domingo, 20 de mayo de 2012

RECUERDO AQUELLA HORA.


Recuerdo aquella hora y la recordaré siempre. El cielo se sonrojaba y enviaba su cara a bañarse en la ría tranquila. Allí se esparcía en diminutos reflejos que se multiplicaban constantemente y durante unos minutos convertían ese espacio del agua en un estanque dorado.

Es imposible que olvide este recuerdo pues pasé largos ratos contemplando aquel espectáculo que me hacía contener la respiración para evitar que algo me hiciera olvidar ese hermoso proceso.

También recuerdo los sueños con que adornaba aquellos momentos, la fantasía desbordada que venía a mi cabeza y salía, en torbellino, mezclándose con la realidad.

Allí, en aquel mirador que hacía de balaustrada, quedaron prendidos mis ojos ante tanta belleza. Allí vi al Amor en la distancia y quise tomarle con las manos para traerle a mi pecho. Allí fui capaz de cerrar los ojos y encontrar la paz y el equilibrio del alma. Allí recé y pedí perdón al cielo por mis pecados y también por los de todos los seres queridos.

Pero hoy, cuando retorno a ese lugar, veo la belleza marchitada por el paso del tiempo. No veo al Amor en la distancia y mis manos, aunque suplican, tiemblan y saben que aquel espejismo nunca se repetirá. Tampoco encuentro la paz y el equilibrio del alma, pues las heridas y la angustia hacen que eso no sea posible. Y en cuanto a pedir perdón por los pecados, ahora tengo el pecho cerrado a cal y canto, tal vez por la capa de hormigón y orín acumulada que hace insensible a mi alma.

Sin embargo retorno al pasado, y lo hago volviendo a ese momento sublime, a ese instante en que estabas tú allí, en que miré tus ojos profundamente y tú también los míos, vuelvo a ese momento en que nuestros labios se buscaron y nuestros besos se cruzaron para intercambiar el cariño que nuestros pechos necesitaban y deseaban participar.

Pero sé que es tarde ya, que el atardecer está acabando, que el reflejo de las aguas se está apagando y que pronto la noche vendrá para cubrirnos con su manto oscuro.

No debo continuar anclado en el pasado. No quiero atardeceres como aquellos, por muy hermosos que fueran. Quiero el atardecer de hoy con todo lo que tiene y quiero el de mañana y el de pasado y quiero todos los atardeceres que me resten, para con ellos poder pedir y soñar al mismo tiempo.

Rafael Sánchez Ortega ©
14/05/12

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