sábado, 15 de diciembre de 2012

SUEÑOS


-Mamá, ¿cuándo llegaré a ser como las demás niñas?  Todos estos vestidos me quedan terriblemente grandes.        

-Luisa, tu hija tiene razón y lo siento; no tengo nada que la puede ir bien…Pero,  escucha, se me ocurre que… si pasáis por la “Boutique Nenes” encontraréis lo que buscáis.  Me explico: faldones largos, de seda, con lorzas y encajes –de pura artesanía- que con algún arreglito pueden sentarla como a una princesa.  Los  zapatos… habría que hacérselos  a medida. 

Paula abrazó a la señora Carmen como si fuera su mismísima hada madrina.  Asió la mano de su mamá y la  llevó  -como si fueran  pajarillos-  en volandas.

Llegó el día de la Primera Comunión, un día tristón.  Pero la felicidad de Paula  iluminaba con un haz celestial todas las caritas de las nuevas novicias; alguna que otra madre se preguntaría dónde habrían encontrado un vestido tan angelical.

Durante la adolescencia, madre e hija tuvieron que contar con los  hábiles dedos de una modista que las asistía a domicilio.

-Mamá,  ¿cuándo llegaré a ser una mujer?   Algunas chicas ya tienen el periodo y, otras hablan de sujetadores, y las veo tan guapas…

Cuando la modista, con los vestidos ya hilvanados, requería la presencia de Paula, ésta subida en un taburete parecía la modelo de Sorolla; toda erguida cumplía los deseos de la costurera.  Después era el turno del zapatero –que según mandaba la moda- añadía plataformas bastante altas con tacones o ingeniaba unas alzas interiores cuando se llevaba el calzado bajo; asimismo cerraba las punteras.    Cuando los artesanos finalizaban las primeras pruebas, Paula giraba a derecha y a izquierda ante el espejo vertical y lloraba de gozo porque se parecía a las chicas normales.

Un día diáfano, cuando la modista daba los últimos toques a un vestido  blanco translúcido,  Paula se percató de que unos hilillos rojos corrían   por sus piernas; bajó de la peana y se echó en  los brazos  de su madre.

-Mama, mamaíta, qué feliz me siento; ya soy una mujer.  Ya soy –en todo- como las chicas del  centro.

Después del  colegio,  Paula acudía a las clases de Chino (ya dominaba el Inglés y el Alemán).  Un día del mes de  abril, Paula llegó a casa toda azorada:

-Mamá, mamá,  los obreros me han piropeado y a ti  también, mamá: “Si  fueras más guapa nos dejarías cegados”  “Olé y Olé tu madre”  “Quién fuera el caballero que te llevara al altar”.

Esto último no lo entiendo bien: hasta ahora no había pensado en ello. Y ya  no quiero ser demasiado exigente; aunque sería la suma felicidad.    Tengo los pies en  la tierra como los tiene una chica normal  - me imagino.

Paula seguía con sus idas y venidas al Instituto de Idiomas. Un día, llegó Miguel.  Les hizo saber que tenía que dominar las bases del idioma Chino en pocos meses.  Su empresa había abierto una sucursal allí y le habían destinado a Pekín.

Ahora, el regreso a casa lo hacían juntos.

-¿Miguel,  qué pasó con la chica con la que te veía pasear?  -osó preguntar Paula.

-Quiero ser sincero contigo, aunque me cuesta decírtelo: fue contando entre sus amigas que  yo no alcanzaba el listón que ella esperaba.

Y sin apenas ningún otro problema entre ellos, empezaron a ir al cine todas las semanas; acudían a los conciertos que ya se organizaban,  en los distintos pueblos.  Revisaban juntos los apuntes; y juntos,  estudiaron duramente para el examen final. 

A las 13 horas del día 30 de  julio se publicaban los resultados.  Cogiditos de la mano, con el suspense en sus caras, y los ojos en el cartel se abrazaron de alegría.  Esta vez, quisieron alargar las horas esquivas como se alarga la masa de pan y decidieron caminar por el parque.  La tarde era preciosa;  Miguel iba recogiendo unas chiribitas y las colocaba en la melena azabache de Paula.  El parque emanaba el aroma  del césped recién cortado.  Las mariposas revoloteaban sobre las diplademias.  Los árboles llamaban  -con el guiño de sus pestañas- a descansar  bajo su  fronda... Paula resbaló por tener sus ojos fuera del suelo.

-¡Ay! -dijo asustada-,  creo que me he torcido el tobillo.

Sin pestañear, con la mirada en los ojos de Miguel,  se desprendió de un zapato, luego, con la ayuda del otro pie quedó descalza.  Seguía con los ojos fijos en Miguel  -pero  fue empequeñeciendo hasta llegar, no más que a la altura del pecho de Miguel.  Todo se detuvo.  Poco a poco, brotaron las primeras gotas; las lágrimas de Paula –luego- se convirtieron en riachuelos que  corrían por su apesadumbrado semblante, por el cuello, por el escote y hundieron  el ribete del vestido rojo…  Miguel la aupó, la arrulló en sus brazos, la posó a los pies del olmo tentador.   Se  acariciaron como acaricia el aire la felicidad; se abrazaron entre sollozos de risas; llegaron los besos en los labios: besos frenéticos,  recíprocos, húmedos,  anhelantes;  e hicieron  el amor.  Cuando se saturaron de líquido mutuo y se  colmaron todos sus deseos: la respiración volvió al igual que el ritmo a la naturaleza. Y Miguel –con la cara iluminada-     llenó de besos reconfortantes y solidarios  las manitas, los pies, el vientre y el ombligo de Paula.

San Vicente de la Barquera, a  30 de noviembre de 2012
Isabel Bascaran ©   

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