sábado, 18 de febrero de 2012

CARNAVAL.


Escribir sobre el Carnaval. Así de simple. Pues te digo una cosa Rafael: desde el día que nos dijiste que el tema obligado para este mes era el Carnaval, no hago más que darle vueltas al asunto y no sé que decir. No me sale ni una palabra, te lo juro.

Y eso teniendo en cuenta que he visto muchos carnavales. Incluso cuando estuvieron prohibidos, que me recuerdo cuando yo era crío, de ver a Rufino disfrazado de no se qué, y llevaba tras él una recua de críos vestidos unos de genios y otros de payasos, que seguramente eran todos sus hijos. Porque Rufino dinero no tendría, pero humor e hijos tuvo a montones. Llevaba también una burra con un gran lazo de seda azul entre aquellas orejas empinadas, y los cuévanos llenos de paquetes brillantes como si fueran regalos de Reyes. Él iba delante con unos bigotes más largos que los de Dalí, pero no mirando al cielo como si fueran antenas. Los llevaba caídos, como los de Fumanchú, y se abrigaba con una especie de gabardina con rayas de colores, y tocaba un tambor hecho con un orinal boca abajo, adornado con unas guirnaldas de flores…

Estuve varias veces en los carnavales de Tenerife que son un derroche colorido y fastuosidad, pero yo seguí añorando mi carnaval de niño, con Rufino, su orinal y la burra.

Es que era un orinal grande, muy grande. A lo mejor era así de grande porque ya te dije que Rufino tuvo muchos hijos. Lo que no te dije es que Rufino era muy pobre, muy pobre, y a lo mejor, el hombre no tuvo más que un orinal para toda la familia. ¡Imagínate en pleno invierno once críos meando uno tras otro…! Digo en invierno porque en verano no había problema; en verano se salía al corral, se sacaba la colilla a que contemplara las estrellas, y al tiempo se abría el grifo…

Además, es que a mi me pareció una estampa preciosa el orinal con la guirnalda de flores. ¡Oye, que eran flores naturales! Entonces no se había descubierto el plástico. Y si eran naturales, algo pudo influir en mi recuerdo su perfume, ¡vete tu a saber!

Hombre, te cuento esto de Rufino porque no voy ahora a fatigar la sesera inventándome la historia del asesinato que cometió el tío de la máscara blanca que le clavó una daga hasta el corazón al individuo de la máscara azul pensando que era el de la máscara negra que quería quitarle la novia. Esas son historias más propias los carnavales de Río Janeiro, donde vive esa gente de las favelas que además de bailar sambas continuamente, también le pegan al porro y de vez en cuando cometen barbaridades de este estilo .

Y tampoco me apetece mucho ponerme a buscar una guapa muy guapa, para luego danzar de un lugar a otro buscando una firma comercial que corra con los gastos de su nominación a reina del carnaval. Porque podría ocurrir, que después de encontrar a la guapa, y encontrar un patrocinador que se gaste los cuartos en hacerle un traje de fantasía y hasta le ponga unas plumas de avestruz en la cabeza o en el culo, a la hora de la verdad, alguien descubriera que tenía la teta izquierda un poco más chica que la derecha, y con tal motivo el tribunal la borrara de un plumazo de la lista de aspirantes al título de reina, y la historia acabaría decepcionando al lector.

En una palabra, Rafael, que me quedo con el orinal de Rufino y su guirnalda de flores, que al fin y al cabo, si mi vejiga reclama permiso para desaguar, siempre tengo donde hacerlo.

Jesús González González ©
Febrero 2012

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