domingo, 8 de abril de 2012

LA SIRENITA DE FORMENTERA.


Una vez fuimos a Ibiza de vacaciones para ver como eran los hippys, y resulta que cuando llegamos ya se habían muerto todos, y de ellos, por allí, no quedaba más que una nube blanca flotando sobre el pueblo de Sant Carles, que fue el lugar de su residencia.

Yo estaba obsesionado con los hippys, y sentí mucho no poder ver como se quedaban absortos contemplando las flores mientras fumaban canuto tras canuto, y mientras pensaba esto miraba con gran interés una nube blanca que había sobre Sant Carles. Entonces noté que la nube dejó de flotar, y se quedó como estática; Yo empecé a respirar profundamente, y un hilillo de la nube que olía a mariguana, se coló con rapidez por mi nariz. Me quedé absorto como los hippys, respirando y respirando, mientras la nube blanca se colaba entera en mi cabeza a través de la nariz.

Al día siguiente fuimos de excursión a Formentera que es una isla espatarrada encima de un agua azul y blanca transparente como un cristal inmaculado. Formentera se reventó sobre el mar, como se pudiera reventar una tortuga verde sobre una carretera cuando le pasa por encima la rueda de un camión, y solo se le salva la cabeza, que es el promontorio de la Mola, desde donde yo vi bajo las aguas transparentes y allá en lo profundo de lo más profundo, unas praderas inmensas de algas posidónias, que a pesar de estar el mar en calma chicha, se agitaban y volvían a agitar como si un vendaval submarino las azotara.

El autobús de la excursión nos llevó por una carretera que hay entre la playa de Canyers y el estany Pudent hasta cerca de la playa de Illetas que es el lugar donde las algas posidónias del fondo del mar eran mas altas y más hermosas, y mientras la gente contemplaba la silueta de Ibiza que estaba a lo lejos, a mi me empezó a salir por la nariz la nube blanca de los hippys, y en vez de elevarse en el espacio, buscó el lugar de las algas grandes y empezó a hundirse en el mar. Ocurrió que yo me fui haciendo de humo, y sin que nadie de la excursión se diera cuenta, la nube blanca de los hippys me arrastró con ella y me dejó tumbado en aquél prado enorme de algas excepcionales. Estaba empezando ahogarme cuando la vi nadando hacía mí. Llevaba el pelo rubio y suelto flotando en el agua y agitaba de forma rítmica su cola de pez. Me sonrió. Puso su mano derecha sobre mi boca, y en ese momento comencé a respirar a través de unas branquias invisibles, con la misma facilidad que lo hacían los peces del mar.

Saludé a la Sirenita de una forma amigable, porque de momento la confundí con la Sirenita de Andersen que Foncho nos había presentado días antes de este viaje en el Taller de Escritura de San Vicente de la Barquera, y cuya historia leímos entre todos, pero ella me sacó enseguida del equivoco.

-No, no. Yo no soy la que tiene el monumento en Copenhague Aquella era la tonta de mi prima, que cantaba y tocaba el arpa para que los peces la aplaudieran con sus aletas. Yo soy de aquí, Soy la Sirenita de Formentera, y me dedico principalmente a cuidar los prados de posidónias, para que las islas Pitiusas tengan el agua más pura y transparente de todo el Mediterráneo.

Me dijo también que el día que fuimos al mercado de Sant Carles, me estuvo observando a través de la nube blanca de los hippys, y que como me vio tan decepcionado porque no encontré lo que buscaba, fue por lo que se valió de la nube para llevarme hasta ella, y que no me marchara de estas islas sin conocer lo que queda de los hippys.

Nadé a su lado entre aquellas algas que se agitaban regalando oxígeno puro a diestra y siniestra , hasta llegar a un bosque inmenso de plantas gigantes de mariguana, y en un escampado del bosque descubrí el cementerio de todos los hippys del mundo que murieron en Ibiza sin familia que reclamara sus cuerpos. Fue la Sirenita de Formentera quien a través de la nube blanca los transportó hasta allí para momificarlos, y dejarlos expuestos cual museo de cera, como recuerdo imperecedero de aquella época bucólica de los que odiando las guerras, se dedicaron únicamente a hacer el amor en Ibiza.

Americanos, ingleses y nórdicos rubios como la miel, arropados con sus extravagantes vestidos, conservaban en sus ojos muertos la expresión perdida de quien flota en la eternidad, y en sus labios de coral tallado se dibujaba una sonrisa imborrable. También algún bebé dormido, hijo no importa de quien. Sus perros y sus mascotas, tulipanes, rosas y margaritas…. Sombreros de paja rotos, pulseras de mil colores, dulzainas, flautas, guitarras… Y había por el suelo, entremezclados, notas musicales con pétalos de flores y con porros. Y ternuras a raudales, y sonrisas regaladas, y felicidades gratuitas, que la Sirenita de Formentera me mostró solícita y me ofreció con insistencia…

Cuando ya no tuvo más que mostrarme agitó su cola de escamas nacaradas, giró tres veces en mi entorno, volvió a tocar mi boca con su mano, y desaparecieron las branquias invisibles con que yo respiraba. Sentí que mi cuerpo gaseoso se solidificaba de nuevo, y que la nube blanca de los hippys volvía a penetrar en mi a través de la nariz, En el momento en que empezaba a ahogarme me sentí transportado y me encontré de nuevo junto al bús de la excursión. Mi mujer me miró extrañada:

-¿Has fumado? Me pareció ver humo saliendo de tu nariz.

-Si, un porro que dio una Sirenita de Formentera.

Los excursionistas que me escucharon se echaron a reír con nosotros, y chofer del autobús arrancó el motor para devolvernos al Puerto de La Savina.

Jesús González González ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan las leyendas de sirenas, tienen un mágico encanto.