martes, 24 de enero de 2012

LA ISLA


Tras el naufragio se sentía en una isla. Su vida había cambiado pero, solo su vida, lo demás continuaba igual. Los niños jugaban en el parque, los semáforos funcionaban: verde, ámbar, rojo... la playa, los barcos, nada se había detenido, solo su corazón, latía sí, pero ella no comprendía como todo podía continuar igual.

¡Tiempo, necesitas tiempo! Cuánto llegó a odiar esas palabras. En su isla era un Robinsón sin su amigo Viernes para hablar con él, ella tenía a su mascota que la escuchaba.

Fue buscando y reuniendo rocas, hizo un gran círculo para sentirse protegida, cada roca era un gran escudo. Amanecía, anochecía, semanas, meses y más meses, hasta que en un soleado día, paseando por la playa de su vida apareció una nave, de ella vio como arriaban un pequeño bote que se acercaba a la orilla y subió a bordo sin mirar atrás para despedirse de la isla y abandonarla para siempre.

Navegaba la gran nave. Cada vez estaba más y más cerca y estaba ahí, esperándola, con una escala desplegada. Antes de trepar miró hacia arriba y en un lado de estribor, cerca de proa, leyó el nombre del navío: “El Esperanza”.

Ana Pérez Urquiza
Diciembre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay barcos que tienen nombres adecuados para cada momento. Tú, Ana, lo supiste reconocer en este escrito.
Sé que ves más allá de cualquier isla y sé, que en cualquier isla, podrías escribir estas pequeñas bellezas, que como las violetas, hacen hermosos ramos de sensibilidad. A-brazo-partido.Lns