domingo, 20 de mayo de 2012

ATARDECER.



¡Ya es mala leche que esa palabreja de aquí arriba sea hoy el tema obligado de nuestro Taller de Escritura!

Si, ya lo se. Vosotros la encontráis romántica; y si me apuráis un poco os diré que hasta la encontráis enternecedora. Seguro que os recuerda una puesta sol tiñendo de rojo la espuma blanca de la playa de Merón… Y ¡Hala! Así es facilísimo inventarse una historia de cualquier tipo, y describirla ambientándola en esos atardeceres vuestros.

Pero lo mío es distinto. Yo no tengo atardeceres. A mi solo me quedan anochecidos. Y doy gracias a Dios de que todavía son anochecidos tranquilos, como si fueran de primavera o principios de verano, cuando todavía es una delicia pasear en mangas de camisa.

Pero son ochenta y uno los que llevo a la espalda, y esto hace que los anochecidos veraniegos .vayan dejando pasar las primeras incomodidades del otoño. ¡Pero si hace solo cuatro días que subía a la biblioteca, y bajaba en un periquete, con las patas más listas que el hambre! Y ahora, unas veces por pereza, y otras porque es más cómodo, subo en coche hasta el parking del Ayuntamiento.

Me estoy dando cuenta que al dejar atrás el atardecer de la vida, hasta mentirosas nos volvemos las personas. No se muy bien si es al dejar atrás el atardecer, o es al encontrarte con el anochecido. Lo cierto es que sin querer he dicho que subo en coche por comodidad o por pereza, cuando la puñetera realidad es que lo hago casi por necesidad. ¿Seré ingenuo que hasta a mi mismo pretendo engañar?

Dejar atrás el atardecer, también tiene su parte buena. Por algo se dice aquello de que la experiencia es un grado. Yo comprendo ahora cosas que antes no comprendía. ¿Nunca habéis oído decir a un viejo que las “piernas no le llevan”?

¡Pues por eso subo en coche a la biblioteca! Ahora comprendo a esos cabrones de viejos. Y ¿qué es?, preguntaréis vosotros; ¿Qué te duelen? ¿Qué se cansan las piernas? ¡Que no, coño! Es solo eso, lo que dicen los viejos. “!Que las piernas no me llevan!” No es cansancio, ni es dolor. Es simplemente que se niegan.

Pero mientras pueda conducir… Mientras no lleguen los anochecidos de invierno, con vendavales y granizo… Quiero decir: ¡Con putadas mayores para mi cuerpo serrano…!

Por eso repito que del atardecer nada puedo contar, que esa época hace tiempo la perdí de vista. Ahora estoy poniendo todo mi entusiasmo en llegar a los cien años. He descubierto que después de esos años no se muere nadie. ¡Ah! ¿Qué no me creéis? Pues mirar como miro yo las esquelas de los periódicos. ¡Ni uno he visto con ciento o más años!

¡Ajjjj…! ¡Que los jóvenes no pensáis en ná…!

Jesús González ©

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