casaca, los músculos de los brazos y el olor del suave aroma pegado a su piel.

Inclinó su cabeza hasta el nacimiento de mi cuello, me besó y siguió rozando sus labios hasta detrás de mi oreja. Los escalofríos recorrieron mi cuerpo; sujeté con mis manos las suyas, comencé a acariciar la suavidad de la parte interna de sus muñecas y antebrazos. Era un camino dulce que iba al encuentro del nacimiento del vello.

Me volví sin deshacer el abrazo y apreté su cuello contra mi cara. Él separó con las manos este gesto y sujetándomela, comenzó a rozarme con su boca en un beso inacabado, todo el contorno de la cara, desde el mentón a la comisura de los labios, desde la mejilla viajó por mis cejas, a partir de allí llegó a las sienes y al nacimiento del cabello…

Bajó su nariz acariciadora hasta la mía, paseándose por ella milímetro a milímetro, partiendo de la unión in crescendo hacia el tabique, pasando de uno a otro lado, con suavidad. Aquel beso esquimal, terminó por alterar todo mi ser. Sentí estar medio desnuda en el polo, erizado el vello ante los imaginados soplos de aire gélido que parecían traspasarme toda, colándose por cada uno de mis poros, introduciéndose en el alma, reclamando todo aquello que llevaba ocho meses a la espera. Notaba que se contraía la piel, que estiraba y con lo sobrante de ella, brotaban al unísono con suma facilidad, todos los apéndices y protuberancias hasta entonces escondidos.

Creí que podría desmayarme de un momento a otro, pero me sujetó con fuerza. Inclinó su cabeza lentamente sin separarla de mí, haciendo un mimo prolongado en ese desplazamiento, apoyó sus labios en los míos, rozándolos tan solo, y cuando sentí la presión del primer beso desparramado en mi boca, la abrí a la espera de su caricia más interna, aguardando la llegada del encuentro de ese músculo lingual. Nos hizo saborear el plato de la pasión más espectacular.

Se extendió la fogosidad como el eco de las campanadas del reloj de la torre, se mantuvo hasta que volvimos a encender las velas en aquel refugio de amor urbano.

Un lugar donde estuvimos cerca de tocar el cielo y de llenarnos las manos de estrellas, porque retornamos a un mundo reinventado, a un insospechado calidoscopio amoroso.

Alguien había bajado la basura de la puerta. Lo agradecimos internamente y salimos a la calle deslumbrados, por la claridad y por el amor.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
31-V-2011

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