lunes, 20 de febrero de 2012

LA JUSTICIA


Mientras el jurado deliberaba Eusebio se preguntaba cómo había podido llevar su vida hasta aquella ridícula situación.

Se encontraba sentado en el banquillo de los acusados vestido con una casaca y unos pantalones a rayas horizontales en blanco y negro, que ni siquiera eran de su talla. Le habían colgado del cuello una cartulina con el número cinco como distintivo. Un par de pesadas bolas negras reposaban en el suelo sujetas a sus tobillos por unos gruesos grilletes que ya empezaban a causarle algunas rozaduras en su desnuda piel. Para colmo, por si todo esto fuera poco, le hicieron colocarse un espantoso gorro de tela, también de rayas como el resto del atuendo, dándole un aspecto todavía más ridículo a la situación.

Estaba convencido de que hacía mucho tiempo que los presos habían dejado de usar esas ropas y que sólo se veían en las películas americanas que ponían en la televisión cuando era niño.

En frente de él tenía, subido en un estrado, a un individuo con una peluca repleta de blancos bucles que caían sobre sus hombros, y vestido con una negra toga adornada en las mangas por una especie de puntillas blancas, como las que había visto hacer a su abuela en innumerables ocasiones con el ganchillo y el ovillo de hilo dando vueltas en su regazo mientras se desenrollaba a medida que iba necesitando el hilo para su labor.

Le parecía recordar que había leído en alguna ocasión que a esas puntillas colocadas en las bocamangas de las togas se les llama “puñetas”. Y ahí es donde tenía que haber mandado a su novia cuando, con mucho mimo, le embaucó en la trama que le había llevado hasta aquella situación en la que se encontraba.

Una leve sonrisa asomó a su rostro cuando le vino a la memoria lo que su abuelo tantas veces le repetía, siendo aún un niño, y que hasta ese momento no había llegado a comprender en toda su extensión.
“Hijo, en la vida hay que tener las cosas muy claras y saber lo que se quiere para llegar a conseguirlo; pero siempre has de tener presente que pueden más dos tetas que cien carretas”.

Aquí, en estos momentos, tenía Eusebio la prueba definitiva de que su abuelo tenía toda la razón del mundo. Susana había empezado, poco a poco, explicándole, como quien no quiere la cosa, toda la trama urdida entre ella y el resto de la pandilla en una tarde de otoño en la que no encontraron mejor cosa para entretenerse.

En un principio lo tuvo muy claro y un rotundo ¡¡NO!! fue su contestación a tan extravagante proposición. Pero, poco a poco, no cejando en su empeño logró convencerle y ahí la tenía sentada a su lado poniendo en práctica sus dotes como abogada defensora.

El resto de la escena estaba formada por diferentes personajes en sus respectivos papeles de fiscales, procuradores y en el lado izquierdo alguien que parecía ser la víctima en aquel juicio.

Las sonrisas de sus rostros daban a entender que estaban convencidos de que el veredicto del jurado sería favorable y no tardarían mucho en salir de dudas pues los encargados de decidirlo ya estaban haciendo su entrada.  Un repentino y tenso silencio se hizo al verlos llegar hasta el punto que le parecía que los latidos de su acelerado corazón se podían escuchar en todo el recinto.

El vocal del jurado se adelantó unos pasos sobre el resto de los componentes. Se acercó al micrófono y dio comienzo a la lectura de la resolución:

-Señoras y señores……. el ganador de los carnavales de este año es el grupo número cinco ¡¡LA JUSTICIA!!

Laura González González ©
Febrero 2012

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Eso, eso, a ver si para el año que viene se convierte en realidad eso de que la justicia tiene premio!
Tu escrito vestido de carnaval da que pensar; ¿sería "justo" imaginar un "juicio" a la "justicia"? Lns

Laura dijo...

Si ese juicio llegase a celebrarse no le envidiaría el puesto al abogado defensor porque iba a tenerlo muy dificil. A ver si alguien se atreve a ponerle el cascabel al gato y la justicia empieza a ser justa.